Fidelidad y permanencia

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Reconozco que hay algunas cosas que me asustan propias de cierta forma de entender la Vida Religiosa. Una de ellas es la extraña identificación entre fidelidad y permanencia en el Instituto.

Está claro que responder fielmente a la voluntad de Dios para nuestra vida no sólo es un don que hay que desear y pedir permanentemente, también tiene mucho de tarea: hay que tomarse muy en serio la propia vida y la propia vocación, ser muy honestas con nosotras mismas, buscar quién nos ayude a no acomodarnos ni engañarnos, discernir con seriedad incluso en lo que parece que no es importante… Hasta aquí, todos y todas de acuerdo.

Lo que me asusta es que esta fidelidad al seguimiento de Jesucristo y a la consagración que recibimos en el bautismo se identifique “sin más”, de forma ramplonamente simple, con mantenerse dentro de una Institución concreta o con formar parte de un grupo. Me inquieta cuando ni siquiera se mantiene abierta la posibilidad de que detrás de un abandono pueda haber precisamente una búsqueda de seguir a Jesús con más libertad interior, cuando se da por supuesto que se trata de una “decisión equivocada” y, sobre todo, cuando no hay ni asomo de autocrítica institucional (pensando que “la Institución ha hecho todo lo que podía”).

Me temo que las estructuras no son siempre ayuda para ser fieles a la vocación personal sino que demasiadas veces se convierten en corsés asfixiantes que no permiten respirar, ni dejar de cumplir expectativas ni, incluso, responder a la llamada al más que siempre nos lanza Dios si estamos atentos y atentas. Demasiadas veces no se prioriza la persona y su vocación sino los huecos comunitarios que hay que rellenar para seguir manteniendo las obras. Pero ¿seremos tan valientes como para hacernos una seria y honda autocrítica cuando alguien deja la Congregación?

Identificar fidelidad y permanencia refleja, desde mi punto de vista, una mirada demasiado superficial a la realidad. Sólo hay que mirar a la historia de la Iglesia y ver cuántos fundadores y fundadoras tuvieron que abandonar sus Institutos, monasterios o Congregaciones, para dar respuesta al más de Dios… incluida mi fundadora.