LOS ACTUALES DESAFÍOS DE/A LA VIDA CONSAGRADA EN EUROPA (II)

0
3300

(Bruno Secondin, O. Carm.,  Roma). Continuamos disfrutando con Bruno Secondin de su análisis y proyección de la vida consagrada en Europa. Lo bueno de nuestro autor es que no se contenta con la descripción de las dificultades, sino que en ellas ve oportunidades. Quien tiene visión es capaz de ofrecerla y «crear estilo de esperanza».

Este siglo necesita enamorados y enamoradas de la vida consagrada, como Secondin, que no ofrezcan soluciones efímeras o falsas. Necesitamos que nos hablen de lo que viven y esperan. Y, además, se entreguen para acompañarnos.

Schengen en equilibrio inestable, y más…

En Europa se está llegando a una decisión muy peligrosa. La propuesta en curso de suspender la libre circulación de las personas entre los estados europeos (el famoso tratado de Schengen). No revela solo la exasperación del miedo hacia los nuevos inmigrantes, la amenaza apocalíptica e incontrolable del terrorismo islámico, pero también la clausura dentro de las viejas identidades que amenazan con el mestizaje sin estar preparadas y por esto las fantasías trabajan temerosas y agresivas.

Está en evidencia la crisis de la conciencia europea, como patria común de pueblos y destino. En pocos meses, hemos entrado en un vórtice crítico de una Europa que tiene sobresaltos clamorosos contra la hegemonía usurera de la estabilidad económica, del equilibrio presupuestario, de la recíproca imposición de vínculos financieros sin alma. Con la descentralización de las primaveras árabes hacia derivas fundamentalistas de un islam fanático y degollador (pensamos en el Isis), comenzaron también las oleadas de migraciones caóticas del Medio Oriente hacia Europa, creando un caos imprevisto e ingobernable.

Toda Europa se ha como que despertado con una pesadilla: antes reprimida pensando que se trataba de Italia, España y Grecia, con sus costas fácilmente alcanzables por los inmigrantes. Ahora las rutas de los inmigrantes se amplían a Turquía y Grecia, a través de los Balcanes, hasta dentro del corazón del bienestar europeo, a Alemania y hacia el Norte. Y no se ve el final y tampoco la solución: Europa está cerrando las fronteras, negando su hospitalidad, su solidaridad. Nuevos muros se construyen para bloquear los flujos, violencia y miedo se propagan como una nueva peste. Estamos asistiendo –con inconsciencia variable– al desmembramiento de la unidad europea, como ideales, comunión, sinergia.

Y los religiosos no alzan la voz; y los obispos europeos tampoco. Es una excepción el Papa Francisco, que grita fuerte y valiente. Sin embargo, allí donde hay emergencias y sufrimientos, víctimas y violencia, la vida religiosa –todos, hombres y mujeres– debería estar presente, emprendedora, solidaria, en sintonía y sinergia, inspirándose en el Evangelio, descubriendo la Iglesia acogedora y orientando la historia. Una presencia no esporádica, no para tener un protagonismo mediático, sino en verdad por audacia evangélica. Pienso que en este contexto que explota cada día entre todos nosotros, haya un primer desafío a interceptar, en beneficio de toda la Iglesia y de reflejo también de la sociedad actual. Esto es, asumir un protagonismo y llevar una contribución eficaz, no solo arriesgando con las obras y con los recursos que tenemos, sino también como pro-vocación audaz y profética. Se trata de denuncia valiente de los egoísmos y de los miedos, de propuesta alternativa a las clausuras por una hospitalidad que es con-pasión laboriosa, para devolver el encanto y genial testimonio a nuestra historia de hospitalidad y de convivencia fecunda de las diferencias. Como dice el Papa Francisco: contestando “estructuras de pecado vinculadas a un modelo de falso desarrollo fundado en la idolatría del dinero, que hace indiferente al destino de los pobres las personas y las sociedades más ricas, que cierran sus puertas, negándose incluso a verlos” (Mensaje para la Cuaresma 2016).

