Zaqueo tiene muchas ganas de ver a Jesús, pero no puede debido a la muchedumbre; entonces corre delante de todos y, como un niño, sube a un árbol, para poder verlo pasar. Cuando Jesús llega a ese lugar, se detiene y, mirando a Zaqueo, lo llama por su nombre: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.” Inmediatamente la gente comienza a murmurar. Zaqueo era una especie de paria. Estaba atrapado entre el poder imperial y una población descontenta, vivía en medio de la corrupción y su situación no tenía salida, era inextricable. De manera sorprendente, con las palabras más simples, Jesús se pone de su lado. En realidad la gente murmura contra Jesús, porque hace lo que nadie nunca habría hecho.
¿Cuándo se produce el cambio, mientras la muchedumbre murmura, o antes, cuando Jesús lo llama? Zaqueo ha cambiado. Al igual que Jesús, encuentra las palabras y los gestos que restablecen la relación con el prójimo. Así dice: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”. De repente, Zaqueo ya no va a acoger solo a Jesús sino a muchos otros. Jesús abrió la puerta del corazón y de la casa de Zaqueo, trazó una amplia vía de acceso hacia él. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa,» dice Jesús, «ya que también este hombre es un hijo de Abraham”. ¿Lo entiende la muchedumbre? ¿Lo comprendemos nosotros? Zaqueo es nuestro hermano.