MAESTROS EN EMPATÍA

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(Montserrat del Pozo).  Es fácilmente constatable que el ser humano es un ser social, un ser que tiene la necesidad de unirse a otros, de entrar en relación con sus semejantes para poder realizarse como tal.

Podemos afirmar que el ser humano es, por naturaleza, un ser empático, que nace con esta capacidad, pero al que no le basta tener la potencialidad de empatía, ha de llegar a reconocerla, asumirla, desarrollarla y por supuesto, pasarla a acto, utilizarla. Al igual que para otras capacidades, la educación es necesaria para facilitar a los niños la adquisición de la conciencia empática, es decir, para ayudarles a reconocerse como seres empáticos, y a que quieran crecer como personas que se definen por su capacidad de sintonía con los demás, por su posibilidad de compasión, de sentir con, de emocionarse con, en una palabra, por su empatía y además que aprendan a evidenciarla. Excelente intuición de San José Manyanet cuando pedía a los educadores “educar junto con la inteligencia, el corazón de los alumnos”, como sede en donde se desarrollan los sentimientos, las emociones, es decir, en donde se aprende y se ejerce la empatía.

Estoy convencida de que la escuela es un lugar de encuentro, y precisamente por ello es un espacio privilegiado para aprender y desarrollar empatía, por las oportunidades que ofrece de diálogo, de relación con el otro, de trabajo cooperativo, incluso por brindar la posibilidad de jugar. El juego –la actividad instintiva y que más gusta a cualquier niño– es fundamental para el crecimiento integral de la persona. Ningún maestro, ningún educador, ninguna familia puede olvidarlo. Afortunadamente hoy son muchos los psicólogos que lo entienden así, bastaría citar a Huizinga que en su obra Homo ludens (1938) habla del juego como de un fenómeno cultural y lo concibe como una función humana tan esencial como la reflexión y el trabajo.

Decía Freud que podemos afirmar de una persona que es madura cuando es capaz de amar, de trabajar y de jugar, capacidades todas ellas para cuyo desarrollo necesita la colaboración de los otros, y yo añadiría y capaz de orar, es decir de relacionarse con el Otro. Sólo en esta relación completa la persona va forjando su capacidad empática que le permite saberse ciudadano del mundo, hijo de Dios, hermano de sus hermanos y le lleva a actuar en consecuencia.

Así el desarrollo de la empatía y el compromiso empático, expresados en la atención a los otros, la decisión de hacer el bien a los demás, el compromiso con el cuidado de la casa común, que el Papa recuerda en Laudato si, son buenos indicadores del desarrollo psicológico y social de los alumnos y, por supuesto, de los maestros.