A mí me parece que más que la generosidad de las iniciativas dispersas –que incluso son alabadas y admiradas–  la vida consagrada, en su conjunto, no haya sabido ser una voz crítica y tampoco hacer sistemas y redes para una acción alternativa, dentro de la Europa de los egoísmos y de los miedos. Con la cruz, el arado y el libro, la vida monástica había sentado las bases de Europa tras la disolución del imperio romano. Y después, las órdenes mendicantes con su itinerancia evangelizadora y la acogida del ethos religioso popular, han acompañado y generado la formación de la cultura urbana y de la democracia. Y al expandirse la cultura a extractos amplios de la población en la primera modernidad, las fundaciones de colegios y escuelas  fueron fuerzas motrices de una nueva civilización. Mientras que en los últimos dos siglos, las numerosas fundaciones de diaconía de la caridad (educación, escuela, asistencia, predicación, recuperación…) han creado una red apretadísima de presencias beneméritas, que han redimido los efectos perversos de la primera revolución industrial. Una memoria preciosa que debería inspirar nuevos protagonismos y nuevas exploraciones proféticas, sin perder el tiempo teniendo en el cuarto de animación situaciones y servicios ya exhaustos y difuntos.

Hoy estamos ya en la tercera o cuarta revolución industrial. Pero sobre todo estamos en el amanecer de una perturbadora hibridación de las culturas que antes se localizaban dentro de los estados y fronteras. Los más de 200 millones de inmigrantes actuales, crecerán sin medida en los próximos decenios, según previsiones realistas y traerán consigo no solo mares de lágrimas y cicatrices sangrantes de desarraigos violentos. Pero también recursos de diversidad cultural y problemas vastísimos de integración y de nuevas temporadas de mestizaje. Como ya sucedió con las invasiones bárbaras en los siglos V-IX del medievo. Y después se ha repetido en otros contextos –en particular en América en los siglos XIX-XX– con las varias oleadas de migraciones desde Europa y que solo ahora han encontrado una forma completa de mestizaje y amalgama multicultural. Solo lentamente, aquí entre nosotros en Europa, se recompondrá una síntesis creativa y fecunda, y nacerá una nueva civilización por ahora no imaginable. Serán necesarios varios decenios, si no siglos para llegar: pero ahora estamos en la plenitud de la tribulación y de las reacciones insensatas y apocalípticas.

Reencontrar el “estado de invención”: por nuestro futuro en Europa

Quien ha vivido la vida religiosa del pre-concilio, sabe perfectamente por experiencia, cuanta convulsión ha producido el impulso conciliar, con el fin de realizar la adecuada renovatio requerida por el Concilio. Más importante ha sido también la renovación en las grandes categorías de vida, espiritualidad, teología, derecho.

De hecho, el Concilio ha sido un ejemplo paradigmático de la compleja relación entre continuidad y discontinuidad. Sus respuestas a los desafíos y a los sufrimientos, a los traumas y a las utopías de aquel momento –hace 50 años, ¡pero parecen siglos!– solo en parte son adecuadas para nuestra situación. Pero es todavía inspirador, para ejercerlo, su arte de vivir la contemporaneidad crítica de la fe1.

Es necesario reencontrar el estado de invención, que hacía aquellos años verdaderamente ardientes y efervescentes. Y quizás precisamente el papado de Francisco podría ofrecer una nueva oportunidad de exploración e invención: estratégicamente, él tiene, para nosotros consagrados, una particular atención inspiradora. De hecho, él toca las cuerdas más sensibles de nuestra misión eclesial2. No se trata de apoderarnos de sus impulsos, sino de participar en su proyecto eclesial como protagonistas, liberándonos de ciertas sensaciones de caos y de apocalipsis, que a veces paralizan todo. ¡Hay demasiada tendencia a la autocompasión!

“Esta enfermedad no es para la muerte” (Jn 11,4). Se requiere una nueva docilidad al Espíritu: Dios parece esperarnos en las raíces, como decía Rilke. Porque la crisis no es solo de finalidad, sino de fundamento. No podemos secuestrar el carisma y el seguimiento en odres viejos, incluso si han sido fabricados en los decenios post-conciliares, con la ilusión de que durasen mucho tiempo. Son muchas las cuestiones que deberían tocarse y también son fundamentales. He escogido para hablar solo de algunos temas, para instar a explorar los horizontes con espíritu de escucha y discernimiento al unísono.

