Lo afirma Jesús en el evangelio: “Me buscáis… porque comisteis pan hasta saciaros”, y lo dice porque conoce – por propia experiencia- la manipulación que hacemos de Dios con nuestras peticiones y nuestras acciones de gracias.
Esta realidad -tan humana- nos lleva a responder: ¿qué pan nos sacia? Porque hay panes que, llenando el estómago, nos quitan la libertad. Son panes repartidos en esclavitud, panes seguros con sabor a hierro y a sudor; panes de Egipto. Pero panes seguros. Hay panes que nos obligan a confiar en Dios; son panes de los que llegan providencialmente y de manera gratuita. Aparecen cuando menos lo esperamos y saben a camino y a desierto. Son panes inciertos.
A mí me encanta el “pan de cada día”, el que no pedimos en la oración del Padrenuestro porque en ella anhelamos el pan de toda la semana. Y en la cantidad está mi fracaso; porque no puedo consumirlo todo y se pone duro y mohoso.
Quizá por eso el pan que recibía Israel por el desierto servía sólo para una jornada. El “maná” les liberó de apetecer lo inmediato y de fiarse del Faraón, y les hizo comer y buscar la seguridad que sólo viene de Dios. Para ello tuvieron que salir y ponerse en camino hacia lo desconocido.
¿Por qué pan trabajamos? Mejor: ¿Desde dónde pedimos el pan? ¿Desde la seguridad y la esclavitud o desde la inseguridad y la confianza? Cuando uno camina y vive itinerante no asegura ni casa, ni pan, ni raíces.
Jesús se nos presenta como el alimento que no perece. Buscarle a Él es descubrir lo que Dios quiere de nosotros y agradecer lo que nos da para el camino. Quién le rechaza se queda atado a los panes de este mundo que exigen trabajo, pleitesía y esclavitud. Quien le acepta se libera de los tiempos y espacios y se sacia de confianza. ¿Qué pan buscas?