jueves, 28 marzo, 2024

PROPUESTA DE RETIRO

“DICHOSOS MÁS BIEN LOS QUE OYEN LA PALABRA DE DIOS Y LA CUMPLEN"
(Lc 11, 27-28)

 

1. Meditación.
Su Palabra: fuente de gozo.

¿Cuál es la verdadera grandeza a los ojos de Dios? El Evangelio nos muestra, reiteradamente, que los verdaderamente dichosos son aquellos que perseveran en la escucha y en la práctica de la Palabra.

¿Dónde está la fuente del gozo y la dicha de la Vida Consagrada? En el manantial de la Palabra. No podría ser de otra manera. Y es ahí donde está siendo revestida de bienaventuranza.

El gozo de la escucha y la dicha de su puesta en práctica constituyen los nutrientes que hacen posible nuestra resistencia ante la inclemencia de los tiempos que corren y mantienen en pie de fidelidad creativa nuestra vida fraterna, nuestra pasión por la búsqueda de Dios, nuestra misión evangélica.

Confesamos que así lo creemos y reafirmamos que es eso, por encima de todo, lo que perseguimos en la vida.

Porque es verdad. No hemos nacido (ni nunca renacemos) de deseo humano o de voluntad carnal (cf Jn 1, 13); nuestro amanecer a la vida del pueblo santo de Dios y nuestro renacer en cada concreto contexto vienen de la Palabra de la Vida.

No somos fruto del cálculo, ni de refinadas estrategias; sabemos que somos proyecto de escucha y promesa de cumplimiento. Y sabemos que sólo ahí se nos regala la felicidad, la dicha que colma.

 

A la escucha.
Cada hoja del calendario ha sido testigo de cómo el arrullo de su Voz nos ha espabilado el oído nada más comenzar la jornada (Cf Is 50, 4-5).
Es cada vez mayor verdad y más frecuente que lo que pone en funcionamiento el corazón de un religioso, de una religiosa no son las genialidades del autor de moda, las ocurrencias del tertuliano de turno, las interesadísimas opiniones vertidas en cualquier portal del ciberespacio, sino la dulce y fuerte, incisiva y transparente voz de Dios en su Palabra. Y ello, un día y otro, una mañana y otra, semana tras semana, mes a mes, y otro año más… Bendita lluvia que ha ido empapando las tierras de nuestro vivir (cf Is 55, 10-11). Rocío, lluvia temprana y tardía, nunca en balde.

(En un momento tranquilo de este día de retiro, haz lo siguiente: abre sencillamente tu boca y deja que fluyan los textos de la Palabra de Dios que han traspasado las puertas de tu corazón en estos años de VC y se han quedado como huéspedes de tu alma.)

Sí. Bendita escucha. Nos ha ido modelando, configurando. El paisaje interior de nuestras vidas tiene siluetas de nómadas peregrinos guiados por el sueño de la tierra nueva, de exiliados que sienten el hechizo de las nuevas “babilonias” con sus seductoras filosofías, de necesitados acogidos que continuamente vuelven a los pies del Maestro para agradecer, de decepcionados discípulos que en su huída van notando cómo arde de nuevo el corazón con el soplo de las Escrituras, de aprendices de profeta invitados a comer el libro…

Es verdad que tenemos deudas de gratitud con muchos escritores espirituales, teólogos y pensadores, con las precisas orientaciones de la doctrina de nuestros pastores, con las aportaciones de tantos hombres y mujeres de las ciencias y las artes, con el evangélico “magisterio” de los pobres y desheredados. Sin embargo, es más cierto aún –y es verdad que nos funda- que ha sido el Espíritu que late en la Palabra nuestro más exquisito maestro y pedagogo, nuestro instructor y entrenador, nuestro amigo y confidente.

