Galilea del comienzo siempre nuevo

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Jesús está al comienzo de su actividad intensa de tres años. Ya el rocío se condensó lo suficiente para que el Reino le tome el corazón por entero. Deja sus tareas de siempre su «gana pan» y comienza a ver todo bajo el filtro de la misericordia que ha de llegar a aquellos que no pueden saborearla. 

Su Galilea se abre como tierra de mar, de cotidiano, en la que su voz y su mirada comienzan a abrir los primeros surcos de Buena Noticia. Su luz se va irradiando poco a poco como lo describía Juan en su prólogo. Una luz capaz de llamar por su nombre a unos hombres curtidos metidos en faena, pero con la esperanza acrisolada de que todo puede cambiar. 

Marineros que volverán a serlo por unos instantes después de la gran decepción de la cruz , pero que ahora son capaces de olvidarse de sí mismos, de sus redes y embarcaciones, para remar mar a dentro de lo desconocido que les propone un galileo carpintero con un nombre de perdón: Jesús. 

Pero no se pueden imaginar todo lo que les va a ofrecer ese nuevo mar de aves cuidadas por un Padre que ni atisbaban, de una felicidad de colina donde los herederos del Reino son los olvidados de la historia, de un Mesías carne de su carne que transita sus mimos caminos y que les estrena una libertad antes inaccesible. 

Solo es el comienzo. Pero también será el final de la resurrección donde un desconocido les pedirá que le den de desayunar y él mismo les preparará el desayuno de tierra que ya no puede retener al que es la Vida. 

Solo es el comienzo. Pero es el punto de partida siempre nuevo en el que se renueva el amor primero, la llamada: como la nuestra. 

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