¿ESTAMOS EN EL CAMINO CORRECTO?

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Apuntes para iluminar el liderazgo

Los institutos de vida consagrada están emprendiendo caminos de renovación. Quienes ejercen el liderazgo impulsan iniciativas que pretenden conducir a la necesaria optimización de la vida y la misión de las comunidades. Sin embargo, no siempre todo es tan claro. ¿Estamos en el camino correcto? ¿Hay indicadores reales de renovación o nos «tranquilizamos» con la teoría de nuestras propuestas? ¿Se está dando el cambio en nuestras instituciones o se reduce todo a documentos y reuniones?

Uno de los mejores expertos en procesos formativos, Amedeo Cencini nos ofrece algunos indicadores de renovación por los que podemos pasar las intenciones últimas de la propia vida y, desde luego, la calidad de nuestras comunidades con sus iniciativas y documentos.

(Amedeo Cencini). Hay, ciertamente, itinerario de renovación en nuestra comunidad o instituto, si constatamos que:

– Tenemos una nueva forma de estar en el mundo y en la Iglesia, lejos de la antigua fuga mundi  desde una inserción más real en la historia y las realidades seculares como sitio propio de vida y acción, para ser la levadura de un mundo nuevo.

– Prestamos más atención a la calidad de la relación humana, como lugar privilegiado para el anuncio evangélico y la manifestación de la ternura y misericordia del Eterno, que al trabajo que tenemos que realizar.

– Damos prioridad explícita, en el corazón y en las decisiones, a los pobres y marginados. A aquellos que nuestra sociedad ha convertido en residuos. Si somos consecuentes y elegimos una vida, de facto, más pobre y libre que se deja evangelizar por los pobres.

– Recuperamos el antiguo valor monástico de la hospitalidad, como forma de acoger al otro; entendemos el fruto de la hospitalidad que Dios nos otorga en Cristo y lo vivimos como una ofrenda de nuestros propios espacios de vida a aquellos que están privados de ellos.

– Hemos adquirido mayor coraje misionero en la elección de anunciar el Evangelio en las «periferias» reales del mundo, donde la proclamación nunca ha resonado y la persona parece estar más lejos de Dios. Donde aparecen mayores riesgos y obstáculos y la cosecha es menor; donde es necesario ofrecer a Dios y su Palabra de una manera nueva, sobre todo, desde la afabilidad y solidaridad, sin la ansiedad de hacer proselitismo.

– Agradecemos la tendencia progresiva de la internacionalización, que hace que la vida consagrada y el propio instituto sea cada vez menos eurocéntrico. Esto nos permite superar la idea de que el «centro» (o lugar de origen del carisma) es el modelo que expresa mejor todos los aspectos culturales, de planificación y carismáticos del instituto en cualquier parte del mundo. De esta manera, se valoran muchas necesidades y provocaciones que surgen en las periferias y son fuente de  creatividad e innovación.

– Practicamos el abandono de la nostalgia por el pasado (que nunca volverá) y damos una bienvenida realista al presente (con sus sombras pero también sus luces). Si hemos logrado un clima que confía en el camino hacia el futuro (que pertenece a Dios) que discierne con concreción e imaginación. Asumimos la visión del profeta que sabe que lo suyo es ofrecer, a la luz del propio carisma, la construcción de un mundo más hermoso y humano, más respetuoso y pacífico, hogar de todos y para todos.

– Nos capacitamos para traducir el carisma propio al «idioma y dialecto locales», ofreciendo un mensaje que signifique algo para una cultura secularizada, de modo que no sea propiedad privada (signo de muerte). Así nuestra propuesta tendrá incidencia y no será percibida como un «bucle» del que no sabemos salir. Es tiempo para captar y valorar aspectos nuevos e inéditos.

– Creemos en el nacimiento o el florecimiento de familias carismáticas, como una posibilidad ofrecida a los laicos que comparten el carisma en la vida secular, en la profesión, en la familia y se unen de diversas formas de pertenencia al instituto para beneficio de la misión de toda la Iglesia.

– Cuidamos una conexión cada vez más estrecha entre la vida activa y contemplativa dentro del mismo instituto, y entre la dimensión mística y apostólica en cada persona consagrada. Se trata de un viaje formativo entendido como una conformación progresiva con los sentimientos de Cristo que es el tesoro de la vida de la persona consagrada. Esto nos lleva mucho más allá de un comportamiento correcto, apunta hacia un modelo de santidad comunitaria, no solo individual.

– Recuperamos la centralidad y especificidad del carisma en la identidad de la persona consagrada, evitando, para los varones, el riesgo de la progresiva clericalización y promoción, y en el caso de las mujeres, de la pérdida de la identidad femenina.

– Prestamos mayor atención a la formación inicial, desde la seriedad del discernimiento hasta la calidad del acompañamiento personal. Esto exige mayor dedicación a una destreza que dura toda la vida y que comprende la dimensión ordinaria en la vida cotidiana y el crecimiento de la docibilitas (= aprender a aprender), para que todos sean libres para permitir que la vida se forme a la luz de la Palabra.

– Cuidamos de manera especial la formación del corazón, no solo para evitar escándalos, sino porque quien es virgen por el Reino de los cielos aprende cada vez mejor a amar a Dios con el corazón humano y a la persona con el corazón de Dios.