martes, 19 marzo, 2024

Dios de Todos y de cada uno

Del Dios nuestro (nacional, tribal, europeo, occidental) al Dios de todos los pueblos y culturas

ACTITUD PREVIA: UN CORAZÓN PURO Y UNA MENTE ABIERTA
El título asignado me evoca el lamento que escucho con frecuencia en el Continente africano. “Los misioneros hicieron tabla rasa de nuestras tradiciones religiosas” Creo que los misioneros de hace siglo y medio sentían y amaban al Dios Padre de todos y no obstante en su nombre destruyeron, juzgándolos como ídolos, las expresotes religiosas de los pueblos que evangelizaban, algo que hoy nos cuesta aceptar. El mundo actual intercultural, globalizado, post-vaticano no acepta aquellas actitudes excluyentes. La fe es deudora de la cultura que la vehicula y hace 150 años nuestros misioneros no disponían de las ciencias antropológicas cuyo nacimiento es posterior, por lo tanto no estaban educados para fijarse en la realidad de los valores culturales distintos a los suyos, ni para ahondar en las raíces de los ritos que percibían ajenos a la propia cultura religiosa. No podían sospechar lo que más tarde dirá J.P.II “La fe si no se incultura es difícil expresarla fuera de la cultura vigente” 1.
Para interpretar el pasado sin condenarlo, vivir un presente de modo gozoso y sano y permanecer abiertos hacia un futuro siempre nuevo que continuará revelándonos a un Dios siempre mayor, me acojo a una expresión de R. Pannikar. “El diálogo intercultural requiere tener un corazón puro y una mente abierta”2. A partir de este presupuesto intento esbozar algunas re-flexiones en torno al tema encomendado. Pero ¿cómo hablar de Dios a quien nadie ha visto? Al intentarlo temo decir de Él más de lo que Él mismo se nos ha dado a conocer. Para evitar caer en esa idolatría, intento escuchar a Jesús que lo ha revelado.

A DIOS NADIE LE HA VISTO, EL HIJO NOS LO HA REVELADO. (JN 1, 18)
Desde muy joven he sentido en mí como algo regalado una fuerte experiencia religiosa, y la necesidad de buscar conceptos que me ayudaran a expresarla Junto a la experiencia de Dios en mí he necesitado el aporte de la teología para dar nombre y penetrar un poquito más en el misterio que percibía, sin poder nombrarlo, en lo hondo de mi ser. Y sobre todo he necesitado a Jesucristo. La referencia a Jesús como fuente para conocer quién es Dios para nosotros y cómo responder a su llamada y misión en el mundo se me hizo muy patente hace más de 15 años en la visita a un centro Taoísta en Taiwán. Al entrar en el recito del santuario situado en lo alto de una colina, atravesamos la zona en la que se amotinaban los vendedores de chuchearías o inciensos, e iniciamos el ascenso siguiendo un camino cubierto en cuya techumbre aparecían dibujadas unas normas de conducta a seguir en la convivencia familiar o fraterna. En medio de un silencio cada vez más denso llegamos al templo principal. En su interior un único orante en actitud de profunda adoración me sobrecogió, y asombrada me uní a él en mi corazón para adorar al mismo y único Dios. Al instante eché de menos a Jesucristo y los ojos de mi corazón fueron a buscarle donde le había visto la víspera, en un religioso franciscano, antiguo provincial y profesor de Sagrada Escritura a quién había visto preparando el arroz para unos jornaleros sin techo ni trabajo que malvivían en una ciudad del rico Japón. Semanalmente reivindicaba para ellos ante el ayuntamiento el derecho a una vida y trabajo justos. Esa imagen imborrable me actualiza la encarnación y la revelación de un Dios para los hombres y me invita a ser un hombre o mujer para Dios. Por eso no puedo hablar de Él sin referirme a lo que Jesús nos ha dicho.
