COMPASIÓN, ENSEÑANZA Y PAN (Mc 6,30-44). PROPUESTA DE RETIRO

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¿Quién es Jesús? Esta es la pregunta que estaba presente en la primera comunidad cristiana, y de ella van a ir surgiendo los escritos del Nuevo Testamento como respuesta existencial. Si esta pregunta movió a avanzar y a caminar a los primeros cristianos, también a las comunidades del s. XXI, esta pregunta nos tiene que mover, y remover, para no quedarnos parados en la incertidumbre y caminar.

Dejemos resonar esta pregunta en lo hondo de nuestro ser, y comencemos en este día de retiro un camino de escucha amorosa de los testigos fieles que nos legaron su experiencia y la vida que de Jesús recibieron. Por ello nos vamos a acercar a uno de los evangelistas, san Marcos, autor del primer Evangelio.

Él, en su narración evangélica, nos quiere comunicar que Jesús es aquel que conduce del desierto a la vida, y esto lo expresa con un relato que conocemos como “la multiplicación de los panes”. Gran parte del Evangelio está consagrada a los encuentros de este Maestro de Nazaret itinerante que enseña, sana, y da de comer a los que le escuchan y están necesitados. Todos los gestos de Jesús expresan el “no de Dios” a toda forma de ignorancia, parálisis o idolatría que alteran la creación que salió de las manos de su Padre; y afirman el “sí de Dios” a la vida y al crecimiento, por eso Jesús hace andar de nuevo al paralítico, da la vista al ciego, da de comer a la muchedumbre hambrienta…; nos muestra así quién es Dios, y cuál es su deseo, su sueño más profundo desde la creación: que el hombre viva.

Acerquémonos a Él con esta certeza en el corazón: Dios quiere hoy para mí que viva. Y su soplo creador me viene por la escucha de este Evangelio concreto.

En Marcos descubrimos que hay un duplicado, dos relatos de la multiplicación de los panes, uno en el capítulo seis y otro en el capítulo octavo (cf. Mc 6,30 / 8,20)1. No es al azar relatar dos veces un mismo gesto de Jesús, es una forma escalonada de anunciar el banquete del Reino, que será un banquete para el pueblo de Israel (cf. Mc 6), simbolizado en los 12 cestos sobrantes del primer relato; y además un banquete no cerrado, sino que se abre a los gentiles (cf. Mc 8), simbolizado en los 7 cestos que sobraron en el segundo relato. Leámoslo atentamente.

[Lectura en paralelo Mc 6,30-44; Mc 8,1-10].

Una mesa abierta que instruye

En este espacio narrativo, que va de Mc 6,14 a Mc 8,21, podemos pasear nuestra mirada, y ver que se acumulan las referencias a la comida, incluida la polémica con los fariseos y los escribas, que ponen trabas a las comidas de los discípulos, y la generosidad hacia la extranjera siro-fenicia, que es aceptada a comer el pan de los hijos. Este episodio de la siro-fenicia, y la curación del sordomudo en territorio de la Decápolis, sirven para introducir la segunda multiplicación de los panes, donde Jesús extiende la comensalidad a los extranjeros. Es la apertura del banquete del Reino de Dios, no solo reservado a Israel, sino también ofrecido a los gentiles. Una mesa anticipación del banquete escatológico y participación del mundo futuro2.

Podemos apreciar así como la comida es importante para Jesús. Para un judío comer no es un acto de supervivencia, es expresión de la voluntad de estar de parte del Señor o de los ídolos, y una elección deliberada por el Señor para crecer en discernimiento, y distinguir el bien del mal, la vida de la muerte. Por eso comen unos alimentos y otros no, con unas oraciones al iniciar y al terminar, con unos ritos…Comen de diferente manera que los pueblos que les rodean, que son paganos y sirven a otros dioses. El judío al comer da testimonio de su identidad, de su ser y de su existencia, por ello en esta comida con la multitud, Jesús va a mostrar su identidad, su propio ser: Él es el pan que sacia a todos, que se da a todos, que se multiplica para todos.

Si nos confrontamos con este Evangelio, cabe preguntarnos: ¿Cómo es mi “mesa común” de cada día? ¿Expreso con ella mi voluntad de elegir al Señor? ¿Él es mi pan de vida?

La participación en la “mesa común”, o comensalidad, es un rasgo característico del ministerio de Jesús, que sorprendió y escandalizó a muchos, pero que abrió su mensaje a gente inesperada para Israel: Jesús aparece invitado a la mesa de Leví, sentado con publicanos y pecadores (cf. Mc 2,15-17); se sienta a la mesa de Simón el leproso (cf. Mc 14,3-9); se hospeda en casa de Marta y María (cf. Lc 10,38.39); comió en casa de uno de los jefes de los fariseos (cf. Lc 14,1-6); entró en casa de Zaqueo, rico jefe de publicanos (cf. Lc 19,5-7).

