AFORADOS

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1849

(Dolores Aleixandre). Haciendo memoria de los tiempos anteriores al Vaticano II y  alrededores, hay que reconocer que los religiosaurios que entramos en la vida consagrada por entonces, vivíamos bastante aforados. Esto quiere decir que, aunque a los jóvenes hoy pueda parecerles mentira, disfrutábamos de ciertos privilegios que se derivaban de manera natural de nuestra condición de religiosos y religiosas: se nos tenía en consideración, nos trataban con deferencia, nos cedían el asiento, nos recibían sin esperar en las consultas de los médicos. Ese tipo de privilegios tenían su justificación remota en que la vida consagrada gozaba de la condición de “exenta” y, aunque el sentido se refería a lo canónico, era muy tentador deslizarse hacia la definición que da el diccionario del adjetivo exento: “aquel que se libra y se desembaraza de cargas, obligaciones o cuidados”. De ahí a pertenecer al colectivo de los que, según el salmo 73,5 “no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás”, no hay más que un paso, peligrosísimo por cierto. Creo sinceramente que por aquel entonces éramos poco conscientes de tener privilegios y además estaba el recurso fácil de pensar que pertenecían al “ciento por uno” prometido por el Señor a quienes dejaran todo por Él y no suponían ninguna motivación añadida a la decisión vocacional. Al llegar a la vida consagrada los encontrábamos ahí y solo tiempo después les pusimos nombre, empezamos a sentir incomodidad por su causa e intentamos tomar distancia de ellos. Recuerdo que siendo estudiante en el 68, en plena turbulencia política y social, al llegar el verano fui a decirle a mi superiora de entonces, una mujer sabia y con sentido del humor, que me parecía un privilegio tener tanto tiempo de vacaciones. Me dijo que lo iba a pensar y al día siguiente me llamó para decirme que iba a ir a ayudar los dos meses en la cocina por las mañanas y en el lavadero por las tardes. Doy fe de que aquel verano disfruté de otro tipo de “privilegios” y el mayor fue el de hacer una experiencia sudorosa de lo que supone trabajar en el interior de una comunidad. Creo que de ahí proviene también mi afición a la cocina.

Para soltar privilegios y aforamientos no hacen falta muchas motivaciones: basta recordar que somos seguidores del Des-aforado absoluto, del Des-pojado de todo privilegio, de Aquel que, en todo semejante a nosotros, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.