He aquí la respuesta: “Mi convicción es que la fe de las personas, la relación que cualquier persona tenga con Dios, sea el Dios que sea, eso es lo más personal que una persona tiene, y nadie se puede meter con eso, nadie puede invadir tu conciencia en eso. Y yo desde un principio me dije: estos hombres no me van a ganar. Para mi, mi fe es importante, para mi ser católico es importante, no soy el mejor de los católicos, pero por lo menos mi fe es importante para mi. No los voy a dejar ganar. Por eso he tratado de mantener mi fe dentro de lo que he podido”.
Admirable respuesta. La fe es un asunto personalísimo que, sin duda, puede tambalearse ante determinadas circunstancias, pero también reforzarse. Porque la causa, el motivo, la razón de la fe no es el buen o mal ejemplo de los eclesiásticos, sino la libertad del que se ha sentido seducido por el Evangelio. La Iglesia propone la fe, invita a creer, pero la causa última de la fe es Dios que mueve mi libertad a creer. Importa dejar claro que el motivo de la fe es Dios mismo ante posibles escándalos que, a veces, nos invaden al notar los pecados de la Iglesia, de su jerarquía o de fieles cualificados. Yo no creo ni dejo de creer porque el Papa o los Obispos sean santos o pecadores, actúen a mi gusto o a mi disgusto. Yo creo, en definitiva, porque Jesucristo me ha seducido y porque el Espíritu me mueve a creer.