UN CORAZÓN PURO: “GRACIAS PADRE HAS REVELADO ESTAS COSAS A LOS PEQUEÑOS ” (LC 10,21)
“Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt. 5, 8 ). El corazón puro es un corazón despojado, vaciado de sí mismo es decir pobre de espíritu. Lo fueron la Hemorroisa, (Mc5, 1-13) la Sirofenicia, ( Mc 7,24) Marta (Jn 11, 27) y la Samaritana ( Jn 4, 1ss). Dos de ellas pertenecen al pueblo judío, la ter-cera es pagana y la cuarta samaritana. Las cuatro reflejan en sus gritos el corazón pobre que busca salvación. A las cuatro Dios se les ha re-velado en Jesús, un judío oriundo de Nazaret que pasó por la vida haciendo bien. Las cuatro reconocen en Jesús al enviado de Dios para salvar a la humanidad, perciben en él a un Dios compasivo, misericordioso, con los que sufren marginación, enfermedad, muerte. Un Dios que da vida. Las cuatro, han vivido la experiencia de un encuentro con Dios intuido en Jesús.
La presencia de Dios que nos habita a todos en el hondón, allá donde todo y en todos esta siempre en paz, es posible percibirla cuando en-tramos asombrados en esa interioridad. Espacio en el que se intuye la existencia de una fuente de la que brota nuestra vida, y al gustarla despierta el deseo de donarla. Es la experiencia fundante. A ella acudimos, como las cuatro mujeres citadas, cuando nuestra vida vacila, y en ella encontramos fuerza y dinamismo para continuar hacia adelante. Dios está siempre llamando a nuestra puerta en espera de que le demos entra-da. “Estoy a la puerta y llamo si alguien escucha mi voz y abre la puerta entraré para cenar con él y él conmigo” (Ap3, 20) Sólo el pobre de corazón, que siente la necesidad de ser socorrido, salvado, es capaz de percibir la presencia que siempre nos habita, porque Dios nos ha hecho para Él y nuestro corazón está sediento hasta encontrarle a Él (S.Agustín).
La experiencia religiosa para ser formulada y expresada necesita el concepto que nos va llegando a través de la educación familiar o ambiental. Experiencia y concepto en interacción van configurando la imagen de Dios en nosotros. La influencia de la familia es grande al res-pecto. Recuerdo en mi caso el día, en que mi padre un hombre de corazón puro y mente abierta, manifestó su pena y total desacuerdo ante la bandera española expuesta en el presbiterio de la Catedral de San Sebastián, porque Dios era de todos y no sólo de los vencedores en la con-tienda que enfrentó a hermanos en una terrible guerra civil. Desde esa cultura familiar me re-chinaba personalmente el himno de los carlistas. “Por Dios, por la patria y el Rey lucharon nuestros padres, por Dios, por la patria y el rey lucharemos nosotros también”. Y no obstante haber recibido por cultura familiar la experiencia de un Dios que va más allá de las diferencias sociales, culturas y políticas mi corazón no se había ensanchado a las dimensiones de lo que mi cabeza pensaba. ¡Cuanto me costó hacer mía la oración por Franco que se recitaba en las Eucaristías de la posguerra. Se requiere tiempo para que experiencia y concepto se armonicen entre sí. Muchos años más tarde en Rwanda después del genocidio oraba dolorida por los ecos de las represalias que lo siguieron y continuaban haciendo victimas. En mi corazón dolorido clamaba a Dios ¿cómo nos mantienes en vida cuando somos tan incapaces de vivir hermanados? Reflejando en mi oración la imagen de un Dios vengador, que protege a unos en contra de otros. De pronto un rayo de sol se posó en mi hombro y sentí el cariño de Dios acariciándome, al mismo tiempo que escuchaba. “El Padre hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45). Y vi que el amor del Padre amaba tanto a los que preparaban sus fusiles para continuar matando como a las víctimas, quedé asombrada de un Dios tan paciente, tan padre, madre de todos. Amar a nuestros enemigos y orad por quienes nos persiguen es el modo de ser hijos del Padre de Jesús y nuestro.
