El Minis-terio en la Iglesia no es Magis-

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No deja de ser curiosa la comparación entre los dos términos: “magisterio” y “ministerio”. El magisterio viene del adjetivo latino “magis”, que significa “más”: Magis-ter (maestro) es aquella persona que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos, habilidades. En cambio el término ministerio  viene del adjetivo latino “minus”, que significa “menos”.  Minis-ter es aquella persona que sirve, o el subordinado que apenas tenía conocimientos o habilidades. El latín nos explica porqué cualquiera puede ser ministro, pero no maestro. Hablemos pues del ministerio en la Iglesia en sus diversas versiones laical y ordenada. Todo auténtico ministerio cristiano ha de estar revestido de un fuerte componente de “minoridad” y de “servicio”, porque un ministerio que no sirve, ¡no sirve!

Ministerios Laicales: la fuerza de la diaconía

La diakonía es común y fundante para toda forma de ministerio en la iglesia: la diakonía, que tuvo en Jesús, el Hijo del hombre, – «no he venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45)–, su iniciador.

1. Del dinamismo de los sacramentos (bautismo, confirmación, eucaristía y sacramentos de las formas de vida cristiana) brota un tipo de ministerialidad eclesial que es constitutivo para la iglesia. Todo christifidelis, hombre o mujer, puede y debe ser denominado “ministro”, servidor de la iglesia. Realiza su servicio desde los dones particulares que ha recibido. A la ministerialidad laical le corresponde la mayor parte de la diaconía cristiana. Todos los miembros de la Iglesia están llamados a participar activamente en la misión y construcción del pueblo de Dios.

2. Los christifideles laici han de ocupar su propio lugar en el entramado eclesial sin complejos y con toda responsabilidad. Deben vivir su identidad ministerial de forma positiva y como auténtica vocación. El laicado es agente de evangelización y en sus innumerables miembros tiene potencialidades apostólicas todavía inéditas. Cada christifidelis es único e irrepetible y tiene derecho a actuar en la iglesia así como es.

3. Todas las profesiones, las artes, las actividades que ejercen los bautizados son ministerio del reino de Dios, servicios y expresiones de una iglesia ministerial en el mundo, en la sociedad. El servicio social de la política, de la economía, de la administración de justicia, de la investigación, de la docencia, de la sanidad, del arte, son y deben ser auténticos ministerios del reino de Dios. Cuanto redunda en servicio directo de las comunidades cristianas esos servicios son ministerios eclesiales.

4. Ministerios laicales y ministerios ordenados deben estar constantemente en “mutua relatio”. Esta relación recíproca está basada en la sacramentalidad, de la que derivan todos los ministerios. No se debe sobreponer ningún ministerio a otro. De los ministros ordenados se decía antiguamente Pro laicis, non super laicos. Las diferencias ministeriales no implican diferencias de dignidad. En la iglesia prevalece, ante todo, la fraternidad y sororidad. El principio de unidad en la iglesia es el Espíritu Santo. Por eso, es tan importante en el funcionamiento de la comunidad de fe, no solo el assensus fidei de los christifideles laici, sino el con-sensus fidei.

5. En la iglesia de nuestro tiempo se hace necesario liberar los carismas laicales, ponerlos al servicio de la vida y misión de la iglesia y ministerializarlos. Esto no significa tanto someterlos a un reconocimiento litúrgico o ritual, cuanto ser conscientes de que la relación iglesia-mundo se efectúa principalmente a través de esta riquísima ministerialidad, en la que todos están llamados a ser actores. Esta forma de diaconía configura la existencia cristiana, como vida de servicio, de caridad.

6. Una especial atención merece en nuestro tiempo la ministerialidad laical “a modo femenino”. El tema complejo de la ordenación de las mujeres o la aceptación de mujeres en el ministerio ordenado ha sido en estos últimos años motivo de un gran debate ecuménico, en el que unas iglesias se han desmarcado –un tanto unilateralmente– de las otras. Este debate ecuménico puede clarificar el tema de la ministerialidad y ofrecerle nuevas perspectivas.  En todo caso, se aprecia un consenso cada vez mayor en reconocer la importancia que tiene para la iglesia y su misma identidad la ministerialidad femenina, en sus variantes carismáticas y ministeriales. La incomodidad que han podido experimentar dentro de la comunidad eclesial las mujeres va mucho más allá de una simple reinvindicación de poderes o privilegios. Se trata de configurar la iglesia de Jesús según su más dinámica y creativa voluntad. El reajuste que produce en la iglesia el redescubrimiento de la identidad ministerial femenina, implica consecuencias importantes para la identidad masculina.