En otras ocasiones, Jesús se muestra como anfitrión (cf. Mc 7,1-2), concretamente en la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ofrece alimento abundante a la multitud; y en la Última Cena reparte el pan y el vino a los discípulos (cf. Mc 14,22-24). Más tarde, Resucitado se sienta a la mesa con los discípulos que huyen a Emaús (cf. Lc 24,30) y come con ellos cuando se aparece a los Once (cf. Lc 24,4-43). Si leemos detenidamente los textos citados, se aprecia que todas las comidas de Jesús son ocasión de enseñanza, a veces suscita polémica, pero siempre es anunciadora de su Buena Noticia de parte de Dios.

¿Nos sentamos a la mesa de Jesús de verdad? ¿Nos dejamos instruir por Él?

Ciñéndonos al episodio de la multiplicación en Marcos, observamos que: la primera multiplicación está precedida del banquete de Herodes en su palacio. Contrasta la comida de Jesús y la multitud (cf. Mc 6,30-45) con el banquete en el palacio del rey Herodes (cf. Mc 6,14-39). No es lo mismo comer con Jesús, que sentarse a la mesa de Herodes, son dos comidas diferentes. En la comida de Herodes no aparece el sí de Dios a la vida, sino la triste danza de la injusticia y la muerte. En la comida de Jesús, y la muchedumbre hambrienta, aparece la acogida compasiva en la mirada de Jesús a todos sin distinción, y se realiza el crecimiento de lo humano por el alimento y la misericordia dados.

¿Estoy sentado a la mesa de Herodes? No es un juego, nos va la vida en ello.

El segundo relato de la multiplicación (cf. Mc 8,1-10) es precedido de la curación del sordomudo, donde resuena con fuerza el “Effatá”, el “ábrete” pronunciado por Jesús, ante el cual comienza a abrirse el oído, para después soltársele la lengua al sordomudo. Visto desde esta perspectiva, en la multiplicación de los panes se da también una apertura de la mesa de Dios a los gentiles. Sentarse a esta mesa improvisada en el desierto, es signo del cuidado solícito de Dios con todos. Dios prepara una mesa en el desierto, a través de los gestos y palabras de Jesús, partiendo de un pequeño germen, por eso les dirá: “¿Cuántos panes tenéis? Id a ver” (cf. Mc 6,38). El inicio del Reino es siempre insignificante, Dios es quien lo hace crecer y desarrollarse, por eso es importante dejar resonar esta pregunta dentro de nosotros, para que se nos abra el corazón a la acción de Dios en nuestra vida.

El doble lazo de la compasión y la enseñanza

Si nos acercamos a la escena del primer relato, vemos que Jesús quería ir a un lugar solitario con los discípulos y descansar. Este “lugar aparte” (kat’ idían) no es tanto un sitio físico, sino que indica lo peculiar, lo propio, lo familiar, y Jesús lo quería para descansar, y según el sentido original del texto, cesar toda actividad con el fin de orientarse hacia arriba (anapauo).

Pero la multitud se les adelantó, y fueron tras Él, y ocurrió que Jesús: “Vio la multitud, y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (cf. Mc 6,34). “Compadecerse o tener misericordia” son gestos que muestran la forma de proceder de Dios con los hombres. Jesús tiene los sentimientos de Dios.

Y junto a la “compasión”, aparece el verbo “enseñar” (didasko), como surgiendo de aquella verdadera compasión. Así es como Jesús pastorea a su pueblo.

Y nosotros, ¿nuestro instruir nace de la compasión?

Esta compasión está ausente en los discípulos, ellos le dicen: “Despídelos, para que vayan a las aldeas, y pueblos del contorno, a comprarse de comer” (cf. Mc 6,36). Este “despídelos”, tiene en griego el sentido de “desatar” (apolyo), y expresa la idea de separación. Pero Jesús no quiere, se ha atado, se ha ligado a esta multitud a través de un doble lazo: la compasión y la enseñanza, ¿cómo los va a despedir?

Tras este despídelos, resuena en la escena un imperativo crucial: “Dadles vosotros de comer” (cf. Mc 6,37). Jesús concretiza su voluntad. Él no despidiendo a la gente, atándose a ella con este doble lazo entrañable, indicó a sus discípulos el camino de la Vida: dar de comer, saciar el hambre de cualquier tipo que la humanidad sufre.

