Pasión, aplicada a mí, tiene más connotaciones. Porque pongo de mí y creo salvar al mundo. Soy yo el que pongo pasión, una fuerza que se extingue ante el fracaso. Y entonces, la Pasión de Jesús me sabe amarga. Porque no he situado todavía la traición y negación personales.
Pasión, aplicada a la Vida Consagrada, juega entre ambas. Por un lado, cree que ha de poner ganas y medios para dar luz al mundo. Y, por otro, se percibe levantando una cruz de edades y culturas. Le cuesta entrar en el silencio resilente del Maestro, acoger la cruz como condición de seguimiento y la muerte como fecundidad.
La verdadera Pasión nos llevará a un amanecer fresco, dolorido, vacío de sentimientos que precise de la presencia de la Madre del Maestro. Y sólo cuando nos miremos con misericordia, sin juicio y descubramos el silencio de María, estaremos dando pleno sentido a la Pasión. Así de simple y real, sin palabras…