«AUNQUE NO LO SIENTAS…»

0
2125

Parece una forma de encabezar la madurez y el equilibrio cuando, en verdad, es la antesala de la ficción. Cuando te piensas en el silencio de la noche y te preguntas cuánto vives, propones, haces y dices, «aunque no lo sientas», verdaderamente puedes llegar a asustarte.

Hubo un tiempo, muy largo, en el cual en los procesos formativos y en los ámbitos que querían ser de vida, se silenció el sentimiento. Aquellas dinámicas de no mostrar alegría, aunque estuvieses alegre; o no mostrar tristeza, aunque estuvieses roto… favoreció un seco estoicismo que tiene consecuencias de calado importante. Hoy te puedes encontrar con personas en la vida consagrada que tienen muy limitado un sentido imprescindible para la consagración como es la empatía vital. Hay, o puede haber, hermanos y hermanas, que ya no saben muy bien cuándo tienen que llorar, reír, hablar o callar. Hay o puede haber hermanos y hermanas en la vida consagrada que solapan la carencia de madurez humana con capas de espiritualidad o misión o trabajo o gestión… Porque cuando la empatía no ha crecido o se la ha dejado crecer, se viene a confundir, lo que haces con lo que eres; lo que eres con lo que gestionas y la pequeña frontera de la congregación, con la inmensa frontera de la vida. Cuando la afectividad y la visión empática están dañadas nacen las miradas comunitarias de microscopio… nacen las miradas imposibles para el crecimiento sano en comunión.

La encrucijada actual de la vida consagrada necesita, para ser coherentemente iluminada, recuperar la capacidad de sentir y sentir bien. Necesita y lo necesitamos, sentir que estamos en lo nuestro, que es nuestro y lo nuestro nos importa. Y ese sentir ha de ser recíproco, para ello ha de hacerse palpable que las instancias, por nosotros creadas, necesitan a las personas, como son y sienten. No es la persona para la comunidad, provincia u organización; sino la organización, provincia y comunidad para las personas. El camino no es el adoctrinamiento, sino la persuasión, la inclusión, el ánimo y el enamoramiento.

Tener capacidad de observación te lleva a pensar que lo que viven los demás no es ajeno a tu misma vida. No estás lejos ni, mucho menos, estás en otro ámbito, división o estado. Siendo este tiempo nuestro de inmensa pluralidad, es también de evidente confluencia y similitud. Las personas venimos necesitando experiencias de vida que nos proporcionen felicidad, seguridad, amor y reconocimiento. Esto en todos los rincones del mundo, en todas las culturas y edades. Por eso, observarnos y escucharnos adecuadamente, puede ser la salida de una «madeja» que se está convirtiendo en un estilo de desgaste preocupante entre los consagrados. Las iniciativas y trayectos que no pocas congregaciones se proponen no llegan a buen puerto porque se pretende acoger y solucionar las dificultades de las personas sin un acercamiento real a ellas… y eso es imposible.

No sé muy bien si algún tiempo fue de declaraciones o documentos programáticos… Me temo que el actual no es, ni se serena con ellos. Las preguntas más inquietantes son: ¿Qué está viviendo cada uno? ¿Qué percibe de su congregación como respuesta a su vida? ¿Dónde tiene cada persona el corazón? ¿Qué es pertenencia? ¿Cómo sitúa la fragmentación ideológica y afectiva? ¿De quién realmente se fía uno? ¿Estoy enamorado/a de la misión o de «mi trabajo»?

Sospecho, y me perdonarán el atrevimiento, que en buena parte de esas preguntas recurrimos a respuestas que nacen más del «aunque no lo sientas» que de la verdadera fe. Repito que es una sospecha porque en ninguna asamblea y a viva voz se suele oír que no acabamos de sentir lo que decimos sentir… Otra cosa es en el diálogo personal, la confidencia o el silencio ante la cruz, donde irremediablemente aparece la verdad de lo que circula por las venas…

Una vez más, y también en esto, deberíamos concedernos espacios de rehabilitación para recuperarnos en humanidad. Podríamos inaugurar estructuras que reconozcan las personas que son (que somos) y no aquellas que algunos «patrones», de otro tiempo, referían como ideal de perfección. Mucho tiempo repitiendo gestos y afirmando lo que nos gustaría sentir y no sentimos, no termina por ser verdad, todo lo más media verdad o, lo que es lo mismo, una gran mentira. A la pregunta de qué nos está pasando, no se puede responder con los lugares donde estamos, ni con los proyectos que hemos asumido. Hemos de responder con la emoción que nos sostiene y compartimos. Y, ésta, desgraciadamente, la solemos dar por supuesta. Tiene la misma fuerza que cuando en Facebook casi de manera instintiva das al «me gusta» aunque no lo sientas. Sospecho que la vida, toda la vida, la vida consagrada es, y debe ser, otra cosa.