VR EN LA SEMANA LAUDATO SI’ (VI)

0
1624

Una ecología integral

“La ecología integral es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central y unificador en la ética social. Es «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección»

(Francisco, Laudato si’, 156)

Comenzamos el cuarto capítulo de la encíclica que entra de lleno en las propuestas positivas. Hasta ahora, hubo un análisis de la realidad con tintes de denuncia, pero no exenta de algunas propuestas en positivo. Ahora, retomando todo lo anterior desde la perspectiva de lo interconectado y dependiente, se desarrolla este capítulo fundamental.

El punto uno lleva el título de “Ecología ambiental, económica y social” y pone de relieve la tesis principal de la encíclica: la cuestión ecológica es un fenómeno que ha de ser abordado desde diversas disciplinas, de manera poliédrica.

  • Todo está en relación, no hay nada aislado del conjunto, por ello “los conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la realidad”.

El medio ambiente lo formamos todos como un conjunto indivisible: Naturaleza y sociedad. No existen dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino que están íntimamente unidas y la solución ha de venir dada por esta interconexión.

El papa Francisco hace una afirmación de calado: “A los ecosistemas […] no los tenemos en cuenta solo para determinar cuál es su uso racional, sino porque poseen un valor intrínseco independiente de ese uso”. Tanto cada organismo como el conjunto de los mismos son queridos por Dios. Es más, todos dependemos de todos para la vida. Es una realidad que nos ha sido regalada y que es anterior a “nuestras capacidades y existencia”.

  • En cuanto a la “ecología económica” la tesis central la enmarca una cita de la Declaración de Río sobre medio ambiente y desarrollo: “La protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse de forma aislada”. Es más, “cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales”. La economía no es una ciencia asilada que actúa sin tener en cuenta todo lo demás o la búsqueda del máximo beneficio con el menor gasto. Ha de fijarse en todos los ámbitos sociales, desde los primarios (familia) a los internacionales, y su relación con el medio ambiente. Por ello, cualquier forma de violencia, injusticia o pérdida de libertad, afecta a todo el conjunto, también al medio ambiente. Y en esta interconexión hay que tener en cuenta que lo que “sucede en una región ejerce, directa o indirectamente, influencia sobre las demás regiones”. Con ello, se amplía nuestro círculo de responsabilidad más allá de soluciones parciales que no dejan de ser egoístas.

El segundo punto se titula “Ecología cultural”. Cultura entendida como un patrimonio común que se inserta y depende del patrimonio ambiental que es su lecho de vida.

