La ausencia o escasez de nuevas generaciones
Probablemente algunos de ustedes se encuentran en una provincia, o una congregación, en la cual faltan las nuevas generaciones o éstas están muy minoritariamente representadas.
Tenemos provincias donde la mayoría está entrando en jubilación. La edad media está sumamente implicada en el trabajo apostólico y, al parecer, bastante sobrecargada. Es una generación que, al parecer, es menos resistente que la anterior –a la que le dio el relevo. Es también una generación que sufre la crisis de la mediana edad y que por lo tanto está intentado resolver problemas personales, o los está dejando aparcados.
Tal vez hay un pequeño grupo de jóvenes –a veces de diferentes culturas- que ya han hecho su profesión definitiva, pero que no acaban de integrarse en el conjunto comunitario y mantienen las reinvidicaciones juveniles.
En algunas latitudes como Europa, la escasez de vocaciones autóctonas o su ausencia hacen sospechar que el organismo comunitario tiene los días contados por no tener capacidad autogenerativa, o estar entrando en un estado de esterilidad.
Los casos difíciles de personas jóvenes inadaptadas al medio congregacional
A veces, como superiores y superioras mayores se encuentran con jóvenes que ingresaron, generosamente, en el Instituto, hicieron su aspirantado o postulantado, ingresaron en el proceso de formación inicial y se convierten en una permanente pesadilla o preocupación, porque “no se acaba de ver”. Habría momentos en los cuales se tomarían decisiones tajantes para obviar el problema; hay ocasiones en las que uno se decide por tener paciencia; hay ocasiones en las cuales el tener paciencia parece nocivo y perjudicial para el conjunto. Puede ocurrir que haya distintos puntos de vistas entre el superior provincial y los formadores/as o encargados de la formación inicial.
Y ¿por qué algunos casos pueden ser difíciles? La respuesta no es fácil sintetizarla, pero casi como esquema, ofrezco los siguientes:
– Hay jóvenes religiosos y religiosas que no acaban de decidirse: dicen que por Jesús sí, pero no por la Congregación, no por la institución: hablan de una forma un tanto despectiva del Instituto o de “los frailes”, de las “monjas”: no acaban de “identificarse”.
– Hay jóvenes religiosos y religiosas que arrastran problemas irresueltos y necesitan una comunidad “terapéutica” tanto en el sentido psicológico como moral.
– Hay jóvenes religiosos que no logran conectar con los formadores que la congregación les ha asignado. Mantienen con ellos una tensión permanente. Hay casos en los cuales la acción formativa la reciben de personas ajenas al Instituto. Esto hace que la formación inicial tenga un carácter de iniciación en la vida espiritual, pero no en la vida específica carismática del Instituto.
– Hay congregaciones que les favorecen a sus jóvenes maestros/as espirituales ajenos al Instituto, que los conducen hacia espiritualidades –sin duda, auténticamente cristianas-, pero que no logran hacer valorar “lo propio del Instituto”. Incluso, pueden dar la impresión de que el Instituto, o la Provincia, no cuenta con acompañantes espirituales adecuados, ni con medios adecuados, ni con un itinerario espiritual que ofrecer a los jóvenes formandos.
Las instituciones formativas como problema
Hay jóvenes que no encuentra en su propio instituto un sistema formativo “razonable”, bien pensado. Les da la impresión de que el sistema formativo está sometido a la improvisación, a la falta de seriedad.
Un sistema formativo es poco serio y razonable, cuando:
– Improvisa a los formadores y no cuida la preparación y formación de formadores;
– O cuando esa formación de formadores se realiza de forma “genérica”, basada en elementos comunes de la formación, pero se desentiende de lo específico carismático del Instituto. ¡No olvidemos que los formadores son los iniciadores, los mistagogos en el espíritu del propio instituto! Y si en lugar de iniciar en ese espíritu –que se expresa en la totalidad del Instituto- inician en otro espíritu, al final no favorecen la identificación carismática de los formandos, que es de lo que se trata.
