(Dolores Aleixandre). Una novicia de 2º año (veterana en costumbres y “dialecto” conventual…), le explica a una postulante recién llegada: “Al hacer la cama, hay que poner las sábanas de manera que la marca con el número quede abajo y a la derecha”. La postulante, de casi 40 años y bastante crítica, pregunta por qué y recibe esta respuesta: “Por fidelidad”. Y ella, ya bastante cargada por otras cuestiones, protesta hecha una furia: “¡Me niego a poner la fidelidad a semejantes minucias!”. A partir de la anécdota, se me ocurre esta pregunta: ¿Cuál de las dos tenía razón? ¿La novicia que encontraba en el modo de poner las sábanas una ocasión de ser fiel? ¿La postulante en su negativa a empequeñecer la fidelidad haciéndola depender del cumplimiento de una norma minúscula? Dejo abierta la posibilidad de discutir sobre el tema para centrarme en este otro: ¿qué consideramos proporcionado o desproporcionado? Porque lo que para unos es un detalle insignificante, es importante para otros y a la inversa. Un ejemplo del Evangelio: en Mc 2,23-27 Jesús y sus discípulos atraviesan unos sembrados en sábado, arrancan espigas, las restriegan y se las comen; a los fariseos les parece mal y le acusan de forma moderada: “Mira lo que hacen en sábado: algo prohibido”. Sin embargo, la reacción de Jesús es virulenta: se remonta nada menos que a los tiempos de David y el sumo sacerdote Abiatar y les recuerda lo que hizo el rey: tenía hambre, entró en el templo y se atrevió a coger, comer y repartir entre los suyos unos panes superprohibidísimos que estaban sobre el altar y que solo podían tocar y comer los sacerdotes. Y después de soltar esta parrafada solemne para “sentar jurisprudencia”, pronuncia una sentencia categórica y sin derecho a réplica: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. El Hijo del hombre es Señor del sábado”. ¿No resulta todo un poco desproporcionado? ¿No podían ellos haberse defendido solos? ¿No está exagerando la defensa de sus discípulos que, al fin y al cabo tampoco estaban amenazados de muerte? ¿Era necesario “sacar los tanques” (la historia, la monarquía, el culto…) para aplastar a aquel ratón?
Creo que la causa de esa desproporción es la afición de Jesús a cuidar a los suyos como a la niña de sus ojos: no toleraba que los atacaran y, si alguien lo hacía, Él reaccionaba como una osa a la que le tocan sus cachorros (la imagen es de Oseas 13,2). Cuando en otra ocasión los fariseos le reprocharon que sus discípulos se saltaban las abluciones rituales antes de comer, volvió a enfadarse y esta vez les citó a Isaías, a Moisés, a la Torah y a las ofrendas sagradas, les enumeró unas cuantas fechorías que ellos cometían y acabó con un “y como estas hacéis muchas” (Mc 7,13). En vísperas de su muerte, volvió a salir en defensa apasionada de la mujer que le ungía la cabeza con su perfume: no consintió que la atacarán y soltó un “¡Dejadla!” tan lapidario, que a los presentes se les atragantaron las críticas (Mc 14,7). Seguirá ejerciendo de defensor de los suyos hasta el final: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”, dijo en el huerto cuando lo detuvieron (Jn 18,7).
Moraleja: bienvenida cualquier reacción desproporcionada si nace, no para mantener la vigencia de una norma, sino para dar la cara y defendernos a muerte unos a otros. Porque entonces no importa nada que nos saltemos la medida y la proporción.