Jesús toca y se deja tocar. Esto parecería algo lógico y normal, pero no lo es tanto.
En el Evangelio de hoy toca a un leproso. Dice el evangelista que Jesús sintió lástima y extendió su mano para posarla en la carne herida de lepra. Así no solo vio sino que palpó el contagio: contagio físico y contagio moral. La lepra (y otras muchas enfermedades) en el siglo I se creía que era fruto del pecado. Un castigo de Dios que ponía en evidencia comportamientos contra su Ley.
Jesús rompe con esta relación de muerte y castigo y toca el mismo pecado para liberar de una manera plena. En nuestro tiempo nos quedamos solo con la curación física, pero la reintegración en la esfera de la salvación es mucho más profunda.
Un ejemplo claro lo tenemos en la curación del paralítico que bajan en una camilla levantando el tejado. Primero Jesús va a lo esencial («tus pecados te son perdonados») y solo ante la incredulidad de los presentes cura lo físico («coge tu camilla y echa a andar»).
Volver a incluir a estos «expatriados» en el Reino es algo muy hermoso y lleno de significación. Los hace de nuevo hijos del Padre ante los ojos que los excluían. Y va más lejos. Tocando rompe esa maléfica unión entre pecado y enfermedad. Quien toca a un pecador se convierte en pecador, por ello Jesús recibe tantas críticas cuando se acerca a esos hombres y mujeres excluidos. Es más, pone en tela de juicio su ser profeta y mesías porque no se espera de quien lleva esos títulos tal comportamiento. Por ello, muchos dudan y lo abandonan.
Aun así Jesús toca y se deja tocar. Palpa en plenitud lo que estaba muerto y perdido. Nos muestra que la salvación llega en la totalidad del ser humano, en lo físico y en lo moral, siempre relacionados e interdependientes. Nos enseña, a pesar de nuestra tozudez, que es posible integrar todo e integrar a todos. Por ello los malheridos de su tiempo se acercan a él y él los toca y permite que lo toquen, como aquella mujer con flujos de sangre que lo toca de manera anónima por miedo a los demás.
Que toquemos y nos dejemos tocar en todas nuestras heridas y en las llagas de los demás, en un tacto salvífico como el del Maestro.
Grcias por estas refexiones, son de mucho bien, como mujer consagrada fortalecen mi espritualidad.
Lo recuerdo con cariño, su alumna del curso: Expertos en Teología de la Vida Religiosa
Actualmete me encuentro en Durango, México
Un abrazo.