A pesar de la influencia familiar y ambiental, Dios es libre de revelarse a las personas de corazón puro de modo a veces opuesto a los conceptos culturales del ambiente. El corazón puro se deja sorprender y enseñar por Dios que le habla en lo íntimo, y deja fluir hacia los demás la novedad percibida en ese encuentro, algo nuevo que rompe con lo tradicionalmente
conocido en la cultura ambiental. Fue el caso de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, su experiencia de la misericordia de Dios hacia los débiles, los pequeños los pecadores, choca con la imagen de Dios exigente y duro que se cultivaba en su época, no obstante su experiencia se difunde rápidamente y es acogida por muchos pobres de corazón. Más tarde Juan XXIII, inspirado por el Espíritu expresa su deseo de abrir las ventanas de la Iglesia para que entre el aire puro del Espíritu. Y llegó el Vaticano II con su apertura al mundo moderno anatematizado y condenado por algunas posturas eclesiales anteriores, y cuantos y cuantas respiramos hondo.
UNA MENTE ABIERTA: ADORAR AL PADRE EN ESPÍRITU Y EN VERDAD (JN4,24)
La articulación de experiencia y concepto van configurando la imagen de Dios. Y los conceptos como procesos mentales se van ensanchando en el encuentro con otros y otras, culturas, experiencias, religiones.
Mente abierta, significa tener los ojos y el resto de los sentidos abiertos para mirar la realidad ambiental e interpretarla sin juzgarla des-de nuestros propios criterios aprendidos y seleccionados a lo largo de nuestra vida. Tener una mente abierta supone un corazón abierto a la novedad del otro. Jesús en su encuentro con la Sirofenicia (Mt 15,21-28) nos enseña a abrir nuestras mentes a otras personas y culturas. A pesar de su decisión de dar primacía a la misión entre los judíos, escucha el grito de la mujer, y en ese grito de una persona pobre percibe la llamada del Padre a abrirse y a responder favorablemente. Y Jesús se deja movilizar.
El comportamiento de Jesús con la Samaritana, mujer de raza y cultura distinta a la suya judía, nos enseña e invita a superar las barreras culturales y religiosas. Lo primero que me llama la atención es que Jesús toma la iniciativa de abrirse a los rechazados culturalmente como era el pueblo Samaritano. La mente abierta supone abrir los ojos y el corazón para percibir las necesidades primarias de la gente Jesús se hace próximo de la mujer a partir de la común necesidad de saciar la sed. Y su actitud de apertura, un judío que se acerca a una mujer doblemente marginada como mujer y como samaritana, la dispone favorablemente para continuar dialogando en un nivel más profundo, en el que se siente otra sed más honda, la de ser feliz y la añoranza de un amor para lograrlo y el dolor de no alcanzarlo. La aceptación de las consecuentes frustraciones, expresadas en los cinco maridos, abre en la mujer otra dimensión más honda en la que se asienta la búsqueda del sentido, que también la mujer desea colmar. Al fin lo encuentra en Jesús que le ha escuchado y le ha conocido a fondo. “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho, no será el Cris-to” (v. 20). Tú eres el Cristo el que ha de venir. La mujer se ha abierto y se ha dejado sorprender por un Dios siempre mayor que le ha toca-do hondo el corazón. Y corre al encuentro de sus convecinos para anunciarlo.
El relato de la Samaritana nos habla de un proceso entre personas que tienen en común la fe de Abraham, pero la afirmación del evangelista “Los verdaderos adoradores adoran al Padre en espíritu y en verdad”(v.24), nos ofrece pistas para el diálogo interreligioso. Diálogo posible desde la búsqueda de la verdad por cada una de las partes que se enriquecen mutuamente. Lo percibí en mi corta y esporádica experiencia de acercamiento al Budismo a través del Zen. En uno de los ejercicios me sentí invadida por la energía vital, para mí el Espíritu del resucitado, energía presente en todo y nos pone en comunión con todo cuanto vive en la naturaleza, en las personas.
Creer que el Espíritu de Jesús ha sido derramado en nuestros corazones, y que por lo tanto “Debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que en la forma de solo Dios conocida se asocien a su misterio pascual”3 nos empuja a entrar en relación con los demás a través de lo que nos une y es común a todos. Desde esta confianza, en mis relaciones inter-personales intento entrar en contacto con lo más bello, lo más grande, lo más verdadero, que hay en cada uno y es el deseo de amar, de ser ama-do, de paz , de darse a los demás…y la posibilidad de poder hacerlo por el Espíritu que nos habita. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).
