Tras este preámbulo empieza el elogio de Francisco: en Asís “nació al mundo un sol… Siendo jovencillo, en contra de la voluntad de su padre” se dedicó a servir a la señora pobreza, “se unió a ella y la amó más intensamente de día en día”. Y luego viene esta hermosa comparación: la señora pobreza, “privada del primer marido” (o sea, de Jesucristo), más de mil cien años vivió despreciada y oscura, sin que nadie la invitase hasta entonces”. San Francisco nació en 1182, por eso puede decir Dante que la pobreza estuvo más de mil cien años sin cortejo. Se refiere después Dante a los primeros seguidores de san Francisco y los califica de “familia atada por el humilde cordón”. Después recuerda su encuentro con el sultán Malek al Kamel, en cuya presencia “predicó a Cristo, encontrando aquella gente demasiado reacia a la conversión”. Tras este encuentro Francisco se volvió a Italia, y allí “de Cristo recibió el último sello que sus miembros llevaron durante dos años”. Se refiere a las llagas de las manos, los pies y el costado.
Así termina el elogio del santo de Asís: “Cuando a Aquel que le eligió para hacer tanto bien le plugo elevarlo hasta el premio que merecía al hacerse tan humilde, a sus hermanos como a legítimos herederos, recomendó a su dama más querida y les ordenó que la amasen con fe”. Luego viene un asomo de tristeza mirando a los seguidores del santo, que también aparecerá al hablar de los hijos de Domingo, pues algunos son como ovejas que se apartan del “redil” y quedan “escasas de leche”. Podemos entenderlo como una advertencia para que nunca decaiga el primer fervor ni los primeros amores.