LA VIDA EMPIEZA

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Al comenzar el curso y retomar este espacio me invade como lluvia inesperada el precioso recuerdo de Isa Solà, rjm. Pienso en ella y me dan ganas de ser mejor persona, de pararme más detenida y amorosamente con los rostros con los que comparto el día a día, de vivirme más desde el Evangelio… Durante estas semanas, desde aquel 2 de septiembre, me ha acompañado la luz de su compasión entrañable y su fragilidad compartida con ese pueblo sufriente al que amó con locura. Mis hermanas de Haití la adoraban y yo la quiero sin haberla conocido. Me he sumergido en lo que he encontrado sobre ella y he llorado de gratitud y de impotencia, con la certeza de que solo un gran amor como el suyo, como el de Jesús, puede sanar las violencias de nuestro mundo.

En esta Europa protegida llevo un tiempo en que experimento mi vida religiosa menguante, aun con todos “los empujones” del papa Francisco: demasiado acomodada, con poca capacidad de riesgo, tibia para salir hacia los que claman, y  con el tema  siempre pendiente de poner más humanidad en nuestras relaciones comunitarias: no acabamos de saber querernos con nuestras heridas… Entonces llega el testimonio de Isa, brutal por la pérdida y, a la vez, fecundo (y cada día lo será más), con la alegría de los pobres a flor de piel, tejiendo esperanza y reparando vidas,  haciendo más digno y hermoso el lugar que pisaba. Solo tenía  51 años y un hambre de amor y de justicia que estallaba en su ancho corazón.

Quizás porque este mes cumplo los 50, la historia de Isa me ha conmocionado particularmente y me ha puesto de rodillas: ¿Qué quiero seguir haciendo con mi vida? ¿La ando reteniendo o la quiero ofrecer a manos llenas? Porque el amor y el agradecimiento se estrechan fácilmente cuando nos reservamos. La memoria de Isa, y de mujeres generosas como ella, me reconcilia con mi tibieza y con nuestra vida religiosa: ¡Dios quiere sanar y bendecir tanto a través de nosotras…y  Dios quiere regalarnos tanto a través de sus pequeños!

Cuando  este verano estuve en mi pueblo los quintos que habíamos nacido en el mismo año nos hicimos unas camisetas que rezaban: “La vida empieza a los 50”, me la puse para celebrarlos  y  una compañera me dijo: “¿no tienes una de los 70?”… Ahora sé que da igual la década y que la vida de verdad “empieza” cuando nos entregamos sin cuenta.