No está siendo fácil combatir el virus pandémico que infecta a la gente rápidamente, sin dar ninguna pista, y que continúa extendiéndose con y sin síntomas. El virus debilita las funciones vitales como la respiración, y afecta al sentido del gusto y del olfato, entre otros síntomas. Hemos resistido su avance manteniendo la distancia, usando mascarillas y desinfectándonos las manos. Todas las esperanzas de volver a la vida normal están puestas en el éxito esperado de la inminente vacunación. ¡Cómo desearía que los seres humanos tuviéramos el mismo pánico y mantuviéramos la misma vigilancia hacia los virus espirituales que han infectado a la humanidad durante años y que continúan adormeciendo los corazones y las mentes, haciéndolos insensibles al mal y al pecado!
La Navidad llega cada año con el mensaje de que Dios está con nosotros en y a través del nacimiento del niño en Belén. La gracia salvadora de Dios es visible y está presente en nosotros y entre nosotros a través de la acción del Espíritu del Señor Resucitado. La vida en el Espíritu es el antídoto contra los virus de la corrupción, el odio, la dominación, la avaricia y las diversas formas de esclavitud y actitudes deshumanizadoras. La vida en el Espíritu de Cristo produce lo mejor de los seres humanos, como lo es el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio (Cf. Gál 5, 19-23).
Jesús se hace presente allí donde los seres humanos celebramos la auténtica proximidad unos con otros, especialmente con la humanidad que sufre, y nos relacionamos entre sí abiertamente, es decir, sin tener que enmascarar nuestras intenciones. Los trabajadores de la salud, los trabajadores sociales y los agentes pastorales que ayudaron incansablemente a las víctimas del COVID-19 son ejemplos de esta proximidad. La Navidad también nos llama a mantener nuestros corazones puros y desinfectados para acoger la venida del Señor.
Unámonos al primer canto navideño de los ángeles, «¡Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres que él ama!» (Lc 2,14). Os invito, queridos hermanos, a profundizar en este mensaje que está plasmado en nuestras Constituciones como objeto de nuestra Congregación (CC 2). Hagamos nuestro el «Fiat» de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, cuyo «sí» a Dios revirtió el «no» de Eva en el jardín del Edén. La primera Navidad tuvo lugar en la sencillez y pobreza del pesebre, lejos de la pompa y el esplendor de los palacios reales. El contexto de la pandemia, aún presente en esta Navidad, nos invita a saborear el misterio de ‘Dios-con-nosotros’ – Emmanuel -, más profundamente en las situaciones concretas de nuestra vida. Acojamos con corazón abierto las sorpresas que Dios nos reserva en el año 2021.
Os deseo a todos una Feliz Navidad y un Año Nuevo lleno de gracia.