HOMILÍA DE LA SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA
Miami, 7 de diciembre de 2019
(Silvio Báez). Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos esta noche la eucaristía de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, a la que seguirá luego la alegre y entrañable fiesta nicaragüense de la Gritería. Los nicaragüenses hemos crecido cantándole a la Virgen, sintiendo vibrar de emoción nuestro corazón al grito de “¿Quién causa tanta alegría? ¡La Concepción de María!”, volviendo la mirada a la Madre del Señor, esperando de ella su protección amorosa, con la convicción gritada a todo pulmón en templos y hogares de nuestro país: “María de Nicaragua, Nicaragua de María”.
En el evangelio de esta noche hemos escuchado que Dios envió al ángel Gabriel a una casa de Nazaret, quien entrando, saludó a una joven virgen que se llamaba María, diciéndole: “Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo” (Lc 1,28). La primera palabra que el ángel pronuncia es: ¡Alégrate! Dios ha elegido a María para acoger la alegría de la salvación del Mesías en nombre de toda la humanidad. Ella recibe de Dios el anuncio, ¡Alégrate!, a causa de la llegada del Salvador. Dios la invita a alegrarse aún siendo una joven de escasos recursos, perteneciente a una ciudad casi desconocida de Galilea, aún formando parte de un pueblo sometido, oprimido y sin esperanza. En esa humilde joven de Nazaret, Dios hace germinar la alegría mesiánica y ella, acogiéndola, la hace suya para vivirla cada día.
Recientemente los Obispos de Nicaragua hemos dicho en el mensaje de Adviento de este año que “experimentar la alegría es un desafío para las personas que vivimos en la sociedad nicaragüense, porque vivimos en una Nicaragua lacerada por profundas divisiones y rupturas, donde la abundancia de rostros sombríos, son un testimonio elocuente de la profunda desesperanza, sufrimiento y tristeza, por los que atraviesan los hombres y mujeres de la Nicaragua de hoy”.
Es verdad. Nuestra sociedad nicaragüense sangra, está herida en su corazón, hemos derramado lágrimas de dolor y de impotencia; en las personas que habitan las calles y hogares de nuestro país y en quienes vivimos fuera de la patria, abundan los rostros sombríos y los corazones agobiados que expresan tristeza, impotencia e incertidumbre. No podemos negarlo. Es más, no debemos negarlo, pues la alegría que nos trae el Mesías nace y renace una y otra vez en medio del dolor y la desesperanza.
La Virgen María, primera destinataria de la alegría mesiánica, nos revela el secreto de esta alegría que es posible vivir aún en medio de la noche del desamparo y de la angustia. En el evangelio de hoy, el ángel, después de invitar a María a alegrarse, continuó diciéndole: “El Señor está contigo” (Lc 1,28). Una frase muy corta, pero que expresa en síntesis el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. Este es el secreto de la alegría cristiana: Dios está en medio de nosotros como un salvador poderoso. María se alegra porque es la portadora del Emmanuel, del Dios con nosotros y esta presencia le hace exultar de gozo. Esta certeza nos permite, como a María, cantar y exultar de alegría. Ella vivió con esta alegría que nadie le pudo arrebatar, ni la pobreza, ni la oscuridad de la fe, ni el dolor de la crucifixión de su hijo. La Purísima Virgen María es “Nuestra Señora de la alegría”. “El Señor está contigo”: este es el secreto de la alegría de la Virgen y de la alegría nuestra, pues como dice San Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31). Alegrémonos. ¡El Señor está contigo Nicaragua!, ¡El Señor está con nosotros, queridos hermanos nicaragüenses!
Sin alegría permanecemos paralizados, esclavos de nuestras tristezas, debilitados ante los problemas de la vida y los retos de la historia, incapaces de soñar y construir un mundo mejor. La Virgen nos enseña que la alegría verdadera no pertenece exclusivamente al campo de los afectos y de los sentimientos, sino que echa raíces en la experiencia de la fe y la confianza en el amor del Señor. Estar alegre o triste en el fondo es una cuestión de fe. En su oración del Magnificat, María vuelve a revelarnos el secreto de su alegría: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su sierva” (Lc 1,48).
Desde su pequeñez y su pobreza, contempla la grandeza de Dios que la ha mirado con amor. A pesar de sus problemas, que no eran pocos, vive con alegría pues confía totalmente en el Señor y se siente amada y cuidada por él. Dios colma todos sus anhelos. No necesita nada fuera de Dios para vivir con alegría, para estar alegre. La Virgen nos enseña algo tan sencillo como dejarnos mirar por Dios y confiar siempre en él, sintiéndonos acogidos y envueltos en su ternura, cuidados con amor premuroso y perdonados continuamente con misericordia. Este sentimiento fundamental que está a la raíz de la fe, al infundirnos alegría, nos da una nueva capacidad para superar con fe los momentos más dolorosos y difíciles; hace que podamos actuar con misericordia con los demás, sirviéndonos y cuidándonos unos a otros; y también nos da la fuerza y la creatividad para imaginar y construir una nueva sociedad fundada en la libertad, la justicia social y el respeto a la dignidad humana. Estando tristes, nada de esto podríamos hacer.
Nuestra Señora de la alegría es también la Madre de la alegría. Al nacer su hijo, se anuncia a los pastores una gran alegría: “les anunció una gran alegría: les ha nacido hoy en la ciudad de David el Mesías, el Señor” (Lc 2,11). María no sólo engendra a su hijo Jesús, sino que engendra también una nueva alegría, que no termina nunca y de la que podemos participar siempre, a condición de vivir en comunión con su hijo Jesús, el Mesías que ha traído la alegría, “haciendo lo que él nos diga” (Jn 2,5), como nos aconsejó la Virgen en Caná de Galilea. No tengamos duda. Pensar y actuar con los criterios de Jesús; encarnar el evangelio en nuestra vida personal y social; buscar y aceptar la voluntad de Dios siempre, aún a costa de sacrificios y muchas veces sin entender todo lo que nos ocurre, ese es el camino de la alegría. No caigamos en la tentación de pensar que viven con alegría quienes ignoran o rechazan a Dios, quienes viven encerrados en su egoísmo y atropellan la dignidad de otros seres humanos, quienes acumulan dinero sin importarles el dolor de los pobres o quienes ejercen el poder aún a costa de someter, humillar y hacer sufrir a los demás. No. Ese no es el camino de la alegría.
La alegría perfecta a la que estamos llamados va por otros senderos y María, Nuestra Señora de la alegría, nos asegura que es posible cuando aceptamos con serenidad nuestra pequeñez y nos abandonamos con confianza en las manos de Dios. Precisamente el misterio de la Inmaculada Concepción de María nos da la certeza de que esta alegría es posible, pues en María se ha revelado la voluntad amorosa de un Dios que desde siempre ha deseado darnos la alegría perfecta, moldeándonos a cada uno a imagen de su Hijo. Ella, la Toda Hermosa, es ese bello y luminoso primer fruto de la redención de Cristo, quien en la concepción inmaculada de su Madre, la “llena de gracia” (Lc 1,28), ha hecho brotar el germen de la alegría de un mundo nuevo en medio de la historia de dolor y de pecado de la humanidad.