jueves, 25 abril, 2024

Si amas a Cristo, lo verás

El esposo tarda, y no se disculpa; las doncellas consideradas sensatas todo parecen menos generosas y solidarias; y las poco previsoras, las necias, cuya situación apurada el lector o el oyente entienden y comprenden sin dificultad, son las únicas sobre las que recae un juicio terrible que las deja fuera de la fiesta y además señaladas para siempre como ejemplo de lo que todos hemos de evitar.

Si queremos entrar en el secreto de la parábola, habremos de hacerlo a la luz del evangelio en su conjunto, y de la mano de la Iglesia, madre previsora y maestra premurosa de todos en la escuela de la celebración litúrgica.

El esposo del que se habla es un esposo cualquiera, y lo es también el banquete al que se entra. De la llegada de aquél y de la entrada en éste se desconoce la hora.  Ese detalle, la hora desconocida, hace que banquete y esposo representen la irrupción del misterio de Dios en la vida de su pueblo, la llegada del Reino de Dios, la llegada del ungido por el Espíritu para evangelizar a los pobres. La llegada del esposo en medio de la noche, las lámparas que la iluminan, la entrada con el novio en el banquete, recuerdan la noche de Pascua, y evocan una Pascua nueva, con un nuevo Éxodo, hacia una nueva Tierra de promisión: “Llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete”.

Ahora intuyes lo que significa que a ese encuentro llegues tarde y de esa dicha te quedes fuera.

A la luz del evangelio, « sensato» es el que escucha las palabras de Jesús y las pone en práctica; «necio» es el que escucha lo que Jesús dice, y no practica lo que ha escuchado.

El de la escucha y la obediencia a la Palabra, ése es el camino que lleva a la Pascua, a la Tierra, al Reino, a Cristo. Y por ese camino avanzan sólo los que tienen hambre y sed de Pascua, de Tierra, de Reino, de Cristo, de Dios.

Deja que te lleve de la mano la madre Iglesia. Ora con ella: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Haz tuyas las palabras del Salmista: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”.

Si amas a Cristo, lo verás en el misterio de su palabra, en su cuerpo eucarístico, en su cuerpo eclesial; si lo buscas, lo encontrarás, maestro que te enseña, pan que te alimenta, pobre a la puerta de tu casa; si lo amas y lo buscas, entrarás con él al banquete de bodas del Reino de los cielos; si lo amas y lo buscas, siempre habrá estado contigo en tu deseo, en tu búsqueda, en tu amor.

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