Claves para comunicar y transmitir la alegría de la vida religiosa.
No hay duda que a veces acogemos mejor al mensajero que al mensaje. Eso se dice que ocurrió en el primer viaje de Juan Pablo II a Estados Unidos, en otras ocasiones ocurre al revés; y algo así pasó, en bastantes circunstancias con Benedicto XVI. Para más de uno lo que dice y el lenguaje que usa y el de su testimonio de vida son las claves de la popularidad del Papa Francisco. Afirmar eso no es decir poco. Él no tiene ninguna estrategia de comunicación pero consigue transmitir muy bien su proyecto de Iglesia, de vida cristiana y de sociedad, relata bien lo que vive. No hay duda que a ratos despierta más entusiasmo el buen decir que el mismo contenido. La vida está mucho en la palabra. El lenguaje evidencia nuestra concepción del mundo y el manual de conducta que sigilosamente forma parte de nuestro ser y pensar; configura nuestra realidad y dice nuestra identidad.
Ambas realidades están íntimamente relacionadas y si aprendemos bien esta mutua relación podemos usarla provechosamente para transmitir nuestro proyecto de vida religiosa1. No hay duda, tampoco, que en la elaboración de textos y “discursos” tienen que intervenir el cuerpo y el alma, los pies y las manos, los labios y el corazón y nuestra gran visión de presente y de futuro. Hace unos días leía una importante afirmación del Decálogo del buen periodista: “Trabaja el pan de la limpia información con la sal del estilo y la levadura de lo eterno y sírvela troceada por interés, pero no usurpes al hombre el gozo de saborear, juzgar y asimilar el contenido con la buena expresión”.
No hay duda que impactamos más con lo que hacemos que con lo que decimos. Sin embargo, hay que prestar mucha atención al discurso; a la comunicación que nos permite informar, inspirar, compartir, persuadir, influir y hacernos visibles.
¿Cómo se anuncia y comunica bien esa realidad? No es fácil decir cómo se enfoca el decir y el contar una forma de vida que nos permite ser felices, fieles y fecundos. Es decisivo para la vida consagrada comunicar bien lo que es y hacer una reflexión sobre el lenguaje que tenemos que emplear en este momento coyuntural para la vida religiosa. El desafío es grande: comunicar la alegría del evangelio por medio de la vida consagrada (Evangelii Gaudium 1). Para bien hacerlo he pensado en el decálogo que debemos usar cuando abrimos la boca y anunciamos la realidad de la vida consagrada. Intentaré presentar unas claves para que nuestro anuncio deje mensaje del evangelio vivido en la vida consagrada, sea significativo y multiplique vida. Para hacerlo bien y con coherencia no nos puede faltar la delicadeza del médico, la creatividad del artista, la originalidad y claridad del escritor, la perspicacia del letrado, la responsabilidad del educador, la fuerza del profeta. Esto no quiere decir que vamos a prestar más atención al discurso que a la acción.¡Qué difícil y qué necesario transmitir la pasión por lo que anunciamos y la alegría que nos proporciona la vida consagrada! Es verdad que solo es creíble el ejemplo pero hay que saber hablar de tal forma que se dé el encuentro que nos hace felices; que nuestra palabra sobre la vida religiosa sin ser anzuelo que lanzamos para pescar, sí sea un mostrar en nosotros y hacer legible la pasión por Cristo y por la humanidad que se despierta en nuestras vidas. No hay duda que nuestra palabra sobre la vida consagrada tiene que saber recoger parte del misterio que es la vida consagrada; misterio de nuestra felicidad de religiosos que no puede demostrarse pero que puede y debe decirse y comentarse como fuente de información y de conocimientos y como inspiración de un modo de vida. Ofrezco ahora diez criterios para acertar a transmitir la alegría de nuestra vida consagrada.
