Y en esos caminos encontramos a Jesús anunciando el Reino de Dios. Por eso, envía a los suyos -setenta y dos- a los caminos y los destina a todas las ciudades conocidas para ser su voz.
Todos los discípulos regresan contentos porque han cumplido su misión y han tenido éxito. Un éxito que consiste en ir en nombre del Maestro y no en nombre propio: “Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”.
Envío e itinerancia. Dos rasgos esenciales de los misioneros. Dos rasgos carismáticos de la Vida Religiosa. ¿También hoy?
¡Claro! Nuestro sentido y nuestro gozo se fraguan en los caminos. Nuestra significatividad se funda en la marca del Maestro. Tomemos nota de los consejos que da Jesús a los que envía para comprender su objetivo y adquirir su mirada. Para que nuestras palabras manifiesten lo que Dios quiere, nuestras manos curen a quien Dios acaricia, nuestros brazos levanten a quien Cristo toma entre sus manos…
Y rechacemos el inmovilismo y el éxito mundano. Dos tentaciones del Demonio para engordar nuestro ego y la noticia de nuestro instituto.
Volvamos a los caminos… allí se juega nuestro sentido y la gloria de Dios.