El amor verdadero navega entre las olas de la contradicción. Queremos y odiamos, buscamos y nos escondemos, nos damos y reservamos a la vez, luchamos y traicionamos. Así de complicado es nuestro corazón. Y el corazón de Jesús no fue distinto, por ser de carne amó a personas especiales, curiosas, frágiles.
El hecho es que la gloria de Jesús se va a dar en quien elige. Y en pocos casos va a ser una respuesta agradecida de Pedro, de Juan, de Judas… y aún hoy, ni de mi mismo. De ahí que nos guíe en el modo de amar y de glorificarle: «amando como él». No hay otro mandamiento entre sus palabras ni otro ejemplo mayor entre sus manos.
En el evangelio se ve un proceso sencillo: Primero amar a los otros como son -con sus contrariedades, miedos y sueños- ya que eso no brota espontáneamente. Segundo, invita a amar «a su modo» a quien se tiene delante -sea Juan o Judas-. En un tercer momento se invoca el recuerdo del amor recibido -sean los otros o Dios mismo-. Esto nos lleva a repasar la propia historia y reconocer que el Señor nos elige con e riesgo de recibir nuestras negaciones o traiciones, amén de las alabanzas. Termina todo ello en la consideración sensata de que hagamos con los otros lo mismo. Esa es la verdadera gloria y la trasparencia de Cristo.
El consejo de hoy no nos deja escapatoria: Nos introduce en el terreno movedizo de la fe y nos hace pasar de la contradicción a la gloria. Y produce un efecto en los demás: el poder ver la mano de Dios en medio de nuestras relaciones comunitarias, a veces rastreras y otras veces muy elevadas.