Inspirado
Se nota cuando algo se ha escrito de rodillas, fruto de la oración y bajo la inspiración del Espíritu y que viene del autor a quien no le falta la experiencia mística. Por supuesto que el Espíritu no está en huelga y nos sigue impulsando hacia delante; pero a veces se nota poco cuando hablamos de la vida religiosa. Hay que afirmar de entrada que la inspiración no viene solo de arriba; viene, también, cuando estamos trabajando (Piccaso), de andar con los pies en el barro; viene de la experiencia, del ras del suelo. El Papa Francisco lo dice de otra manera: “un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo”. Se advierte la inspiración cuando aparecen semillas de esperanza, de compasión, de compromiso con el pobre, de alegría. Esa inspiración no nos lleva a evitar el sufrimiento sino a proporcionar sentido para el mismo. La vida religiosa me ha hecho gozar y sufrir. No hay duda que por nuestra opción de vida nos toca oxigenar el mundo. Para ello hay que ser don del Espíritu en la Iglesia para el mundo. Eso tiene que aparecer en nuestro decir la vida consagrada.
Hay personas que tienen un auténtico carisma de comunicación y ¡qué bien viene para transmitir la vida consagrada! No podemos olvidar que en nuestras presentaciones a la vida consagrada la ofrecemos como un don de la gracia y como un fruto del Espíritu. Al hacerlo tendemos a hablar del amor, de la misericordia, de la bondad y de la sabiduría. Por lo mismo, nuestro modo de decir la vida religiosa será como hablar de un fuego encendido. Así se entra fácilmente en la dimensión mística y profética de la vida consagrada. Para ello no podemos hacerlo sin conectar con la inspiración primera que bien podemos llamar carisma y que es enormemente energizador y movilizador. Si hay inspiración acertaremos a hablar, también, de la tensión dialéctica de la vida consagrada entre el Espíritu y la institución; entre la vida y la estructura. El uno no niega nunca a la otra pero aquél debe animar a ésta y siempre de una manera eficaz e incisiva.
Si hay auténtica inspiración presentaremos la vida religiosa como una forma de vida que se deja guiar por el espíritu. Dicho con palabras difíciles la vida religiosa está llamada a superar el déficit pneumatológico que la ha llevado a una excesiva institucionalización interna, a un debilitamiento contemplativo y a una pérdida de su fuerza mística, profética y sapiencial.
Breve, corto, preciso, directo
Es un consejo muy repetido por los buenos comunicadores y no solo por los preocupados del marketing. De la vida consagrada también tenemos que ser capaces de afirmar que el valor es superior al precio. Toca referirnos a ella con pocas palabras y con un estilo directo; se trata de transmitir que en nuestra vida optamos por elegir lo correcto en vez de lo fácil, lo profundo en vez de accidental, lo que tiene visos de eternidad en vez de lo circunstancial.
A Jesús los que querían le entendían muy bien lo que decía. Su decir era preciso y atingente. No siempre es nuestro caso.
Se trata de comunicar lo que es la vida religiosa con palabras que calen y lleguen hasta el corazón. Con tal lenguaje se contribuye a hacer la vida religiosa significativa.
Para que así sea importa que cuando presentemos la vida religiosa no lo hagamos envolviéndola en ideología. Si queremos un lenguaje claro se tiene que evitar las malas prácticas que tenemos muy internalizadas en la vida religiosa y tanto en el pensar y en el reflexionar como el actuar y proceder: las dicotomías entre oración y vida, vida comunitaria y vida de misión; las exclusiones que llevan a retirar a la vida consagrada del dominio de lo público, de lo político o de la fiesta; la sobre dimensión de algunos elementos en desmedro de otros: el cultivo del silencio en lugar de la buena comunicación; aceptar la necesaria relativización por ejemplo, debemos crear nuevas estructuras relativizando otras. En nuestro hablar sobre la vida consagrada no tiene que haber temas tabúes y que queden excluidos del diálogo. Al mismo tiempo qué importante resulta describir bien la originalidad de la vida consagrada.
Propositivo
Al referirnos a la vida consagrada se tiene que ofrecer alternativa; ella lo es. No nos deja indefinidos. Al leer algunos escritos uno se pregunta: ¿cuál es la propuesta? ¿a dónde se apunta con todo esto? ¿a dónde nos lleva esta reflexión? ¿ayudará a la Iglesia a pasar del invierno a una nueva primavera eclesial? En la vida religiosa no falta el alambre de espino que impide e interrumpe la esperanza, indispensable para alimentar y sostener la alternativa de vida consagrada; la esperanza no es fácil; desesperarse es cosa fácil y una gran tentación. El estilo propositivo pide que sea comprometido. Juan Pablo II nos recuerda que una fe que no se propone ni se comparte es una fe que se seca (NMI 4). Lo mismo ocurre con la vida consagrada.
