Evangelio de Marcos o la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26).

«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”.

Esta apreciación apocalíptica tiene la fuerza de los argumentos esgrimidos por miles de científicos y sabios en esta cumbre de 2021. La diferencia es que no lo bíblico no se usa para ilustrar las tendencias ecologistas del primer mundo. Lo distinto está en la exclusiva responsabilidad humana del cambio a peor.

Pero es cierto, que en estos días de cumbre se ha intentado pactar un cambio en las tendencias energéticas para detener un calentamiento global que acabe en angustia, oscuridad o movimientos celestes.

A mí, que lo ecológico me brota del carisma franciscano, me resulta restrictivo argumentar sólo desde la ciencia. ¡Líbreme Dios de fanatismo! Sin embargo, intentar embarcar en una decisión universal a tantos seres, debería atender a todas las sensibilidades. Exigir un compromiso científico a quien considera la Creación como obra de Dios, pasando por quien tiene a la naturaleza como viveza divina hasta llegar a quien sólo considera los azares moleculares exige una hermenéutica universal.

En este año, el lema de la Jornada del Espíritu de Asís rezaba: “El cuidado y el diálogo, caminos de paz”. Con él se abre la posibilidad de entender nuestro lugar en el mundo como servicio y cuidado de todo lo Creado. Y nos sitúa en el mismo plano para dialogar y establecer caminos de Paz. Supone una conciencia fraterna que nos lleva de la mano a los de fe, de ciencia, de sospecha… y cierra el paso a lo ideológico, por excluyente y restrictivo.

Dice Marcos que “entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”, como Señor de todo lo Creado. Ahí ya no habrá más cumbres, será la conclusión de lo conocido. Lo que no sabemos es quién habrá dado el paso para reconocer al otro a un hermano, a una hermana, a una criatura.

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