La Palabra viva para renovar el seguimiento y la profecía

Todos sabemos que el regreso a la centralidad de la Palabra, en la vida de la Iglesia, es una de las grandes novedades del Concilio. Hoy se reconoce en la Dei Verbum una de las claves de la influencia permanente y también más decisiva de la reforma conciliar. Esto vale también para la vida consagrada, que el Concilio ha enviado para una familiaridad cotidiana con la Palabra (PC 6; DV 25)3.

Centralidad de la Palabra

Es por esta recuperación de la familiaridad que ha florecido una nueva espiritualidad y siempre volverá a florecer de ella: “Este primado de la santidad y de la oración no es concebible a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios” (NMI, 39). Ella se expresa sobre todo con la recuperación generalizada de la experiencia antigua de la lectio divina. Si bien llamada con varios nombres, según el lugar y las experiencias –lectura orante, meditaciones bíblicas, encuentro bíblico, escucha orante, y más– ella va respaldada y, en la formación va enseñada, practicada y también compartida con los grupos de laicos que la practican4. Pero la centralidad debe expresarse también en muchas otras modalidades: como ha descrito con detalle Verbum Domini (2010), en referencia a las formas de vida, a los ministerios y a la evangelización (parte segunda y tercera).

De esta familiaridad debe venir el proceso de purificación de las muchas prácticas de piedad generalizadas en las casas religiosas, especialmente femeninas. Lamentablemente, persisten tenazmente formas barrocas e intimistas sin sustancia. Pero el proceso debe ser llevado más adelante. Toda la espiritualidad que se vive y se promueve debe alimentarse de esta “fuente pura y perenne de vida espiritual” (DV 21). “La Palabra creadora y liberadora que ha tomado cuerpo con Jesucristo, después en la Escritura, no cesa de encarnarse en los que viven de su Espíritu” (P. Claverie). Cabe recordar que solo el actuar la Palabra hace posible una escucha obediente y fecundo, de lo contrario es gnosticismo.

Se trata de renovar o reintroducir también en la inspiración carismática de fundación esta centralidad. O al menos aproximarla hoy con conciencia viva y vivirla “operis veritate” (1Jn 3,18). Decía Vita Consecrata: “De la meditación de la Palabra de Dios y, en particular, de los misterios de Cristo, nacen, como enseña la tradición espiritual, la intensidad de la contemplación y el ardor de la acción apostólica… Frecuentando la Palabra de Dios, ellos [los fundadores] han sacado la luz necesaria para el discernimiento individual y comunitario que les ha ayudado a buscar en los signos de los tiempos los caminos del Señor. Así han adquirido una especie de instinto sobrenatural, que les ha permitido no conformarse con la mentalidad del siglo, sino renovar la propia mente, ‘para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que Le agrada y es perfecto’ (Rom 12,2)” (VC 94). Una verdad no solo para exaltarla, sino también para volver a aprenderla, para un discernimiento contemplativo y activo.

Se da una involución en acto, un regreso a viejas ritualidades y a formas falsas de pia exercitia, tal vez bajo la inspiración de supuestas apariciones de vírgenes o mensajes de santos. Por no hablar de las vestiduras litúrgicas raras, rituales devocionales barrocos, lenguajes y fórmulas retomados con mentalidad fanática y sin criterio teológico o litúrgico. Aquí es necesario tener el valor de imponer una sana teología litúrgica. En estas tendencias, la centralidad de la presencia de la Palabra de Dios se considera una “manía protestante” (!) y vale mucho más la formalidad arcaica y el número de las velas, que la Palabra viva de Dios.