La reducción numérica ha influido mucho en el discurso sobre la vida consagrada. Pero hay que acertar a presentar esta crisis como un peligro, que lo es, pero también como una oportunidad. He podido compartir con muchos religiosos que el tiempo está maduro pero enseguida nos ha surgido la pregunta: ¿para qué? Por supuesto que, como decía Mauriac, en otro contexto “uno se siente con poco deseo de jugar en un mundo en el que todos nos hacen trampa”.
Otro mundo y otra Iglesia son posibles. Podemos construir otra vida religiosa tras las huellas de Jesús. Tenemos que acertar a decirle bien. Lo más propositivo de todo es Jesús, de Él podemos aprender a ofrecer lo místico y lo nuevo. La vida religiosa no nace por la vía del adoctrinamiento o como un proceso de aprendizajede verdades sino por una experiencia de contacto con Jesús. Como se nos recuerda en Vita Consecrata es una linda historia por contar y por construir y de ella se habla bien en presente y en futuro.
Para ello no puede faltar la formulación de una alternativa o, mejor aún, de la vida religiosa como alternativa que no dudamos será generadora de vida. Ello es más que un simple nadar contracorriente. Es ver qué gérmenes de vida están surgiendo. Desde bastantes y serios análisis de nuestra realidad se descubren síntomas de un mundo que no da más de sí. Hay algo que no funciona y eso es un motivo más para mirar las semillas de algo nuevo que está comenzando a nacer. Mi acercamiento a la historia de la Iglesia me lleva a concluir que todos los cambios paradigmáticos de la misma han nacido en la vida consagrada. Cada vez que la Iglesia se ha cerrado a las nuevas corrientes, han surgido nuevas formas de vida religiosa y después se entra en una etapa nueva en el caminar de la Iglesia. Por lo mismo, tenemos que repetir que debemos dejar morir una determinada figura para que nazca un nuevo paradigma de vida religiosa. De varias de las afirmaciones de este párrafo podemos concluir que estamos en uno de esos momentos de vida cristiana. A la vida religiosa le toca ser más evangélica, nazarena, pascual, mística y profética para contribuir adecuadamente a la nueva etapa de la historia de la Iglesia. Estamos todavía en momento de caos y desconcierto pero de búsqueda y de tenacidad. Una especie de biografía testimonial del seguimiento de Jesús en nuestro mundo, una cristología viva y revitalizadora. Necesitamos narrar y contar en tono de Pascua, no ya las grandes hazañas ni las remotas victorias sino los sueños de humildad. Esto lo conseguiremos anunciando el caminar con Jesús aún sin reconocerlo y hablándole desde una autenticidad herida de amor y presa de esperanza.
Narrativo y testimonial
Narrar la vida religiosa es contarla. Lo emotivo no puede faltar en esa narración; en ella no debe estar ausente lo racional y cerebral pero se la tiene que ganar el corazón. La narración auténtica no sigue la línea recta. Sigue la línea circular. La buena narración llega de vuelta a donde partió. Esa narración tiene que ser completa y no saltarse la crítica, no callarse el caos, ni la precariedad cuando se dan. Los protagonistas de esta narración son hombres y mujeres de Dios y movidos por una fuerza evangélica grande y limpia, capaz de dar pasos importantes en la renovación de la sociedad y de la Iglesia. En esa narración hay que saber “ponerse en el centro” y contar una historia en primera persona; hay que narrarse, confesarse y confidenciarse.
Contar es difícil pero es atractivo. Pide un lenguaje muy existencial. Lo narrativo tiene que ser testimonial. Se cuenta la vida. Yo te cuento y lo hago en primera persona del singular o del plural. Lo bien contado llama la atención y no tiene por qué ser extraño. Pero la sensibilidad puede percibir algo que atrae o que resulta enigmático. Suscita preguntas y pone en contacto con la realidad. Nos lleva a quitarnos la máscara que a veces nos ponemos y aparecer la mujer o el hombre que somos.
