La relación  entre gracia y libertad o, lo que es lo mismo, entre Dios y la persona  humana, puede entenderse desde tres modelos. Uno sería el de la  competencia o rivalidad: lo que concedemos a Dios se lo tenemos que  quitar al ser humano, y viceversa; la consecuencia extrema de este  modelo es que, como Dios tiene la primacía absoluta en toda actuación, queda anulada la  libertad humana. Hay otros dos modelos que me parecen más adecuados. Hay  diferencias de matiz entre ellos, pero no son contradictorios, más bien  son complementarios.
El modelo del doble plano supone que Dios y el ser humano no se sitúan en el mismo plano. Esto permite decir que “todo es de Dios” y “todo es del ser humano”, que todo lo hace Dios y todo lo hace el hombre, pero esos dos “todos” no están al mismo nivel. Dios es el que impulsa, el que mueve a la naturaleza, el que hace posible todo movimiento y actuación humana, pero la criatura actúa según su naturaleza. Dios es la causa primera trascendente que actúa a través de causas segundas y nunca contra ellas.
El tercer modelo es el de la interactuación. Dios deja totalmente libre a la persona, pero interactúa con ella, de modo que se produce un mutuo enriquecimiento. “Ha repartido el don que nos ha traído, pero no por eso él se ha empobrecido sino que, de forma admirable, ha enriquecido la pobreza de sus fieles, mientras él conserva sin mengua la plenitud de sus propios tesoros”, decía San Fulgencio de Ruspe.
La interactuación nos permite comprender que Dios no fuerza, no ordena, no impide. Más bien ofrece buenas orientaciones, encuentra el momento oportuno, aprovecha las situación adecuada para decir una palabra estimulante. Interactuar: actúan los dos (Dios y la persona), cada uno con libertad total, pero cada uno estimulado por la actuación del otro. ¿Cómo estimula el hombre a Dios? Dicho desde nuestro punto de vista, que es el único punto posible: haciendo que esté atento a nuestros movimientos para encontrar la palabra y el estímulo adecuado. En la interacción no cambia solo uno, cambian los dos. La relación entre Dios y el ser humano no puede entenderse desde la rivalidad, sino desde la complicidad.


                    