La periodista comete un error: su afirmación de que “pocos teólogos ponen en duda que Jesús estuviera casado” no es exacta, porque la gran mayoría de los teólogos y expertos cristianos, que han estudiado a fondo las fuentes de las que disponemos para acceder históricamente a Jesús, tienden a sostener que era célibe, con buenas razones. Cierto: en aquella sociedad, lo normal es que Jesús hubiera estado casado, como lo estaban sus discípulos. Sin embargo, hay un argumento bastante convincente que hace pensar lo contrario. Se trata de la buena información que da el Nuevo Testamento sobre la parentela de Jesús: su madre María, su padre José, sus hermanos y hermanas (fuera cual fuera el grado de parentesco). Hegesipo, un autor del siglo II, conoce el nombre de un primo de Jesús (Simón) y de un tío (Cleofás). También sabemos el nombre de sus amistades masculinas y femeninas: María Magdalena, Juana, Susana, Salomé, Juan “el discípulo amado”, Lázaro, etc. Ante tal abundancia de datos sobre sus familiares y amistades, el silencio sobre la posible esposa me parece significativo, significativo de que no la tenía
La ausencia de esposa sería, además coherente con otros aspectos provocativos y conflictivos de la vida de Jesús. El celibato no fue para Jesús algo marginal. Jesús es célibe porque el reino ha llegado: “hay quienes se hacen eunucos por el reino de los cielos” (Mt 19,12). O sea, para expresar en su vida la presencia de Dios entre nosotros como lo más valioso, definitivo y relativizador de todo lo demás. Si Jesús no hubiera tenido conciencia de que el Reino estaba ya en medio de nosotros (Mt 12,28), no habría sido célibe. Hubiera invitado a la oración y al arrepentimiento. Pero Jesús sintió el Reino de una manera cualitativamente distinta. Sintió una seducción de Dios que lleno su vida y su alma. Dios se apoderó físicamente de todo su ser. Y desde ahí colmó su afectividad y le abrió a todo tipo de personas, acercándose a ellas para amarlas y hacer el bien.