En la mesa de Herodes hay apariencia, máscara y muerte, en la comida que Jesús proporciona hay vida sobreabundante, enseñanza y pan. Comer con Herodes es diferente de comer con Jesús. Incluso, más adelante, una vez a solas en la barca, Jesús habló con sus discípulos de Herodes, y les dijo: “Estad atentos [abrid los ojos] y evitad [guardaos] la levadura de los fariseos y de Herodes” (cf. Mc 8,15)3. De nuevo hace referencias al pan (levadura), a Herodes y a una apertura, esta vez de los ojos. Y es que aún no han comprendido los discípulos de qué era signo la multiplicación de los panes. Por eso por dos veces dirá Jesús: “¿Aún no entendéis ni comprendéis?” (cf. Mc 8,17. 21).

Profundicemos en el texto para comprender a Jesús y lo que quiere enseñarnos.

 El desierto convertido en mesa

La narración describe la escena y detalla que: “Se acomodaron [recostaron] en grupos de cien y cincuenta” (cf. Mc 6,40). Son los discípulos los encargados de hacer que la multitud se recline, como para un banquete, sobre la hierba verde y se acomoden. Con la distribución en grupos de cincuenta y de cien, Marcos evoca al pueblo en el desierto. El campamento se distribuyó en grupos de mil, de ciento, de cincuenta y de diez al instituir Moisés jueces (cf. Ex 18,24s). La cuestión que resuena de fondo es: “¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto?” (cf. Sal 78; 107), tal como el pueblo se había cuestionado desde la salida de Egipto. Jesús se revela como el Nuevo Moisés portador de una nueva Ley, que da plenitud a la Ley de Moisés, y sacia de pan al pueblo en el desierto, que anda como ovejas sin pastor y necesitan ser pueblo de verdad.

La incomprensión de los discípulos no es meramente anecdótica. El narrador Marcos la ha insertado en un proceso creciente de incomprensión por parte de los discípulos hacia Aquel al que tan generosamente siguieron, y que tan pacientemente les ha ido instruyendo4. Incluso la incomprensión se convierte en traición por Judas, uno de los Doce (cf. Mc 14,10.20.43-46). Marcos, en el diálogo de Jesús y sus discípulos sobre cómo dar de comer a la multitud, ha querido mostrar el abismo que separa al Maestro de los discípulos5.

En la lógica de Jesús caben la compasión y la misericordia, que son atributos de Dios6. La Biblia muestra frecuentemente la imagen de Dios como pastor, y el pueblo como su rebaño. Por eso, la compasión de Jesús ante el pueblo desorientado, muestra su autocomprensión como el pastor que Dios había prometido a su pueblo.

¿Quién pastorea nuestras vidas? ¿Es Dios quien lleva las riendas de todo? ¿Le dejo ser el Pastor? ¿Le dejo convertir mi desierto en mesa sobreabundante?

Se percibe en el trasfondo de este relato el salmo 23, la oración por excelencia del pastoreo de Dios: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas…” (cf. Sal 23,1-2). El salmista presenta las relaciones de Dios con el hombre como un pastor con la oveja, que no es una fiera, sino un animal doméstico, perteneciente a la domus (casa). El hombre es oveja cuando se ofrece domesticado a la guía de Dios, es oveja cuando humaniza sus tendencias feroces, dirá Schökel. De alguna manera, con su gesto, Jesús está humanizando a esa muchedumbre, dándole una identidad de familia, comen todos del mismo pan y bajo el cuidado de un mismo pastor.

En el verde de las praderas también se revela la tierra materna, que ofrece su regazo acogedor, evocando la vida en el paraíso, el jardín del Edén que relata el Génesis (cf. Gn 1,30; 2,10). La oveja, si se deja conducir como animal de casa, llegará un momento en que podrá decir: “Tu vara y tu cayado me sosiegan”, es decir, el golpe rítmico de tu cayado al andar, me certifica tu presencia conocida y tranquilizadora. Por eso la oveja podrá decir: “Nada temo porque tú vas conmigo”.

Sí, la presencia de Dios en nuestras vidas disipa los miedos y hace avanzar. ¿Cuáles son los miedos que me paralizan? ¿Busco la presencia de Dios para salir de ellos?

Se volvieron al lamento

El libro de los Números, que describe las etapas del desierto (cf. Nm 4-14), dice que el pueblo se cansó del maná y que: “Los hijos de Israel se pusieron a llorrar [volvieron a sus llantos], diciendo: ¡Quién nos dará carne para comer!” (cf. Nm 11,4). Literalmente dice que “se volvieron a sus llantos” (shub), no se volvieron al Señor, sino a sus lamentos.