  • En primer lugar, se reclama “prestar atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular”. Las soluciones han de ser globales y efectivas, pero no pueden dejar de lado a las poblaciones que saben gestionar su ecosistema, del que forman parte. La cultura es algo “vivo, dinámico y participativo” y no algo meramente técnico y utilitarista. El lenguaje técnico no puede prescindir de la sabiduría ancestral de muchas comunidades. Ha de ser un diálogo obligatorio en busca de soluciones adaptadas.
  • La visión consumista, ligada a la globalización, tiende a “homogeneizar las culturas y debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad”. Por ello, no se puede dar una solución por medio de “normativas uniformes o de intervenciones técnicas” que no tengan en cuenta los particularismos y otras maneras de entender la realidad que no dependen de la visión impuesta por la economía de mercado.
  • Aquí se inserta la protección de las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. Estas comunidades han de ser tomadas en cuenta a la hora de proponer soluciones, porque ellos son “quienes mejor cuidan sus territorios”. Para ellos la tierra no es solo una fuente de beneficio económico, sino “un don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores”. De este modo, no se pueden permitir los abusos y la violencia que se ejerce sobre estas comunidades en muchos lugares del mundo debido a la mera búsqueda de beneficios empresariales o económicos de grandes compañías ligadas al poder político.
  • El apartado III se titula “Ecología de la vida cotidiana”. En él se analiza “el espacio donde transcurre la existencia de las personas”, desde el más cercano que es el hogar, hasta el más amplio como es la ciudad o la región. Todo ello influye en nuestro modo y calidad de vida. El Papa habla de una “ecología humana” que puede transformar los lugares pobres y mal acondicionados en lugares habitables mediante “relaciones humanas y cálidas”, creando en torno a sí una “red de comunión y de pertenencia”. También advierte de los riesgos de la vida en las grandes urbes donde el hacinamiento y el anonimato social conducen al desarraigo que “favorece conductas antisociales y violencia”. Pero a pesar de ello sigue apostando por la fuerza del amor que llega a “romper las paredes del yo” y a superar “las barreras del egoísmo”. Todo ello nace de una “experiencia de salvación comunitaria” y hace surgir “reacciones creativas”. Aquí se entroncaría todo el movimiento asociativo que se compromete con la lucha por conseguir vidas más dignas allí donde parece que solo existiese la ley del más fuerte y la salvación de uno mismo.
  • También nos avisa de la necesidad de integración entre las diferentes zonas de una ciudad, para que nadie se quede excluido. Para ello es necesario hacer de las grandes urbes lugares acogedores que tengan en cuenta a todos sus habitantes, no solo a los más favorecidos económicamente. La falta de acceso a la vivienda es un mal endémico que afecta a muchas sociedades y a las diversas clases sociales que las componen, esta es una cuestión central en la ecología humana a la que los estados deberían dar una solución.
  • Otra cuestión primordial es la priorización del transporte público que en muchas ciudades “significa un trato indigno a las personas debido a la aglomeración, a la incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la inseguridad”. Y termina este apartado denunciando que también en las zonas rurales existen injusticias lacerantes, ya que a ellas “no llegan los servicios esenciales, y hay trabajadores reducidos a situaciones de esclavitud, sin derechos ni expectativas de una vida más digna”.
  • El apartado IV, “El principio del bien común”, es muy breve, pero es fundamental. Comienza con la definición clásica de bien común: “conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”. Para lograr este fin, el estado tiene un lugar más que significativo, ya que ha de regular la justicia distributiva que promueve el bien común. En todo ello no ha de perderse de vista la presencia de los más frágiles y débiles que no pueden participar del destino común de los bienes de la tierra y que también les pertenecen. Por ello, Francisco nos recuerda que, ante todo, hay una exigencia de “contemplar la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes”.
  • El último apartado es el V, y habla de la “Justicia entre generaciones”. Aquí aparece un concepto relativamente novedoso pero muy importante que es el de las generacio-nes futuras. Estos son los individuos que están todavía por nacer y sobre los que tenemos una responsabilidad de cuidado. El principio fundamental para esta solidaridad intergeneracional es el de que la Tierra no nos pertenece. Es un don gratuito que hemos de cuidar para dejar en herencia a los que vienen por detrás de nosotros y que tienen nuestros mismos derechos a la hora de vivir en ella y de poder disfrutarla. Por ello, el planeta es “un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente”. Pero no se trata de dejar solo las condiciones de habitabilidad físicas, sino que también entraña la cesión, a largo plazo, de un sistema de valores que la humanidad ha ido adquiriendo con el paso de los siglos. En todo ello está en juego nuestra propia dignidad como generación actual, ya que “es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra”. De este modo necesitamos ampliar nuestros horizontes éticos hacia el futuro, pero sin olvidarnos de los que ahora mismo están excluidos del desarrollo y de los bienes comunes que nos pertenecen de manera individual. De este modo, “además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional”.

Por ello, tenemos la grave obligación ética de ampliar nuestros horizontes de responsabilidad hacia el futuro sin olvidarnos del presente y, en especial, de los más pobres que nos rodean.

 

Algunas líneas de orientación y acción (I)

Después de haber analizado la situación ecológica-social, el papa Francisco quiere “delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que estamos sumergidos”. El capítulo está dividido en cinco apartados.

