Unos eran políticos, los otros religiosos. Rivales entre ellos, pero capaces de llegar «a un acuerdo para comprometer a Jesús».
Situación repetida y sangrante, en cada momento, por parte de diferentes gobernantes mientras sufren los mismos, los de siempre, el pueblo llano que paga y es utilizado por unos puñados de votos o monedas.
No era extraño que la gente -de a pie- se agolpara para escuchar a Jesús; que sólo buscaba la voluntad de Dios y el bien de los sencillos. Y menos raro, que buscaran -los sabios y entendidos-, el momento para acusarle de hereje, tendencioso, fascista, anarquista, monárquico o sedicioso.
En ese contexto se pronuncia la famosa sentencia, «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», y que –desde entonces -se ha esgrimido para resaltar que lo social y lo político es independiente de la fe.
Aún hoy se dice la frase para justificar los propios intereses y descartar la dignidad de la postura del contrario. Que si lo público o lo privado. Que si lo empresarial o lo sindical. Que si lo sanitario o lo económico. Y mientras tanto: hambre, peste, pobreza o Covid. Da lo mismo, porque al César de turno le molestan los hijos de un Dios muy humano.
Con el achaque de “a cada uno lo suyo” se sanciona lo propio y se excluye lo ajeno. Y a ello aspiran los que están en la contra o en la oposición esperando llegar al escaño y hacer lo mismo.
Que en medio de esto se recuerde la Jornada del Domund es una suerte de contraste para dejar de pronunciar lo dicho y resuene: “a cada uno lo necesita”. Poner un cartel del Domund ante nuestros ojos recuerda –como dice Francisco- “que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos” (Fratelli Tutti 33).