DEJARSE LLAMAR

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(Teresa Comba). Noviembre, mes que comienza con la celebración del día de todos los santos, seguido del día de conmemoración de los fieles difuntos. De los meses con menos luz del año, en el que las tardes quedan oscurecidas y reducidas. El final del día se adelanta sobremanera, como recordándonos, a su vez, que los finales existen…

Recuerdo, hace unos años, una tarde en la que estaba estudiando y escuché que llamaban a la puerta. Una compañera joven abrió y se oyó la voz de unos críos que decían: ¡“Truco o trato”! Seguidamente ella contestó: No, aquí no creemos en esas cosas. ¡Buenas tardes! Salí y nos reímos un rato con su respuesta. Realmente sincera y directa. En estos días, me digo: Cierto, no nos van esas tradiciones, que a menudo provienen de otras culturas y creencias, pero: ¿en qué sí creemos…?

Hace unos meses me comunicaron la noticia de que una tía muy cercana estaba en sus últimos momentos. Pasé un par de días con ella y con mis primos y, sin haberlo planeado, la muerte se aproximó a mi vida. No es algo a lo que esté muy acostumbrada. En mi historia, ha habido algunas partidas muy significativas, pero pocas. Para esto, no sé si algún día se está realmente preparado, o si siempre se tiene la impresión de improvisar humildemente, como se puede. Me acordé que los religiosos camilos hablaban de la importancia del tacto, los gestos y palabras cariñosas, aún en etapas en las que la persona está inconsciente. Así que eso hice, coger la mano suave y delgada de mi tía, acariciarla, de vez en cuando susurrar alguna palabra de confianza. También me vino a la memoria lo que nos contó un religioso: al visitar a una señora de la parroquia, en el hospital, ella le pidió, cuando apenas le salían ya las palabras: “Repíteme lo del pájaro”… Entonces él, que le había comentado que cuando se acercara su hora, como pidió san Juan de la Cruz en sus últimos momentos, Dios no le iba a realizar un examen escrupuloso, sino que le iba a decir las palabras del Cantar, se las susurró de nuevo: “Ven, Amada mía,(…) paloma mía…” (Ct 2,10.14). Qué necesario –pensaba– que podamos acercarnos a otros en este momento de incertidumbre y desnudez y, simplemente con nuestra cercanía y afecto, hacerles sentir estas palabras del Amado a la amada: “Levántate, amada mía, preciosa mía, ¡ven a mí! Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias han cesado, se han ido (Ct 2,10b-11).