NÚMERO DE VR, FEBRERO 2020

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Es tiempo de crear

Me preocupa el miedo. El que se respira y escucha. Aquel que se manifiesta en no pocas personas cuando se asoman a la innovación. Hay una buena percepción en la vida consagrada sobre su situación y su proyección. Hay, incluso, capacidad para afrontar la evaluación que los contextos cambiantes provocan en nuestra identidad, formas y estilos. Pero también hay miedo. Demasiado. Tan fuerte que a pesar de tantas instancias de cambio y reflexión, pueden conducirnos a un estado de parálisis.

La palabra «futuro», siempre presente –más desde la ansiedad que desde la visión– encierra una incógnita que las congregaciones, comunidades y personas consagradas, hoy por hoy, prefieren no abordar. La frase atribuida al cineasta F. Ford Coppola, dice que «el mejor modo de prever el futuro es inventarlo» y creo que vale para nosotros consagrados.

Inventar el futuro es posibilitarlo. Y para ello hay que asomarse a lo incierto, al «caos» de la realidad que no da nada por seguro o estable. Se trata de perder el miedo a cuestionar tanta seguridad e inercia «doméstica» que, en realidad, son «las arenas movedizas» que incapacitan para el encuentro real con el rostro de Cristo en nuestro presente y nuestro carisma.

Inventar el futuro es ganar humanidad, porque el camino de la divinidad no es otro que la encarnación y asunción de la realidad humana que nos configura. La vida consagrada tiene urgencia de reconocerse humana en sus relaciones y en la aceptación de las personas que la integran. Pensar en el mañana, nos obliga a reconciliarnos con el presente, transformando las comunidades en lugares posibles de humanidad, encuentro, crecimiento y vida. Aunque nos duela, es inevitable una ruptura real con formas y estructuras que sostienen un ayer inexistente y desconectado de la vida. El futuro habla de comunidades donde los hombres y mujeres que en ella están se reconocen, acogen y perdonan, tienen rostro y voz, son diferentes y, precisamente por serlo, son capaces de oír la llamada de Dios que los convoca con idénticas posibilidades.

Inventar el futuro es abrir espacios nuevos, porque los conocidos están agotados. El camino no es maquillar lo que tenemos para que parezca, sino crear lo que sea necesario, hacernos presentes donde se dé la urgencia y, además, preguntarnos si nuestra vida juntos dice algo. Espacios mucho más transparentes de ese «don ausente» que es la transformación incuestionable de la fraternidad. Estarán mucho más atentos a la misión para que pueda configurar la vida compartida. Por eso, los nuevos espacios no dedicarán tanto tiempo a «organizar su tiempo», porque su razón de ser es la misión y, como sabemos, ésta vive al ritmo de la vida, de la calle y la necesidad… Y, por más que queramos, ésta es imposible de tasar y medir.

Inventar el futuro es escuchar y dar cauce. La vida consagrada es para enamoradas y enamorados de la fraternidad. Es el punto de partida y de llegada. Hemos de escuchar los clamores del Espíritu en buen número de consagrados paralizados en la eterna espera de otras comunidades. Hemos de dar cauce a las búsquedas honestas de comunión y no reducir la composición de comunidades al reparto de los números, las cuotas, el «almacén» o los poderes. Escuchar y dar cauce son las armas del liderazgo evangélico cuando no recurre al voluntarismo que reduce la comunión evangélica a propuestas de convivencia insípidas y sin arte.

Inventar el futuro es perder el miedo y para ello es imprescindible que pierdan fuerza las palabras y actitudes que lo provocan y las personas que lo sostienen. Palabras y personas que, quizá, también por miedo, nos hemos hecho propietarios de aquello que no nos pertenece: instancias, organizaciones, congregaciones y comunidades y, hasta, carismas, sosteniendo, con nuestros miedos, espacios muertos, sin voz, donde todo se encamina a aguantar, dejar pasar, esperar… sin esperanza.

Entre nosotros, por supuesto, se ha cuidado la parábola y el testimonio, pero también se ha podido condicionar hasta el punto de que las mejores intuiciones, las búsquedas arriesgadas y los sueños de Reino se pierdan u olviden, por el peso de las consecuencias que disentir pudiera acarrear.

Estas tentaciones seguro que siempre han existido, pero ahora se notan más… porque este tiempo es nuevo. Es tiempo de crear.