– El primero lleva el título de “Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional”. Se destaca el esfuerzo realizado desde mediados del siglo XX a nivel internacional,  para poder extender una visión del mundo como algo interconectado, en el que la solución a los problemas pasa por un acuerdo entre todos los países, desde una perspectiva global. Por lo tanto, los intereses particulares no pueden primar sobre el bien común, que es el bien del planeta y de sus habitantes, seres humanos y animales.

Todavía hoy no existe ningún consenso internacional que regule y haga viables estas soluciones comunes. Es más, en la sociedad civil     existen grupos que buscan y luchan para que el consenso sea alcanzado, pero a nivel político se va muy por detrás, debido a los intereses de grandes grupos empresariales, transnacionales o de los distintos países que sólo buscan su propio beneficio. Gracias a las presiones y a la entrega de la sociedad civil y de los diversos grupos ecológicos se ha logrado que la agenda pública esté interesada en estos temas con un mayor calado y extensión. Pero las “Cumbres mundiales sobre medio ambiente”, que se vienen celebrando desde 1972, no logran “acuerdos globales realmente significativos y eficaces”.

El problema sigue siendo en la actualidad que no existen mecanismos efectivos de “control, revisión periódica y sanción de los incumplimientos”. Francisco es valiente al denunciar que los acuerdos de baja emisión de gases contaminantes, acaban siendo una trampa para los países en vías de desarrollo, ya que se les exige un nivel de cumplimento igual al de los países industrializados, frenando, de este modo, su desarrollo. No hay ayudas a estos países más pobres que de este modo no pueden adaptarse a la nueva normativa y los sumerge aún más en esta espiral de pobreza.

Lo mismo sucede con la estrategia de compraventa de “bonos de carbono” que se convierte en una nueva forma de especulación que permite “sostener el sobreconsumo de algunos países y sectores”, ya que los   países más ricos compran estos bonos de emisión a los más pobres, contaminando ellos más y frenando en su desarrollo a los más débiles.

Para equilibrar la balanza entre países ricos y países en vías de desarrollo se les debería prestar la ayuda necesaria para que “puedan acceder a transferencia de tecnologías, asistencia técnica y recursos financieros”, pero siempre desde una perspectiva local y no desde imposiciones internacionales alejadas de la realidad de estas sociedades. Se debería dar una solución global que implicase de manera conjunta “la reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones más pobres”.

– El segundo apartado es el del “Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales” y en él se da un paso de concreción hacia las realidades nacionales y locales. Cada Estado tiene la responsabilidad de velar por la viabilidad y equidad de sus políticas económicas y ecológicas. El poder judicial es el garante de subsanar los excesos o incumplimientos de las leyes, pero el poder legislativo ha de “alentar mejores prácticas”, no pudiendo conformarse con que el poder judicial corrija las “malas prácticas” ambientales y de justicia intra e intergeneracional.

No se puede caer en un “inmediatismo político” que no vea más allá de un tiempo limitado de una legislatura. Habría que diseñar políticas comunes, teniendo en cuenta a los diferentes partidos y a la sociedad civil, para crear políticas y acuerdos que perduren en el tiempo (continuidad) y que no se desentiendan de las generaciones futuras. La esfera local puede lograr que se genere “un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa”, algo que no sucede a nivel internacional.

La corrupción es un freno a este tipo de visión más amplia y más justa, por ello hay que luchar contra      ella. La única manera de hacerlo es con la toma de conciencia de la sociedad civil, ya que los ciudadanos son los que tienen que controlar al poder político y no a la inversa. En este campo hay ejemplos esperanzadores en muchos contextos locales, pero también es cierto que queda mucho por hacer.