Importante que la narración de la vida religiosa no nos deje mirando hacia atrás. A veces al entrar en algunas casas religiosas o en las vidas de ciertos religiosos uno tiene la impresión de entrar en el siglo pasado o antepasado. Desde los cuadros, los adornos, los vestidos, las canciones, el lenguaje, las prácticas hasta el modo de enfocar la realidad o de vivir la emotividad o relacionarse con Jesús.
Los evangelios son narración y con un protagonista claro, Jesús de Nazaret, que creía en su proyecto. Al narrar se va aprendiendo de la vida y de la realidad. A la vida religiosa no le resulta alejarse de la realidad; cuenta con todos los ingredientes para conectarse con las expectativas más hondas e importantes de esa realidad; con bastante frecuencia se la ve atada a algo predeterminado y fijo. También la teología está intentando ser narrativa; y por supuesto, la de la vida religiosa.
Predicar, comunicar con el ejemplo, con el testimonio de vida significa que el ejemplo mueve y estimula; es decir, que es capaz de hablar a la conciencia y al corazón y dejar interpelado al que escucha. Ese lenguaje tiene una especial elocuencia aunque sea un ejemplo silencioso y lo necesitamos con urgencia en la vida consagrada. Logra colocar ante los ojos del interlocutor un espejo donde mirarse; espejo, por lo demás, que le devolverá el mejor de los reflejos al que habla o escribe.
Bíblico
No hay duda que la Biblia, la Palabra de Dios, es el alma de la vida religiosa. Esta tiene que ser ella misma Palabra. Lo que de ella digamos se debe construir sobre lo esencial del evangelio y usando palabras bíblicas, citas bíblicas, parábolas de Jesús. Lo que de ellas escribamos o digamos lo tendría que poder firmar Jesús. Por tanto, lo que anunciamos sobre la vida consagrada tiene que ser buena noticia y por supuesto debe tener olor a oveja y a evangelio. Se trata de comentar la vida religiosa a partir de la Palabra del evangelio y el evangelio a partir de la realidad de la vida consagrada.
Cuando hay mucha Biblia en nuestra reflexión sobre la vida consagrada habrá muchos gestos de ternura y de compasión, de sanación y salvación; muchos signos de alegría y gozo; muchas palabras de aliento y de esperanza, de compromiso y de solidaridad. Por supuesto, toda comunicación sobre la vida religiosa tiene que estar constituida sobre el evangelio. Y por supuesto al servicio de la realización del Reino y un reino que se formula en términos de proximidad, de compañía, de proclamación de felicidad y de realización de justicia y de verdad2.
El proyecto de Jesús ha inspirado la vida consagrada. El evangelio de Marcos señala las dos modalidades que adquiere el Reino: una sapiencial y otra profético- simbólica. El religioso llega a estas dos rea-lidades a partir del encuentro con la experiencia, la vida y ello le lleva a introducir correctivos en su programa cotidiano. Los Fundadores de la vida religiosa han sido los que mejor han escuchado la Palabra y la dicen traducida en unos caminos de vida, en vida consagrada.
Esta gran realidad tiene que evidenciarse espontáneamente en nuestro hablar o escribir sobre la vida consagrada. Y solo así acogeremos los clamores de los pobres y de los jóvenes y nos adentraremos bien en el actuar comprometido y en nuestro hacer florecer en la vida la justicia, el amor, la fe y la rectitud. La vida religiosa, en el fondo, lo que más sabe hacer es ofrecer evangelio.
Innovador
La vida consagrada nos debe llevar a lo nuevo. Evocará la primavera, ejercitará la imaginación creativa, generará visiones utópicas, nos situará en escenarios nuevos, nos hará profetas. Mucho bien hicieron las palabras del Cardenal Martini en el Sínodo de Europa: “He tenido un sueño y sentí una voz que hablaba y hablaba a la Iglesia. Era la visión de la Iglesia… era la Iglesia peregrina. Se trataba de un peregrino de la historia y de la vida… El peregrino andaba de prisa camino de la verdad. La fortaleza era lo suyo; mientras que el peregrino vivía en una tienda…Vi a los peregrinos felices”. Soñar con un mundo religioso diferente caracterizado por la misericordia, la justicia, la alegría, la paz lleva a diseñar un mundo diferente y este diseño es la vida religiosa.