VIVIR HOY EL PADRENUESTRO
Viniendo al presente, ¿cómo hacer para mantener la experiencia del Padre común de todos? Me gusta decir padrenuestro al cruzarme con cada uno de los que encuentro en mi camino y al hacerlo siento el deseo de vivirlo en lo concreto del día. En esta oración, tantas veces repetida a veces de modo rutinario, encontramos sintetizada la enseñanza de Jesús sobre Dios, Padre de todos y el modo de vivir con Él amándonos como hermanos.
Padrenuestro en la versión castellana de la oración que Jesús nos enseñó padre y nuestro forman parte de una misma palabra. Es decir amar a Dios como Padre y amar a los hermanos son inseparables. Fue la enseñanza de Jesús a lo largo de toda su vida.
Jesús nos invita a invocar a Dios como Padre, de todos, no solo de los cristianos, también de los musulmanes, budistas, protestantes y de los que incluso llegan a negar su existencia porque tal vez los responsables de ser sus testigos hemos velado más que revelado su verdadero rostro. El padrenuestro es la oración de todos los pobres de la tierra, conozcan o no a Jesucristo. El clamor de los pobres hacia quién quien puede salvarlos, se expresa en el grito, un grito que asociado al de Jesús en la cruz es escucha-do por el Padre. El grito supone un corazón va-ciado de sí en el que puede de lleno expandirse el Espíritu de Dios que nos habita, Espíritu del Hijo, Espíritu de Jesús el Resucitado que nos reanima con su vida. Es cuestión de creer y de orar con todos los pobres, los que sufren, los no violentos, los misericordiosos los que trabajan por la paz. Todos unidos en solidaridad como hermanos clamando doloridos con los que bus-can un mundo más justo, más humano.
Santificado sea tu nombre. Y aquí me viene a la memoria cuantos y cuantas en el mundo adoran al único Dios que se nos ha ido revelan-do de distinta forma según las culturas y las tradiciones religiosas. Evoco mi asombro y mi gozo ante la fidelidad de los musulmanes para alabar a Dios varias veces al día postrados en plena calle. Al verlos me solidarizo con ellos para alabar al único Dios que Jesús me ha enseñado es Padre de todos.
“Venga tu Reino” que ya ha venido. Grito que refleja el gran anhelo del corazón, la fraternidad universal, más allá de las diferencias de todo tipo, y que anhela nivelar las diferencias, económicas, reconciliar posturas opuestas, en una palabra humanizar. Este sueño de Dios y nuestro está ya en marcha y lo reconocemos en “signos”. A veces nuestros ojos no los perciben. Con ocasión del Sínodo Europeo tras la caída del muro de Berlín el Cardenal Martini como presidente del mismo, advirtió a los participantes, obispos, religiosos, religiosas, laicos de los diversos países europeos, que al analizar la realidad de cada país no se tuvieran en cuenta tan sólo los fallos sino los logros, las expresiones de la presencia del Resucitado presente y actuando en el mundo. Repetir venga tu reino que ya ha venido aunque todavía no en plenitud, nos estimula a abrir los ojos para ver las señales del Espíritu a fiarnos de su luz y fuerza y a dejarnos conducir por Él, el principal agente de la evangelización.
Tras la primera parte de la oración, que según los expertos recoge aunque transformada una oración judía, en la segunda comienzan las peticiones de las actitudes que harán posible la venida del Reino entre nosotros con nuestra colaboración.