7. Entre las formas de ministerialidad laical y femenina es importante prestar atención a la ministerialidad propia de los carismas de vida consagrada. El mismo concilio Vaticano II denominó a la vida consagrada sacrum ministerium. En sus diversas formas carismáticas (apostólica y contemplativa), la vida consagrada potencia la diaconia caritatis. Es una forma estable de vida, que se caracteriza por la ministerialidad.

8. Como hemos podido constatar, la ministerialidad laical es maleable. Puede ser vivida en distintas formas de vida. No hay, en principio, ministerios laicales que exijan una peculiar forma estable de vida. Pueden ser ejercidos tanto desde la forma de vida secular como consagrada, matrimonial como celibataria.

El ministerio ordenado: “non super laicos, sed pro laicis”

1. Considerar el ministerio ordenado como estado de vida depende, en primer lugar, de una determinada concepción cultural de la sociedad. La sociedad medieval estaba fuertemente estatificada. Nuestra sociedad actual, en cambio, sobre todo en Occidente, es definida como la «sociedad del movimiento». Las formas no son tan precisas. Admitimos una mayor pluriformidad. Se está dando el paso de los estados de vida a las formas de vida. Es cierto que la forma tiende hacia la estabilidad; pero es una estabilidad abierta. Cuando la forma de vida tiene densidad, no está en constante proceso de reforma, pero no se convierte en estado inconmovible.

2. El ministerio ordenado, a lo largo de toda la historia de la iglesia, ha estado abierto a una enorme pluralidad de formas. Según las condiciones personales, sociales o históricas, ha tomado una configuración u otra. Se ha demostrado la importancia de este ministerio. Dado que su objetivo es el servicio, el imperativo del servicio ha hecho que asuma distintas configuraciones a lo largo de la historia.

3. La comunidad eclesial está llamada a ser una comunidad de servicios y carismas. La acentuación de la pluralidad carismática y ministerial, como hace la iglesia del Vaticano II, descongestiona el ministerio ordenado de excesivas responsabilidades pastorales y permite un cierto pluricentrismo en la diaconía. Así acontecía en la iglesia de Corinto (cf. 1 Cor 12-14) y de Roma (Rm 12); así quiere la iglesia del Vaticano II que sea hoy (LG 12). La necesidad de entender el ministerio ordenado como «estado de vida» ha encontrado en un cierto absolutismo ministerial una de sus justificaciones, tal como se manifiesta en expresiones como “el ministro ordenado no dispone de su tiempo”, “está totalmente entregado al servicio de la comunidad”… etc.

4. Aunque el ministerio ordenado se verifica en cada uno de los ministros, tiene una estructura colegial, comunitaria. Una concepción individualista del ministerio hace recaer sobre el ministro ordenado todo el peso de la ministerialidad, que de suyo él debe compartir con sus hermanos presbíteros. Esta concepción individualista lleva también a reivindicar un estado de vida, para el ministro pueda atender sólo aquello que en comunión presbiteral podría cuidarse con más facilidad.

5. El ministerio ordenado, ¿es, pues, un estado de vida? Creo que no. El ministerio ordenado, no requiere, en cuanto tal, un estado peculiar de vida. Mejor sería decir que es un ministerio eclesial, sacramental, que está abierto a cualquier forma de vida, que puede realizarse en fidelidad desde cualquier forma de vida cristiana, que debe estar abierto creativamente a cualquier forma de existencia cristiana. Lo importante es que el ministerio responda al servicio que se espera de él. De hecho, en la historia de la iglesia ha habido ministros ordenados casados y célibes, religiosos y seculares, diocesanos y supradiocesanos, profesores, obreros, administradores, artistas…

6. El ministerio ordenado, ¿es más que un mero ministerio eclesial? En contra de la interpretación funcionalista del ministerio, hay que responder afirmativamente. En la historia de la iglesia este ministerio se ha manifestado como ministerio colegial (presbiterio), realizado en corresponsabilidad, en comunión; es un ministerio densamente sacramental y representativo (sacramentalidad cristológica y eclesial); es un ministerio de referencia apostólica, en torno al cual se coagulan otros ministerios; es un ministerio de tradición apostólica, de testimonio fiel y auténtico. Esta densidad ministerial sí que requiere expresarse en formas de vida cristiana; pero ninguna de ella puede presentarse como exclusiva.

 

Con toda esta red de ministerios la comunidad eclesial y desde ella la humanidad pueden sentirse servidas, ayudadas, acompañadas. La Iglesia ministerial es, por lo tanto, una gran red de servicios que se ofrecen lo más generosa y gratuitamente posible… al estilo del Maestro, que no vino a ser servido, sino a servir. Y las diversas formas de ministerialidad deben relacionarse desde la humildad y no el predominio de unas sobre otras, desde la complementariedad y no desde la competitividad, desde el mutuo aprecio que dignifica y no desde el desprecio que indigna.