La imaginación es un espacio de libertad con el que se traspasan fronteras, se exploran posibilidades que a veces el tiempo relativiza. Así se crea un espacio en el que los anhelos y deseos cobran fuerza y expresión y los sucesos no quedan silenciados en el pasado sino que se pueden revivir. El poder de la imaginación se corporeiza en el arte, la música, la literatura o la danza. A la vida religiosa hay que ponerla y volcarla en todas esas expresiones. Gracias a la imaginación tenemos la oportunidad de contar la historia de manera diferente y de verla desde una luz distinta. La hermenéutica de la imaginación recrea los relatos, reformula las visiones religiosas y encomia a quienes han hecho posible el cambio. La vida religiosa tiene tradición pero sobre todo posee algo de aire fresco, de revolución. La sorpresa del evangelio se tiene que dar a diario. No dudo que esto solo lo conseguirán hombres y mujeres con hábitos de reflexión, de discernimiento, de pensamiento profundo que superen la superficialidad que está de moda en nuestra sociedad.
No hay duda que el Espíritu nos sorprende. Lo hace chequeándolo todo con la realidad. Ello implica, tantas veces, aceptar que esta innovación pasa por desaprender caminos recorridos y aprender nuevos. El religioso deposita la historia de la vida consagrada en las manos de Dios y por eso la presenta como un constante revivir aunque tantas veces necesitamos la lucidez extraña de la noche en vela y muchas otras la audacia para vivir siempre a tiempo. El futuro siempre nos espera preparándonos para nuestra irrupción en la vida nueva y revitalizada.
Estimulante
El lenguaje de nuestro decir la vida religiosa a nadie debería dejar indiferente. Para ello tiene que haber una hermenéutica de la pregunta y delas admiraciones, de la sospecha y la provocación. Tanto con nuestro lenguaje como con nuestro mensaje debemos ayudar a cuestionar y a construir los aprendizajes que hemos introyectado y que es preciso modificar. Muchas veces al presentar la vida consagrada se trata de reconstruir y de destruir, de evocar y de olvidar.
Tantas veces al presentar algunas formas de vida cristiana se destruye algo que es único en el mundo, la vida consagrada, y se pone en su lugar lo que se puede encontrar en todas partes. Cuando hablamos de vida religiosa no pueden faltar la transparencia, la credibilidad y sentido del humor. Provocadora, recordó el Papa Francisco en Brasil con ocasión de la JMJ, tiene que ser la teo-logía y tiene que serlo la vida y reflexión de la vida religiosa. Provocador tiene que ser para el mensaje de la vida consagrada el gran mantra actual del capitalismo globalizante para el que lo único que cuenta es el beneficio y la acumulación de recursos. La provocación tiene mucho que ver con lapropuesta atractiva.
La vida religiosa no crece por proselitismo sino por atracción (EG 14). Es lo que provoca llamada y respuesta en la vida consagrada. No es una obligación sino un carisma, un don, un seguimiento apasionado de Jesús; concentra nuestra vida en lo esencial, en lo que es “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG 35). La historia no espera, sobre todo en nuestra época, en que el ritmo se embala y se acelera. Se trata de movilizar todas las fuerzas vivas de la vida consagrada para un aggiornamento radical que al mismo tiempo resulte apasionante. Se trata de presentar la vida consagrada de tal forma que la institución potencie el carisma y no lo asfixie y que no se consagre ni potencie una honestidad superficial.
Creíble
Se trata en el fondo de hacer amable lo que se cree. Amar lo que se cree es una gran exigencia. Más aún, de utilizar el lenguaje de la bondad, el amor y la libertad 3. Eso lo consiguen los santos y los sabios. No necesitamos justificar mucho lo que decimos. Basta juntar experiencia, análisis, pregunta, memoria, creatividad, cambio y vida. Solo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede convertirse en un auténtico punto de referencia. El compromiso personal es la raíz de la fiabilidad.
Cuando todo está como “danzando”, como dice Elisabeth SchüslerFiorenza, nuestro decir es creíble. Nos podemos equivocar y la vida consagrada se ha equivocado. Es bueno reconocerlo y eso hace más consistente nuestra credibilidad. No está prohibido pensar que Jesús se equivocó eligiendo a Judas. A veces “hemos dado a luz solo viento” y “no hemos aportado salvación para el país” (Is 26, 18).