– El tercer apartado lleva el título de “Diálogo y transparencia en los procesos decisionales”. Diálogo que quiere corregir el monólogo que imponen los meros intereses económicos o políticos de cualquier proyecto, especialmente teniendo en cuenta a los habitantes en los que va a repercutir la acción a desarrollar. Y transparencia para evitar toda tentación de corrupción de la que sacan provecho sólo unos pocos y que convierte a la política en mercado. Para que se dé este diálogo transparente la primera condición de posibilidad es que exista una información veraz que llegue a todos los interlocutores. Riesgos y posibilidades reales, seguimiento del desarrollo del proyecto en todas sus etapas y evaluación de los costos ambientales y sociales del mismo. Para ello es necesario que se utilice un lenguaje    asequible y que no se quiera disfrazar el corto plazo y el interés privado bajo un lenguaje técnico ilegible para la gran mayoría de las partes que dialogan. No se puede contemplar el desarrollo de manera ingenua e inmediatista, se ha de buscar un desarrollo integral que tenga en cuenta a las generaciones presentes y futuras. Aquí se inserta el principio de precaución que dice: “cuando en un proyecto haya peligro de daño grave o irreversible (para el medio ambiente o la sociedad), la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces”. Por tanto, el peso de la prueba recae sobre los que tienen que demostrar “de manera objetiva y contundente que la actividad propuesta no va a generar daños graves”

– El cuarto apartado, “Política y economía en diálogo para la plenitud humana”, insiste en que ambas han de estar al servicio de la vida. El ejemplo claro que se pone es el del rescate de los bancos por los estados, como una solución parcial e injusta para la sociedad civil, ya que no se abordó el gran problema del “dominio absoluto de las finanzas”. Esta crisis del 2007-2008, que sigue afectando a muchas sociedades en la actualidad, hubiese sido un buen momento para “una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia”. Los criterios éticos, sobre todo el del bien común, han de tener cabida en este diálogo política-economía y los estados también tienen una palabra que decir en cuestiones como: la sobreproducción de algunas mercancías, la maximización de la ganancia, la calidad de los productos alimenticios, el valor real de los productos, el impacto ambiental de las actividades empresariales y el reparto de la riqueza que todo ello genera. La solución ha de pasar por una reducción del ritmo de producción y de consumo que daría paso a una nueva forma de entender el desarrollo y el progreso, ya que hasta ahora los costes del sistema son insostenibles para la justicia intra e intergeneracional. El progreso y el desarrollo, como se entienden en la actualidad, generan impactos negativos en la pobreza de muchos y en el deterioro del planeta. Todo ello deja secuelas sociales y ambientales, algunas de ellas ya irreparables. Por tanto, “un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso”.

– El quinto y último apartado se titula “Las religiones en diálogo con las ciencias”. En él se insiste en la capacidad de sentido que otorgan las distintas tradiciones religiosas par la compresión de la realidad. Las ciencias empíricas tienen su lugar y sus finalidades, pero no agotan ni pueden privatizar todo el discurso que explica lo que somos y vivimos junto con otros seres vivos. Los principios éticos no pueden ser rechazados sin más porque procedan de hechos religiosos, como si formasen parte del obscurantismo o de un pasado ya superado. Por ello, las tradiciones religiosas también tienen mucho que aportar en la solución de los problemas globales. Tampoco se puede olvidar que sí es necesario “interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones”. No se pueden dejar de lado en la búsqueda de soluciones globales principios básicos de toda tradición religiosa como el amor, la justicia y la paz. Sí es cierto que en diversas épocas las religiones llevaron a una concepción errónea que justificaba la explotación de los otros o de los ecosistemas, guerras o injusticias. Pero en la actualidad, las tradiciones religiosas han realizado un esfuerzo de fidelidad y vuelta a las fuentes, una revisión crítica de su historia, que las capacita para ser sujetos imprescindibles en el diálogo por un presente más justo y por un futuro esperanzador. La mayoría de los habitantes de la tierra se declaran creyentes y no se les puede excluir sin más de la construcción de un mundo más habitable. El diálogo interreligioso es también una premisa para el diálogo con las ciencias, diálogo “amable y abierto”, que reconozca la carga ideológica de cada uno, también de los movimientos ecológicos o de muchas políticas estatales o internacionales.