¡Qué ganas de cambio! ¡A ver si acabamos con la COVID! Esta es la expresión más escuchada en la calle, en los medios y redes, como si un nuevo marco temporal fuera a solucionarlo todo.
Supongo que María tuvo que desear algo parecido -tras dar a luz a su hijo- escondida tras unas balas de paja. En el momento del alumbramiento no creo que ella y menos José entrevieran la importancia del acontecimiento. La realidad y sus dificultades superaban cualquier proyecto.
¿Habrían llegado ya a lo más bajo de su situación? –se preguntarían-. Pues no, aún vendría la persecución y la salida al extranjero. ¡Como para no desear que el año siguiente fuera distinto!
El tiempo no cura, el tiempo pasa. Y en ese paso continuo de minutos se suceden acontecimientos que soportar y a los que responder. El orden de prioridad lo da la supervivencia y el sentido la perspectiva de Dios. Quizá por eso los evangelios mezclan el alumbramiento con el Verbo, a María con Israel, la realidad con la gloria divina y la luz con José.
En las horas caducas del 2021 y primerizas del 2022 se entremezclan el cansancio y la esperanza, la incidencia y la vacuna. Y todo eso salpicado de realidad y entusiasmo.
Jesús es Dios que viene a salvarnos. Y eso no cambia: La humanidad es la misma y Dios el de siempre. Lo que ansiamos es sentirnos protegidos por su mano. Y a ese cambio se podrían apuntar todos los que se sienten huérfanos en latitudes en las que el hambre tiene mayor incidencia.
¡Qué ganas de cambio de año! –me digo-, mientras arranco la hoja de diciembre y coloco la de enero con prudencia. Con el mismo cuidado y esperanza con los que María deposita al bebé entre la paja. Con la misma ilusión de saber que ha venido y que no se va a ir. Con ganas, con muchas ganas de pasar de la incidencia de contagios a las horas nuevas.