Sin embargo, había relato y sospecho que detrás vida, pasión y hasta futuro. Detrás de esos jóvenes y millares como ellos aparecieron ante mí un mundo de valores que no son los que presento y creo. Y, como tantas veces, me surgió la inquietud de plantearme si nuestros «mundos» pueden encontrarse, si se pueden reconciliar, si pueden transitar en diálogo y no en abismo.
Pero volvamos a las palabras. Cada afirmación de estos jóvenes aparecía subrayada con el adorno expresivo de «en verdad». En medio de tanta ficción, «en verdad» aparece para recordarnos que el motivo del diálogo no es el argumento de una película. Aún más, se me antoja que ese «en verdad» es no solo afirmación, sino reclamo: es su verdad. Están pidiendo que de una vez escuche-escuchemos su verdad. Con todo, suena un tanto anacrónico que, en medio de una conversación centrada en la informalidad de estilos de baile sostenidos en sonidos irregulares, la expresión «en verdad» se ofrezca con igual fuerza que su presencia en la Sagrada Escritura. ¿O sí? ¿Habrá que abrirse a esos nuevos latidos de verdad que también celebran y comparten nuestros jóvenes? ¿Habrá otras verdades que premeditadamente no escuchamos?
Otra expresión que adornó el relato fue «obviamente». «Obviamente y en verdad» se repitieron hasta un centenar de veces. A veces de manera alternativa, otras sucesiva y siempre reiterativa. Más que dar calidad al texto, era el contenido del mismo. «Obviamente» se presentó tan expresiva que venía a confirmar lo que todos veíamos. Obviamente subraya una verdad alternativa pero apasionante (al menos para ellos). Obviamente quiere significar que las cosas son así y lo extraño es que exista alguien como yo que lo que estaba oyendo no le parecía ni obvio, ni evidente, ni único… ni siquiera posible.
Al escucharlos traté de ponerme en la situación de sus padres y sus diálogos obvios con ellos. Me empecé a preguntar cómo serán los relatos de contraste cuando los padres planteen un futuro y ellos formulen otro que, por supuesto, les parece obvio. También me pregunté por la verdad que sostiene sus vidas, el sentido de hacer lo que hacen y vivir como viven. Me pregunté si cuando los padres les hablan «en verdad», esto les suena a verdadero en sus entrañas.
Y puestos a preguntar me pregunté por los valores que sustentan nuestras congregaciones y que a mí me parecen obvios, pero supongo que para una buena parte de nuestra sociedad juvenil suenen más bien oscuros, obtusos, alambicados y poco creíbles desde «su verdad». Y las preguntas y las zozobras me llevaron a este texto que sin que mis compañeros de viaje se diesen cuenta, en realidad, escribieron. Al llegar a Madrid, se bajaron deprisa para comenzar la quedada de sus músicas y bailes. Yo con menos prisa me fui haciendo a la convicción de que no puedo-podemos seguir como si la realidad no existiese. Ofrecer comunión, solidaridad, gratuidad, música que evoque un mundo diferente no pueden ser solo palabras, se entiendan o no. Esos jóvenes anónimos, con sus vidas sustentadas en ese «en verdad» –para mí, muy ambiguo– están pidiendo, sin pedirlo, que alguien ponga en obra valores que se ven, se palpan, se reconocen porque ofrecen fututo, acogida y reconocimiento de todos y lo hacen, además, «obviamente». ¿No serán «obviamente» y «en verdad» expresiones muy necesarias de la vida religiosa?