VR EN LA SEMANA LAUDATO SI’ (V)

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La raíz humana de la crisis ecológica

«La modificación de la naturaleza con fines útiles es una característica de la humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales». La tecnología ha remediado innumerables males que dañaban y limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y de agradecer el progreso técnico, especialmente en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones».

(Francisco, Laudato si’, 102)

Abordamos el Capítulo III de la Laudato si’ que lleva por título: “La raíz humana de la crisis ecológica”. En él nos encontramos con un lenguaje bastante especializado que puede condicionar su lectura. Pero es un capítulo central para poder comprender la mirada global que el Papa Francisco quiere proponer como principio para el diálogo y para el cambio en las acciones concretas.

El Apartado I, “La tecnología: creatividad y poder”, se abre con una afirmación en positivo extraída de un discurso de Juan Pablo II: “La ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios”. No se pueden obviar todos los avances técnicos y científicos que, desde finales de siglo XIX, cambiaron la manera de entender al ser humano y lo ayudaron en la solución de muchos problemas. Pero tampoco se puede olvidar una cuestión central: esta técnica da a quienes la poseen “un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero”. Es más, “nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien”.

Este poder tecnológico y científico está concentrado en una pequeña parte de la humanidad que, además, lo suele utilizar en su propio beneficio sin una conciencia clara de sus límites. De este modo, la utilidad y la seguridad, siempre propias, son los condicionantes que mueven a toma de decisiones y las acciones de esta minoría que tiene en sus manos el poder científico-técnico. Este poder sin límites éticos es una fuente de conflictos y de injusticias, sobre todo con los más pobres de la humanidad.

En el Apartado II, “Globalización del paradigma tecnocrático” (que es un título bastante críptico), se analizan los dinamismos de los grupos de poder de los que se hacía mención en el apartado anterior. Estos dinamismos buscan siempre el propio beneficio y utilizan nuestras pulsiones (poder, tener, placer) para convertirlas en dependencias que generen intercambio económico.

También nos hacen creer que el crecimiento y el estado de bienestar son indefinidos, no tiene límites. Nos hacen olvidar a los otros seres humanos que quedan fuera de este sistema, tanto en occidente como en la gran mayoría de las naciones que son explotadas para mantener este crecimiento abusivo.

Por ello, debemos tener en cuenta que “los objetos productos de la técnica no son neutros porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientas las posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados grupos de poder”. De este modo, como repite la encíclica en otros lugares, todo acto privado que se genera en esta sociedad del mercado, por mínimo que sea, tiene repercusiones éticas.

Así, en nuestros días, “se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador”. Este camino, que ha de ser propio del cristiano, propone un cambio de mirada: “Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático”.

Lo anterior supone un cambio de la actitud vital: pasar de una idea de crecimiento ilimitado a otra de una existencia centrada en el decrecimiento que tiene en cuenta a los excluidos y olvidados del planeta. Este decrecimiento trae consigo un nuevo modelo de consumo y la búsqueda de lo positivo que la técnica y la ciencia aportan para hacerlo llegar a todos los seres humanos, de un modo sostenible. Y, también, un rechazo a la búsqueda del beneficio propio ilimitado que logre “aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano”.

La vida religiosa sabe mucho de decrecimiento y es una bagaje cultural-espiritual que puede aportar a la Iglesia y al mundo de hoy. En occidente vivimos épocas de decrecimiento numérico y de falta de relevancia social. Si esto se lee en negativo puede llevar a la desesperanza y al desencanto. Pero también tiene una fuerza de transformación enorme si es leída en la clave de fragilidad que engendra vida. La separación de las esferas de poder, la austeridad creativa y asumida como valor transformador, la revisión de la misión para hacerla cooperativa y en sintonía con otros, la vida centrada en el desvivirse por los demás y no en el hacer productivo… son caminos que podemos transitar con la serenidad de quienes saben que lo propio no es lo mejor y que en el Evangelio el único beneficio posible es la pérdida que engendra ganancias que no son egoístas. La sostenibilidad de la VR no es el empeño prometeico de la supervivencia a toda costa y del repliegue a los cuarteles de invierno, sino esa salida generosa que sabe vivir feliz en lo mínimo y que no sirve a dos señores. Por ello, el decrecimiento de la VR, impuesto y querido, tiene mucho que ver con esa clave escatológica que nos es tan querida y que muchas veces no sabemos cómo expresar. El signo del decrecimiento no sólo es posible, sino que es necesario y se puede extender a otros lugares en los que la VR todavía se siente fuerte y sin límites.