La sequela Christi, en modo profético

El Concilio había pedido a todos los religiosos –pero lógicamente vale para todos los cristianos como tales (cf. GS 22)– a devolver la identidad a la auténtica “Christi sequela in Evangelio proposita” (PC 2, a). Este era el primer y decisivo criterio de la renovatio a adoptar. No se trata de un “criterio” entre los otros, sino del principio (principium, dice el Concilio) que predomina sobre todos los otros, es fundamento, juzga y justifica a los otros criterios. Y el papa Francisco lo reclama continuamente, con su especificidad de lenguaje: en particular vinculando a menudo carne de Cristo y carne de los pobres. Y él insiste también sobre el desplazamiento de la radicalidad a la profecía: “La radicalidad evangélica no es solamente de los religiosos: se solicita a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético”5.

En ciertas comunidades se tiene la impresión, a veces, de que Evangelio y el seguimiento de Cristo estén presentes por costumbre, como “presidencias honoríficas”, por rutina cotidiana. Lo que cuenta – y que está en el centro verdadero y sonoro – parece que sea el propio fundador/fundadora, alguna expresión suya, sus objetos personales, la urna sepulcral, su efigie, u otra cosa. Palabra y sequela Christi no son adornos de conveniencia: son las motivaciones más sustanciales de la vida, para vivir en dinamismo profético.

Hemos heredado una cristología llena de sugestiones emotivas, de devociones barrocas, de lenguajes románticos. Muchos religiosos están todavía ahí, en aquella cristología de las primeras catequesis parroquiales, en las devociones familiares, llenas de pathos populares. Una relectura de nuestro fundamento cristológico, guiado por la Palabra bíblica y según la conciencia eclesial de hoy, es exigencia primaria. Existe una gran riqueza en la cristología de los últimos decenios6.  Conocerla y asimilarla, para traducirla en vida, puede provocar –y a menudo ha provocado– una purificación radical. Cristo no ha fundado una nueva religión, ha traído una vida nueva (J. Moltmann). Hay que insistir en un regreso al radicalismo auténtico, un lenguaje centrado en la sequela Christi, es decir, a Aquel que es el profeta mesiánico de los pobres7.

También las intenciones y los proyectos de los fundadores y de los carismas son releídos a la luz de la Palabra, recuperando una sabiduría evangélica y bíblica antes oscurecida por manipulaciones culturales. Es preciso aprender a distinguir bien la religiosidad “disfrazada” (como ha hecho Pablo en Filipos, con la mujer adivina) y no identificarla con la fe que sana. El exilio de la Palabra de la práctica cristiana normal –fruto de la prohibición al pueblo (después de Trento) de tener a mano la Biblia– produce todavía efectos perjudiciales. Hay que continuar poniendo los fundamentos: y el diálogo ecuménico, especialmente en el contexto de una vibrante presencia evangélica y protestante, tendrá aquí una fuente de todo valor, como decía Vita Consecrata: “La puesta en común de la lectio divina en la búsqueda de la verdad, la participación en la oración común… [son] signos de la voluntad de caminar juntos hacia la unidad perfecta en el camino de la verdad y del amor” (VC 101). En la basílica de San Pablo, el Papa Francisco ha reiterado: “Convertirse significa dejar que el Señor viva y obre en nosotros. Por este motivo, cuando juntos los cristianos de diversas Iglesias escuchan la Palabra de Dios y tratan de ponerla en práctica, realizan realmente pasos importantes hacia la unidad”.

Escuela de profecía

Este redescubrimiento del primado de la Palabra también en las intenciones más genuinas de los fundadores ha sido acompañado con la recuperación de la perspectiva profética por la vida consagrada. No por una escucha consoladora, devota, individualista de la Palabra, sino una familiaridad que encienda el corazón y los proyectos para los designios de Dios manifestados en su Palabra. “La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia” (VC 84). De la Palabra escuchada y meditada se pasa a la profecía de los gestos y elecciones, de denuncias y anuncio, de exploración de nuevos caminos y de nuevos modelos de misericordia y de comunión.

Hubo un tiempo, en la renovación conciliar, en el que hablar de profecía, de naturaleza profética, de función profética, suscitaba alguna preocupación, también en altos lugares. Especialmente si se asociaban profecía, pobres y martirio. Pero después del Sínodo de 1994 y la exhortación Vita Consecrata, con la amplia sección titulada: “Un testimonio profético frente a los grandes desafíos” (nn. 84-95), toda sospecha fue abolida. Aquella “sección” amplió el mismo horizonte del testimonio profético de la vida consagrada hasta incluir también el martirio, los tres votos y la vida fraterna, la espiritualidad, la liturgia e incluso la lectio divina. Esta desconfianza ya no tiene vigor8. Muchos quizás no se han dado cuenta: el magisterio es a veces un verdadero anticipador.