Comenzaron a acordarse de Egipto: “¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos!” (cf. Nm 11,5). Y experimentaron su debilidad, tal como dice el texto: “En cambio ahora se nos quita el apetito” (cf. Nm 11,6). Están hartos de solo ver maná. ¿Qué ha sucedido si ese es el alimento que el Señor les dio como signo de su cuidado? El pan del cielo no sacia a quienes se detienen a mirar hacia atrás con añoranza, el hoy se les queda vacío de contenido. ¿Vivo yo en la añoranza de otros tiempos?

Como ya no valoran el maná, no les sacia; quieren otro alimento, y cuando uno tiene el corazón insatisfecho, deseando lo que no tiene, se encuentra en el campamento como los israelitas: “El pueblo lloraba, una familia tras otra, cada uno a la entrada de su tienda” (cf. Nm 11,10). Podemos estar así, fuera de nosotros mismos, siempre a la puerta llorando, quejándonos, deseando otra realidad de la que Dios nos presenta, otro alimento.

El Señor tiene una pedagogía para enseñar a su pueblo: la de lo cotidiano y la desinstalación, que es la del maná. Vamos a verla, porque es la que usa con nosotros.

Pedagogía de Dios: lo inesperado y habitar el sitio

Los israelitas, al ver el maná, se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto?” (cf. Ex 16,15a) Maná es una invitación a plantear buenas preguntas, y educar la voluntad y las opciones para el discernimiento. Pero, la gran mezcolanza (cf. Ex 12,48) salida de Egipto, no aceptó esta situación de constantes sorpresas, inseguridad y preguntas. Pero el maná sujeta al hoy sin saber qué pasará mañana.

Y junto a esa desinstalación, Dios usó la herramienta de “habitar el sitio”.

Solo se podía recoger la ración para un día, menos el día sexto que recogieron doble ración, dos ‘omer por persona, porque el sábado es el día de descanso en honor del Señor. (cf. Ex 16, 22). Parece ser que les costaba obedecer y el Señor tuvo que intervenir y les dice: “¿Hasta cuándo os negaréis a guardar mis mandatos y mis instrucciones?…Que se quede cada uno en su sitio y no se mueva de él hasta el día séptimo” (cf. Ex 16,28s).

El Señor hace una exhortación a no escapar, a habitar plenamente su sitio cada cual. Cesar toda actividad en sábado les permite reconocerse, encontrarse ante el Señor en plenitud, y dejarse transformar y alimentar por Él. Le cuesta al hombre parar. Pero comer el maná quiere decir “estar enteramente” a disposición del Señor, con todo tu ser y con todo tu cuerpo, por eso cesa toda actividad el sábado; y esto conserva el dinamismo de la búsqueda insaciable de Dios.

Esta mesa en el desierto que Jesús prepara, aderezada de compasión y enseñanza, da a la multitud la posibilidad de vivir el hoy en la providencia de Dios como alimento, con la sal de lo inesperado, y la luz de habitar el sitio, el lugar de la Presencia que es el día de reposo, donde el hombre aprende a recibir el ser de Dios.

 

1  Mateo y Marcos presentan dos relatos, Lucas y Juan uno solo.

2  Cf. M. Pérez Fernández, Textos fuente y contextuales de la narrativa evangélica, Biblioteca Midrásica 30 (Verbo Divino, Estella (Navarra) 2008) 440-442; Cf. F. J. Moloney, Mark. Storyteller, Interpreter, Evangelist. Peabody (Massachusset (Hendrickson Publichers) 2004) 171; L. Sánchez Navarro, Testimonios del Reino. Evangelios Sinópticos y Hechos de los Apóstoles (Ed. Palabra, Madrid 2010) 135-160; D. Marguerat (eds.), Introducción al Nuevo Testamento. Su historia, su escritura, su teología (Desclèe de Brouwer, Bilbao 2008); J. L. Ska, El camino y la casa. Itinerarios bíblicos (Verbo Divino, Estella (Navarra) 2005) 199 – 202.

3  Entre corchetes está la traducción más literal, de acuerdo al griego de la koiné.

4  Citas que muestran esta incomprensión tan peculiar de Marcos: Mc 4,13-14; 38- 41; 6,49-51; 6,52; 8,16-21; 8,31-33; 9,32; 10,35-45.

5  Cf. J. R, Donahue – D. J. Harrington, The Gospel of Mark (Collegeville, Minnesota (The Liturgical Press) 2002) 211.

6  Cf. Ex 22,27; 34,6; Dt 4,31; Jr 3,12; Jl 2,13; Sal 78,38; 86,15; 103,8; 111,4; 116,5; 145,8. 17.