El apartado III lleva por título “Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno” y está dividido en tres puntos.

El argumento fundamental es que desde la modernidad el ser humano se ha colocado como centro de interpretación y de acción sobre toda la realidad. En todas las relaciones, sociales y con el planeta, la técnica y la búsqueda del propio beneficio priman sobe otro tipo de relaciones basadas en la solidaridad y el bien común.

Por tanto, no se pueden separar las relaciones con la naturaleza de las relaciones con el ser humano. No tiene sentido una defensa a ultranza del medio ambiente que no tenga en cuenta una defensa de los seres humanos más desprotegidos y viceversa. Crisis ecológica y crisis ética van íntimamente unidas.

Algo novedoso es el reconocimiento de que un tipo de “antropología cristiana” colaboró en el desarrollo de este desajuste humano: “Se transmitió muchas veces un sueño prometeico de dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de débiles. En cambio, la forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como “señor” del universo consiste en entenderlo como administrador responsable”.

Desde estas premisas se desarrollan los tres puntos a los que hacíamos alusión:

“El relativismo práctico”

Es un concepto poco pensado pero que en la actualidad se da en muchos seres humanos y forma parte de la cultura ambiente. Se trata de poner todo al servicio de mis propios intereses y lleva a cosificar todas las relaciones. Los demás (seres humanos y naturaleza) se presentan como objetos y no como sujetos, que me valen, tanto en cuanto, sirvan a mis propios intereses. De aquí brotan multitud de actitudes opresoras y olvidadizas del bien objetivo que es la justicia y la misericordia, la gratuidad y la donación. Es la lógica maligna del “usar y tirar” que se extiende a toda la realidad y la lógica del consumo sin medida que busca la rentabilidad de los seres humanos y de los recursos de la naturaleza.

 “Necesidad de preservar el trabajo”

El trabajo se entiende aquí como “cualquier actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico”. Desde la tradición cristiana, más concretamente desde el monacato occidental (ora et labora), encontramos una dimensión contemplativa del trabajo que da unidad a lo que el ser humano realiza. Ya no se entiende como un mero hacer que busca beneficios miopes y cortoplacistas, sino que se abre a un entender el trabajo como una relación más amplia en la que los sujetos (Dios, ser humano y naturaleza) ocupan un puesto central. Se trata de dar sentido y buscar las razones últimas de lo que hacemos y por qué lo hacemos. De este modo, “esta manera de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación con el mundo”. El trabajo es así un modo de realización para todo ser humano que no puede ser sustituido por el avance tecnológico: los seres humanos no pueden ser reemplazados por máquinas. El “capital social” (“conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil) es algo a preservar por encima de los intereses del mercado o de la eficiencia tecnológica.

“Innovación biológica a partir de la investigación”

En este punto se abordan temas como:

– La experimentación con animales, que solo son legítimas “si se mantienen en límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas”.

– La intervención sobre los ecosistemas que “debe considerar sus consecuencias en otras áreas”

– La manipulación genética en agricultura o industria que “no pude dar lugar a una indiscriminada manipulación genética… ya que es una fuente de poder con altos riesgos”. La actuación legítima sería aquella que “actúa en la naturaleza para ayudarla a desarrollarse en su línea, en la de la creación, querida por Dios”.

– La correcta toma de decisiones sobre problemas muy complejo como los anteriores que “exige una mirada integral sobre todos sus aspectos, y esto requeriría al menos un mayor esfuerzo por financiar diversas líneas de investigación libre e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz”. No sólo han de primar los intereses del mercado y los beneficios a corto plazo.

(M. Tombilla, La raíz humana de la crisis ecológica, en VR (2017) 123-5. 34-38).