Danos el pan de cada día. El pan que nos ha-ce vivir cada día, en la versión de Lucas, y su-pone vivir en actitud de abandono al Padre que cuida de nosotros como de los pajarillos del cie-lo. Jesús nos enseñó en la escena de la multiplicación de los panes que somos nosotros los responsables de distribuir, los bienes que el Padre abundantemente ha dispuesto a disposición de todos sus hijos e hijas. Dar de comer al hambriento, de beber al sediento posada al peregrino es el primer paso en el proceso de la humanización, pero la persona para vivir necesita sobre todo amor, cariño, que ya han sido derramados en nuestro corazón por el Espíritu y esperan una oportunidad para expandirse hacia los demás. Todos necesitamos alimentarnos de ese pan que nos da vida, y da vida a todos. Con el Espíritu de Jesús en nosotros podemos amar-nos como hermanos a pesar de nuestras diferencias psicológicas, sociales, culturales, religiosas. Al pedir que venga en nuestra ayuda estamos diciendo que creemos que está ya actuando y animando a cuantos fuera o dentro del cristianismo y de cualquier otra religión se entregan generosamente al servicio de sus hermanos a través de las ONG o se oponen abiertamente a los horrores del actual sistema de la globalización económica o el mercado liberal. El Espíritu está ahí como pan que alimenta lo mejor de cada uno. Escucharle es escuchar sus insinuaciones hacia el bienestar de los otros, aun a riesgo de la propia vida. Para que podamos entregarla, Jesús se nos da como pan en la Eucaristía. Al comerlo nos da fuerza para amar como Él, para ser comidos por quienes nos necesitan. Cuánto necesitaos de este pan para amarnos como hermanos.
Perdónanos. El padrenuestro nos invita a pedir la gracia de vivir el perdón entre nosotros. Me comentaba una misionera que había padecido las consecuencias dolorosas de unas re-vueltas en un país africano. “He llegado a la conclusión que lo propio del cristianismo con respecto al Islam y las religiones tradicionales es el perdón. Otros y otras luchan por la justicia, pero perdonarnos, amarnos como herma-nos superando las diferencias de razas, etnias, países y tribus, opiniones políticas, es posible cuando de verdad creemos en el corazón que todos somos hermanos e hijos de un mismo Padre Madre”. Es verdad que la semilla de amarnos hasta el perdón esta sembrada en cada uno de nosotros, por el mismo que nos creo, y se manifiesta en creyentes o no, pero Jesús nos en-seña a cultivarla. Esta petición deja escapar el deseo profundo de sentirnos amados hasta el perdón y de irradiarlo. Amor de misericordia que se refleja en el de las madres que aceptan a sus hijos tal como son, que desean que cambien a mejor. Incluso ante los mayores desvíos del hijo o de la hija la madre continúa queriéndolo porque “qué quieres es mi hijo”.
Nosotros los religiosos tenemos en nuestras comunidades una preciosa oportunidad para ejercitarnos permanentemente en el amor hasta el perdón. La vida en la comunidad religiosa es para mí una escuela de reconciliación permanente, en la que aprendo a vivir el amor con lo diferente, lo distinto hasta aceptar y querer a cada una como es, agradeciendo cuando las otras hacen lo mismo conmigo. Intentando siempre amar hasta el perdón tras dejarme per-donar por el Padre.
No nos dejes caer en la tentación. La gran tentación es la de cerrarnos al amor del Padre-Madre que nos ama como somos y cuenta con nosotros para la tarea de humanizar, hacer un mundo más bello en lo fraterno, lo ecológico. La gran tentación que nos acecha hoy es olvidar que somos pobres, lo que significa creer que conocemos todo de Dios, que estamos viviendo los valores del evangelio, que ya lo nuestro conocido es lo definitivo para todos y todas. En la actualidad como nuestras mentes, están algo más abiertas que hace unos años, de modo consciente o inconsciente imponer a los demás nuestras creencias o nuestros modos de vivir y concebir la vida como los únicos. No nos dejes caer en la tentación puede significar no dejes que perdamos el vigor para anunciar a Jesucristo con nuestro propia vida, buscando caminos para aproximarnos a los que están lejos de él y en los que percibimos señales de que le están buscando.