Cuando disminuye o desaparece la credibilidad es mejor hablar poco o callarse. No resulta fácil hacer creíble la vida consagrada. Lo menos que podemos decir de ella es que es una realidad muy original y hasta extraña. Por lo mismo, cuesta evidenciar su credibilidad pero se puede lograr y ahí está la historia para demostrarlo.
Con imágenes
Imágenes que entren por los ojos, que nos dejan con color y con capacidad para las interpretaciones más diversas. La fuerza visual cuenta mucho y no hay duda que cuando algo se pone en color logra centrar la mirada. La vida consagrada tiene magia, tiene encanto. De ella se acierta a hablar bien con imágenes. Con una imagen podemos decir que la vida consagrada es el hilo de Ariadna; tiene misión de sacar en nuestros días a los hombres y mujeres del laberinto en el que prima el tener sobre el ser, el acumular sobre el compartir; el erotizar sobre el gozar integral.
Imagen es el expresar nuestra auténtica actitud ante los problemas de la misma vida religiosa de este momento con estas palabras: la vida no consiste en esperar que pase la tormenta sino en aprender a cantar bajo la lluvia. Fuerte es la imagen: los consagrados tienen que ser el plasma que cure las heridas de la Iglesia. No faltan los que en la vida consagrada de nuestros días no ven más que problemas y no se dan cuenta que ellos son problema ya que, por supuesto, “para un martillo todo es clavo”. Cuando tratamos de analizar lo que está suponiendo el Papa Francisco para la vida consagrada, alguien lo ha expresado diciendo que está siendo como “un balón de oxígeno”. Ello significará para más de uno respaldo y apoyo, para otros alegría grande y comprensión, para no pocos una gran exigencia y un estímulo movilizador. Imagen acertada para hablar de lo fundamental de la vida religiosa es afirmar que “hay que poner el dedo en la llaga” y sobre todo si eso corresponde al influjo de lo débil, del pobre, del oprimido.
La imagen permite interpretaciones e incluso “lecturas” diversas. Eso viene bien ya que la vida consagrada no es una realidad uniforme y monocolor. Se encarna en las personas, los grupos, las culturasy de ese modo llega a obtener la riqueza de la variedad.
Vital
Vivir es tener conciencia de hacernos, libertad de realización, derecho a consumar la estupenda realización de la condición del ser humano que alienta desde un primer instante de nuestra existencia. No es solamente haber vivido. Vivir es la existencia que aguardamos y todo el tiempo que el proyecto del Padre nos ha asignado. No hay nada más valioso que la vida. “He venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,17). La vida religiosa tiene que estar muy atenta a la recreación que le puede venir de la vida y cuidar y favorecer una sorprendente vitalidad y ejercer un conveniente atractivo sobre las nuevas generaciones.
Ella es vida, sobre todo, si está al servicio de la vida y de una manera especial de la vida amenazada; si se convierte en la punta de lanza eclesial en defensa de esa vida amenazada y en el contexto y mosaico de que otro mundo es posible. Para ello, el buen vocabulario suena mejor de esta manera: hay que volver al desierto, a la periferia, a la frontera.
A veces nos preocupamos de cuadrar la vida con la doctrina; nuestro principal intento al decir la vida consagrada tiene que ser el de cuadrar la doctrina con la vida y de multiplicar la vida; hacer brotar y multiplicar la vida. La vida religiosa es vida y es religiosa. Hay que acertar a presentarla como algo vivo, que tiene raíces, que crece y que da fruto; que precisa nutrientes. Mientras que la vida sigue avanzando y cambiando sin pedirnos permiso a veces la vida religiosa permanece atada y con deseos de atarse todavía mucho más y a algo predeterminado y fijo. Es muy frecuente que nos detengamos en la constatación de la tremenda mutación cultural que afecta a nuestra sociedad en todas sus dimensiones y que bien podemos calificar como un verdadero tsunami y que a veces quedemos paralizados. Una vez más, nuestra opción es por la vida. Las palabras de Santa Teresa de Ávila no han pasado de moda: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Ella fue una espléndida expresión de este gran deseo. La antítesis de estos estupendos pensamientos sería la muerte por aburrimiento. Eso se da cuando desaparece el gusto y el motivo para empeñar la vida en algo que merece la pena; cuando la desconfianza se adueña de la eficacia de las acciones; cuando se quiere justificar el fracaso antes de haber emprendido el trabajado para conseguir la meta; cuando se considera que la evangelización no convierte el corazón de las personas.
