¿Por qué hay lo que hay?
Tengo que reconocer que con respecto a los jóvenes y la vida consagrada me asalta una lucha interior. Les comento, por un lado, pienso que hemos llegado a un punto de madurez en el cual la preocupación está abriendo paso a la decisión. Hay muchas ideas, algunas muy buenas, que suponen cambio y además se aventuran a formular los riesgos de ese cambio. Por otro, el ambiente de la vida consagrada empieza a sembrarse de artículos, escritos y webs reiterando lo que ya hacemos y hacemos bien. No sé por qué, creo que intentaremos llenarnos de documentos, encuentros e intercambios de ideas que nos dejen en el anhelo de lo imposible con la certeza, una vez más, de que pasa un tren que perdemos. Me temo, por tanto, que nos refugiaremos en unas cuantas frases más bien descriptivas de lo que hay, sin llegar a la respuesta de ¿por qué hay lo que hay?
Conforme más te acercas a los carismas, percibes enseguida que se trata de auténticos regalos de novedad, frescura, belleza y verdad. Son expresiones bien claras de la proximidad de Dios con la humanidad, de ese caminar de Jesús de Nazaret en su salsa y entre los últimos diciendo y mostrando, una y otra vez, que las cosas que parecen así, en realidad son de otra, muy diferente, en el corazón de Dios. Son y recogen todas las búsquedas de los hombres y mujeres que en la historia aprendieron de la bondad el compromiso real con sus contemporáneos. No son historias iguales, ni estilos iguales. No son escuelas para parecer buenos, ni ordenados, ni calculadores, ni eficaces. Son escuelas de vida donde la bondad se vierte en compromiso, agilidad, versatilidad y comunión.
Son regalos que hemos sabido guardar. Quizá por miedo a que alguien los abriese indebidamente, les hemos puesto lazo sobre lazo; nudo sobre nudo, de manera que, al presentarse en este presente, se descubren como regalos imposibles. Y es que un joven tiende a valorar la bufanda que le regala su abuela justo cuando deja de ser joven. Allí donde la edad le va diciendo que los valores de la vida son aquellos que evocan, recuerdan o te unen a los tuyos.
Hoy seguimos ofreciendo el regalo de nuestros carismas bien atado. Con muchas cintas y lazos de historia. Tantos que todos los regalos-carismas se parecen o en la lectura de los jóvenes, sirven para lo mismo o representan lo mismo. Seguimos siendo los propietarios que, con cuidado preparamos el regalo de la vocación, dispuesto y envuelto, para ser recibido por los hipotéticos jóvenes que nos esperan. Seguimos en un discurso que habla y habla de cómo son los jóvenes, a veces sin cruzarnos con ellos, interpretando qué necesitan y cómo lo importante es que aprendan a ser «entre nosotros o nosotras».
Hace unos días oí una expresión a un religioso ni resignado ni desinformado que venía a decir, más o menos, «esto no da más de sí». Aunque en su momento me dolió, reconozco que podría completarse con una palabra más: «Esto así, no da más de sí». Y aunque parece una frase nacida en el relato del lamento, estimo que es la única posibilidad del cambio, la única pista para buscar y encontrar ese situarnos de otro modo y desde otra perspectiva ante los carismas. La solución ante la desconexión con los jóvenes no es hacer cosas y mucho menos parecer que las hacemos. Las pistas no están en los congresos, ni en las frases, sino en la deconstrucción de los estilos de vida que estamos cuidando. Si lo piensan bien, aunque sea doloroso, es bastante normal que un joven o una joven normal, no se sienta inspirado por las formas comunitarias que puede ver o los trabajos y la forma de llevarlos que percibe. Sencillamente porque necesita crear su historia, palpar la alternativa, sentir la emoción y gustar la gratuidad. Es muy desconcertante, pero al preguntarnos por los jóvenes, estamos haciendo una pregunta fundamental a la vida consagrada. Esta realidad ¿qué está diciendo de nosotros? Hay quien cree que la cuestión está en darle vueltas a por qué están los bancos vacíos en las iglesias… Nos parece que la gran cuestión es preguntarnos si esta realidad necesita esos bancos o nos está hablando de otros estilos. No es que se haga mal lo que se hacía, sino que lo que se hacía ya no es.