Cada miércoles, cuando voy a clase de alemán, voy caminando desde Sol por la calle Mayor. El otro día, mientras esquivaba turistas, me di cuenta de que en la plaza de la Villa, donde está el antiguo ayuntamiento de Madrid, según cómo miraras podrías descubrir una incipiente alfombra verde en medio del asfalto y el empedrado. No es que fuera demasiado notorio y supongo que será por las últimas lluvias, pero el hecho es que la hierba que se cuela entre las piedras de la plaza se veía mucho más que otras veces. Y la imagen, cuanto menos curiosa, me ha venido a la cabeza últimamente, sobre todo cuando el viernes se proclamaba en la Eucaristía esa promesa de Isaías de que “pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel” (Is 29,17), porque igual de asombroso e “imposible” es que Dios convierta en un fértil jardín el Líbano como que haga brotar la hierba en medio de las piedras del centro de Madrid.
Y yo me pregunto si esto de preparar el camino al Señor no tendrá que ver, más bien, con dejar que Dios siembre semillas de vida en medio de las grietas de nuestra vida y la esperanza de este Adviento no será tener la certeza de que, en medio de nuestras piedras, asfaltos y arideces, el Señor se empeña por hacer reverdecer y germinar lo que, de por sí, parecería imposible… como esa discreta e imperceptible alfombra verde que despunta en la plaza de la Villa.