– O cuando la formación carismática es superficial porque solamente se fija en elementos externos y tradicionales, pero no capta el núcleo generador del carisma; o cuando es meramente repetitiva y no hermenéutica, es decir, no sabe cómo re-interpretar el carisma en las nuevas circunstancias, ante la nueva conciencia que emerge –de modo que da la impresión- de que el carisma lleva más hacia el pasado y la memoria, que hacia el futuro y la profecía; o cuando la formación carismática es fría, no emocional, no experiencial: en ese caso el centro formativo se encuentra aislado, con referencia casi única a la comunidad formativa.
– O cuando la formación carismática es un tohu babohu de estudios –mañana y tarde- o de experiencias no acompañadas, o de actividades… Lo propio del proceso formativo consiste en aprender a “aprender”. Más importante que lo que se enseña es el “aprendizaje”. No se necesitan en los procesos formativos enseñantes, sino maestros en el arte de aprender.
– Cuando el sistema educativo no funciona, quienes pasan por él sienten consciente o inconscientemente sus disfunciones y sus malos efectos. Es, entonces, cuando se pierden los días, las semanas y los meses. A veces se quiere arreglar en un mes de ejercicios espirituales o en unas semanas de espiritualidad –antes de la profesión definitiva- lo que no ha funcionado durante años.
La difícil relación intergeneracional y los problemas comunitarios
La relación entre las generaciones no es un problema sólo nuestro. Acontece también en las familias. En estos últimos años se ha producido y se reproduce constantente un alejamiento entre nuevas generaciones y las generaciones adultas. Lo vemos en la sociedad. Los encuentros intergeneracionales son esporádicos. Lo normal es que la juventud vaya por una parte, por otra los adultos y por otra los ancianos.
La generación intermedia ha aprendido a sobrevivir ella sola. En principio no necesita de la generación joven, como tampoco la generación joven necesita de la adulta. A lo más, sobre todo en la vida consagrada, hay buenas relaciones entre la generación joven y la adulta joven. O dicho de otra manera, a la hora de divertirse, de pasarlo bien, de explayarse y salir de la cotidianidad, nos pensamos muy bien con quién hacerlo.
Nada extraño entonces que una persona joven no encuentre en su comunidad -mayoritariamente de ancianos o ancianas-, el estímulo necesario para la diversión, para el necesario ocio imprescindible en la vida.
Es muy fácil que los problemas comunitarios y las dificultades de la relación se vuelvan crónicos. Y entonces, se conviertan también en tema monocorde de conversación y crítica. Hay personas a las cuales amargan la vida los problemas comunitarios. Hay jóvenes que ante esta incapacidad de ser comprendidos o hacerse comprender, se van cerrando a la comunicación y se van entristeciendo cada vez más hasta que pierden todas sus ilusiones.
En síntesis
He aquí cuatro desafíos serios que los superiores/as mayores deben afrontar en su ministerio: la ausencia o escasez de nuevas generaciones, los casos difíciles, las instituciones formativas como problema y la difícil relación intergeneracional. Son desafíos que salen directamente al encuentro. Son desafíos que tienen que ver con la situación de cambio epocal que estamos viviendo. No es cuestión de culpabilizarnos, sino de descubrir los caminos de solución que el Espíritu nos ofrece.
Ante los desafíos hay que actuar creativamente y con visión de lo que está aconteciendo. Por eso, la detección de los problemas o dificultades, y el diagnóstico, no es para desesperanzarnos, sino todo lo contrario: para buscar con urgencia y pasión las mejores soluciones.
Los desafíos que tienen que ver con la formación inicial o la iniciación carismática en el Instituto han de ser prioritarios para el hoy de nuestras congregaciones. Se trata de esa zona más sensible y decisiva dentro del cuerpo-organismo del Instituto en la cual se produce la “re-producción”. El espacio formativo es el espacio de la “autogeneración”. En los procesos vitales la autogeneración es la instancia primera. Por eso, la preocupación por el espacio autogenerativo es la primera instancia en el gobierno y en el liderazgo de un Instituto. Esta es la piedra de toque en la cual aquellos que sirven a un Instituto desde el gobierno, pueden reconocer si están ejerciendo un ministerio de vida y a favor de la vida o no.