El que presenta, representa y comunica vida religiosa tiene que confesar que la ha vivido. Es una vida que responde a una vocación de alegría, de esperanza, de solidaridad y de buen samaritano. La vida religiosa es una fuerza única que unifica a las personas, la naturaleza y el arte. Vida vivida al trote y sin rodeos.
No hay duda que la vida religiosa con el correr de los tiempos ha ido configurando una nueva forma de vivir y de vivir con intensidad. El horizonte inspirador de la CLAR lo define así: “Una vida que sea encarnación viva de la mística, la profecía y la esperanza. Una vida con un estilo de vida más minoritario. Una vida con la presencia interpelante, activa y protagónica de las nuevas generaciones. Una vida impulsada por la intercongregacionalidad y la interculturalidad” (HI 15). Es el contagio de la propia vida, la que se tiene, lo que genera una primera adhesión. Si falla este primer contacto vital queda cerrada la puerta de entrada y por mucho que gritemos o pidamos no es viable el encuentro. No es posible.
El lenguaje de la vida consagrada no puede ser obsoleto, anacrónico, aburrido, repetitivo y moralizante. Todo lo contrario. “Ante ciertos libros uno se pregunta quién los leerá. Y ante ciertas personas al oírlas también hay que preguntarse qué leerán. Al final, libros y personas se encuentran” (A. Gide). Más de una vez me he hecho esa pregunta cuando sobre la vida consagrada he escrito o hablado. Uno se da cuenta de que tiene que ser muy sabio y, por supuesto, muy inclusivo. El lenguaje sobre la vida consagrada puede ser diverso; el del indígena será diferente que el de la persona globalizada, el del hombre que el de la mujer, el de laico que el del sacerdote. Ahora y en este momento para que nuestra propuesta se convierta en clamor hay que escuchar a los afros y los migrantes, a los ancianos y los encarcelados, a los enfermos y a los jóvenes. Son enormes las distancias que separan el lenguaje de los jóvenes del de los adultos.
De todas formas, no lo dudemos, el mejor lenguaje sobre la vida religiosa es el pascual. Como hemos aprendido en los últimos años con el icono de Betania se precisa decir con fuerza que de la muerte se puede pasar a la vida y para ello es clave la presencia de Jesús, la transformación de la fe en esperanza, de la derrota en victoria, de la tristeza en alegría, de la muerte en resurrección. Cuando presentamos la vida consagrada el Señor tiene que estar más en el centro y brillar más que el religioso, que es mero instrumento del Señor. Nuestras palabras para la vida consagrada son de apertura y de acogida, de animar y de acompañar, de buenos cimientos y de puerta de la casa, de mesa y de mesa redonda donde cabemos todos. Así conseguiremos que otros vivan la vocación de la vida.
No son pocos los “discursos” sobre la vida consagrada en que miramos el futuro con los ojos del pasado y que no acertamos a ver un presente que tenga futuro. El futuro nos pide que nos coloquemos en una actitud creativa y sin esta creatividad no vamos a ser capaces de acompañar a nadie en la búsqueda de nuevas respuestas. Para ello precisamos un lenguaje sabio y profundo. Precisamos, “hablar en cristiano” de la vida religiosa4. El que contagia felicidad. Esta expresión significa expresar en términos llanos y fácilmente comprensibles y en una lengua que “todos entiendan” y de paso que lleve fuerza, pasión y mística al alma de la vida consagrada.
1Carlos G. Valdés, Dime cómo hablas, Sal Terrae, Madrid, 2013.
2 Varios, La Palabra en la vida religiosa de hoy, Confer, octubre-noviembre, 2008.
3 Revista CLAR, Comunicación e interrelacionalidad, enero-marzo, 2012.
4 M. Borg, Hablando en cristiano, PPC, Madrid, 2013.