Una tentación es la de querer imponer a todos lo que para nosotros es verdad y otra, olvidar la urgencia de que podemos contentarnos con saber que muchos viven el evangelio sin saberlo y esto es suficiente, aunque no conozcan a Dios se dejan llevar por su espíritu. Y es verdad pero otros muchos esperan conocer a Jesús que nos ha revelado la hondura del amor del Padre – Madre que da tanto sentido a nuestras vi-das. Es bueno recordar el “Ay de mi si no anunciare el Evangelio” de Pablo para no quedarnos tan a gusto cada uno en donde estamos sin preocuparnos de dialogar unos con otros para penetrar más y más en el misterio del Dios único. De Él encontramos rasgos en todas las religiones que acentúan aspectos no tan subrayados en nosotros, y los recibimos agradecidos. Nosotros ofrecemos el gran regalo de Jesús, re-velación suprema de Dios. El Dios siempre mayor puede continuar revelándose más y más a cada uno y a todos. Por eso, otro aspecto de la tentación de la que pedimos ser librados, es dejar de enriquecernos con lo que el Dios Único y Padre de todos ha ido revelando, y viven con fuerza los fieles de otras confesiones cristianas y otras religiones, como el sentido profundo de la alabanza a Dios en los musulmanes, o el aprecio de la Palabra de Dios en los protestantes. Los aspectos señalados reflejan la gran tentación que acompaña a la humanidad desde siempre: querer ser como Dios. Y la respuesta a esta gran tentación es la de volver a la primera parte del Padrenuestro: la pobreza de corazón que se apoya en el Padre- Madre común.
ESPERANZA EN EL FUTURO: “QUE TODOS SEAN UNO PARA QUE EL MUNDO CREA” (JN 17, 20-23)
Concluyo con la referencia a la oración de Jesús justo antes de su partida de este mundo. Piensa en nosotros sus discípulos. ¿Cómo continuar la obra por Él iniciada en el mundo? Mundo del que tiene experiencia. Como hombre y ciudadano del mismo vivió, los gozos las alegrías de los encuentros entre hermanas y hermanos, hijos e hijas del mismo Padre y también el dolor de los rechazos, las envidias, las venganzas, las rupturas, las incoherencias de sus discípulos, no obstante el ideal permanece “Que todos sean uno”. Como tú en mi y yo en ti que todos sean uno en nosotros para que el mundo conozca que tu me has enviado y tu los has amado como me has amado a mi”. En esta impresionante oración con la que cierro mi reflexión encuentro tres aspectos que me parecen pueden guiar un futuro con esperanza. Primero la alusión a la misión: que el mundo conozca que tú me has enviado. El mundo necesita conocer que Dios le ama, es Padre, eso permite a todas y todos vivir de un modo más digno y humano. Y Jesús señala como medios, mantener la intimidad con Dios. “Yo en ellos y tú en mí” Llamada a la vida religiosa hoy, para aventurar la dimensión mística de nuestra vida. Es decir abrirnos, entrar en la hondura de Dios, dejarnos sorprender, coger por Él. A veces tengo la impresión de que nuestro crecimiento cristiano se detiene en la etapa de la profesión perpetua, etapa en la que conocimos a Jesucristo y nos entregamos a seguirle sirviéndole en los hermanos. Y vivimos como de rentas, mirando a un pasado, repitiendo los esquemas que entonces nos dieron vida. La mirada puesta en un futuro siempre nuevo nos permitirá abrirnos más y más a otros niveles de mayor profundidad, a las sorpresas de Dios que nos irá revelando cómo es Padre de todos, cómo su Espíritu nos habita, cómo estamos todos unidos entre nosotros a semejanza suya, de la Trinidad. “Como tú en mí y yo en ti que todos sean uno en nosotros, para que sean perfectos en la unidad”. Ahí reside la raíz de nuestra comunión entre nosotros los miembros de la comunidad o congregación religiosa y con todos los hombres y mujeres del mundo. Y para ello el testimonio de la comunión de la unión entre nosotros. Gran reto hoy en nuestras comunidades y congregaciones cada vez más interculturales. Pero reto para cuyo logro podemos contar con la oración de Jesús, con la presencia de su Espíritu en nosotros, con el amor del Padre de todos y todas.
1 J.P.II en carta al Secretario de Estado (20-IV-1962).
2 R. PANIKKAR, Paz e Inerculturalidad, Herder, Barcelona 2006.
3 G.S. I, 22

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