Hoy, el Papa Francisco ha afirmado muchas veces que los religiosos deben ser profetas, no jugando a serlo: “La profecía del Reino, que no es negociable. El acento debe recaer sobre el ser profetas, no en el jugar a serlo”, en la famosa entrevista del p. A. Spadaro, publicada en la Civiltà Cattolica. Donde también ha afirmado: “¡Nunca un religioso debe renunciar a la profecía!”9.

Hoy, en la lectura cristológica y evangélica se ponen más en evidencia la misericordia, la oración, la vigilancia, la ternura, la reconciliación, la sobriedad, la justicia, la caridad: todos valores que nuestros tres clásicos “consejos evangélicos” (castidad, pobreza, obediencia) no parecen destacar del todo. ¿De aquí se podría deducir que tal vez la clásica “tríada” (que se remontan a los tria substantialia del siglo XIII) podría repensarse, para una nueva provocación cultural? El Papa Francisco habla con frecuencia de la misericordia, de la ternura, de la proximidad, del servicio: como expresiones evangélicas vinculantes de la sequela Christi. ¿Se podría suponer una elección diferente en la “profesión de los consejos evangélicos”?

¿No sería de gran valor –parece al menos a aquellos emitidos en la profesión de los tres consejos– hacer hoy profesión de misericordia en un mundo de violencia, de reconciliación en un mundo dividido e injusto, de sobriedad y solidaridad en un mundo de derroches irracionales, de relacionalidad empática y solidaria en un mundo de individualismo exasperado? Algunas nuevas comunidades “profesan” solo castidad y comunión de bienes, otras insisten en la solidaridad con los pobres (conviventia cum pauperibus), otras se caracterizan por una ecología solidaria, o por la fraternidad horizontal, o por una terapia de humanización. ¿Es solo un plus asimilable a un “cuarto voto”? ¿O se puede pensar que estas propuestas “desafían” más claramente las “idolatrías” actuales y, por lo tanto, tienen un impacto “evangélico” más provocativo? ¿La antropología teológica que está implicada en los tres votos clásicos, se corresponde aún con nuestra antropología, con la sensibilidad cultural actual, habla todavía a una cultura digital y al mundo virtual? Yo tengo mis dudas al respecto.

 

1 Cf. Lécrivain Ph., Une manière de vivre,  cit., 100-124.

2 Se hacen eco y propuesta de caminos las 3 cartas circulares de la CIVCSVA, Alegraos (2014), Explorad (2015), Contemplad (2015). LEV, Città del Vaticano 2014-2015. Su estilo dialógico y mistagógico ha sido bien acogido y apreciado.

3 Una valoración a más voces: Garcia Paredes J.C.R.-Prado Ayuso F. (edd.),  A la escuela de la Palabra, Claretianas, Madrid 2008.

4 Cf. Secondin B., La lectio divina. Dal monastero al popolo di Dio, in Lateranum, 74(2008/1), 115-144.

5 En el encuentro con los Superiores generales (USG), 29/11/2013; retomado también en la Carta a los Consagrados, II,2.

6 Para una reseña orientadora de la investigación cristológica: Sesboüé B.,  Les “trente glorieuses” de la christologie (1968-2000),  Lessius, Bruxelles 2012.

7 Cf.  Moltmann J., La via di Gesù Cristo. Cristologia in dimensioni messianiche, Queriniana, Brescia 1991.

9 Cf. Nuestro comentario a la exhortación en el libro: Il profumo di Betania, 94-106: L’indole profetica della vida consagrada. Una prospettiva tradizionale rivisitata. Una riflessione a più voci: Alday J.M. (ed.), I religiosi sono ancora profeti?,  Ancora, Milano 2008.

9 En el diálogo con la USG, 29/11/2014.