Una cuestión de confianza

0
37

La fe no parece que sea cuestión de creencias sino cuestión de confianza.

El profeta lo expresó así: “Maldito quien confía en el hombre… Bendito quien confía en el Señor”…

Y allí donde el profeta había dicho: “bendito”, el salmista interpretó: “dichoso”, y hoy, con el salmista, nosotros oramos diciendo: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”.

Y, a la hora de dibujar imaginativamente al que es bendito y dichoso, y al que es maldito y desdichado, el profeta y el salmista recurren a imágenes que eran y son de casa en la vida de los fieles: el que es bendito y dichoso, “será como un árbol plantado junto al agua… al borde la acequia… que da fruto en su sazón”; no así los impíos: ellos “serán paja que arrebata el viento”…

Todo parece obvio, pero es más bien asombroso, es paradójico, porque esos benditos, esos dichosos, esos árboles que no sienten el estío –esta mañana los moradores de la calle me hablaban de su noche y de su frío-, son “los pobres”: “los que ahora tenéis hambre, los que ahora lloráis”, los odiados, los excluidos, lo calumniados, los proscritos. Ésos son los “dichosos”. Aun más, se diría que sólo ellos son los “dichosos”.

Y si, en vez de fijarte en el árbol junto al agua, te fijas en el cardo de la estepa, vuelves a experimentar el mismo asombro ante otra asombrosa paradoja, pues esos cardos, que habitan la aridez del desierto, son “los ricos”: “los que ahora estáis saciados, los que ahora reís”, los admirados por todos, los envidiados de todos…

Ahora nosotros, desde la fe, habremos de escoger lo que queremos ser. Y todo nos parece obvio si la elección es entre bendición y maldición, bienaventuranza y desdicha, árbol junto al agua y cardo en la estepa. Pero todo se nos vuelve paradoja cuando nos dicen que hemos escogido pobreza y no riqueza, lágrimas y no risas, ser odiados y no reconocidos, ser excluidos y no admirados…

Entonces recuerdas expresiones que tal vez has oído y has admirado y has considerado normales, como de andar por casa: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (el salmista); “quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta” (Teresa de Ávila); “mi Dios, mi todo” (Francisco de Asís)… E intuyes que esas expresiones sólo tienen sentido si las dice un pobre –dichas por otro serían sólo un sarcasmo-.

Si nos ponemos en la fila de la comunión con Cristo pobre, vamos diciendo que escogemos la confianza en el Señor y no en la riqueza, escogemos servir y no dominar, escogemos amar a todos y no ignorarlos…

Si nos ponemos en la fila de la comunión con Cristo pobre, la vida –la nuestra como la suya- se hace de los pobres, la paz se hace de los pobres, el pan se hace de los pobres…

Si nos ponemos en la fila de la comunión con Cristo pobre, sellamos nuestra opción de ingreso en un mundo de hermanos.

Que nadie ofenda a Dios, blasfemando contra el Espíritu Santo, haciéndole aliado de nuestras manías de grandeza, de nuestros sueños de poder, de los demonios que en todo tiempo y lugar empujan a matar para ser grande.

Si nos ponemos en la fila de la comunión con Cristo pobre, quiere decir que “sólo Dios basta”.

Es una cuestión de confianza.