Vamos siendo lo que escuchamos. Y, si es cierto que cada persona es gracias a los encuentros que ha tenido, la frecuentación de la mesa de la Palabra nos ha ido otorgando un perfil de obediencia, es decir, de sintonía con Ella: de oyentes capaces de Evangelio y verdad divina.
Y en el actual universo babélico de voces, mensajes y reclamos se nos ha ido afinando el oído y la capacidad de distinguir el timbre de su Voz, la cadencia veraz de su decir (Cf Jn 10).

Su Palabra nos basta, nos sacia, nos viste de fiesta. ¿No hay en ello una dicha más consistente que si abundáramos en galardones y reconocimientos, en el aplauso de los poderes de este mundo, en el éxito de nuestras instituciones y proyectos –medido por los parámetros del sentir que triunfa en la actualidad-?

Anhelado cumplimiento.
Podemos narrar con sencilla verdad cómo la vitalidad de la Palabra, escuchada desde las primeras horas del día, custodiada en el corazón mientras vamos y venimos en la misión cotidiana, produce efectos benéficos: nos arranca de la inconsciencia, del simple dejarnos vivir; marca el tono de nuestros pensamientos, deseos, aspiraciones..

Cuando es la Palabra la que se nos pega a las paredes del alma, son posibles las maravillas de su fecundo despliegue. Porque ocurre, como sabemos por experiencia, que la vida nos va poniendo ante pequeñas y grandes decisiones cada día. Muchos son los modos de enfocarlas, afrontarlas y decidirnos. Es muy variado el abanico de criterios para ello. Cuando es la Palabra que nos acompaña la que fija el punto de visión, el encuadre preciso y se vuelve criterio de discernimiento y punto ineludible de referencia, notamos que se cumple. Se cumple por el dinamismo intrínseco que contiene; y se cumple al practicarla, es decir, al darle visibilidad, cuerpo y calor: al tomar esa y no otra decisión ante tal problema, tal interpelación o tal situación que nos exige decidirnos.

¿No es cierto que han sido incontables ya las ocasiones en las que personas y comunidades de VC hemos hecho opciones, hemos plasmado decisiones, nos hemos aventurado en tareas, movidos y guiados, empujados y urgidos por la sola verdad de “en Tu nombre”, por tu Palabra “echaré las redes” (Cf Lc 5, 4-5; Jn 21, 5-6)?

¿No nos ha ocurrido, con cierta frecuencia, sentirnos gozosamente sorprendidos cuando repasamos con tranquila serenidad las constantes que van configurando el estilo de nuestra vida y descubrir que muestran destellos de palabras evangélicas, evocan resonancias profundas de dichos de la Escritura, remiten a los núcleos del mensaje bíblico?

¿No hemos deseado con ardor que ese dinamismo de la escucha y puesta en práctica de la Palabra llegue a ser tan auténtico que en su onda expansiva podamos llegar a “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19)?

Algo así como ráfagas de gozo sereno entrando en el corazón nos han acompañado al percibir, humilde y sencillamente, la parte de verdad que podemos constatar: sí, se ha cumplido en nosotros; sí, con su gracia, la hemos cumplido, la hemos puesto en práctica. También a nosotros se dirige su bienaventuranza. El Señor, parece susurrar: “sí, también vosotros, los que oís y la cumplís, sois dichosos”.

(En un momento tranquilo de este día de retiro, haz lo siguiente: repasa la vida de tu comunidad -local o congregacional- con una mirada que intente llegar a la corriente vital de fondo que la anima. Párate en algún momento en el que percibas cómo la Palabra de Dios se ha cumplido, ha tomado cuerpo, se ha plasmado concretamente. Contempla con gratitud. Expresa reconocimiento. Bendice, alaba…)

Dicha purificada.
Nada de ingenuidad. Bien sabemos que esto no es fruto inmediato. A esta meta sólo se llega tras numerosas etapas. Este proceso tiene sabor de Pascua. En él hemos sufrido no pocas purificaciones.

La escucha ha tenido mucho de aprendizaje. Qué bendición cuando hemos podido detectar, identificar e ir corrigiendo las barreras, filtros y distorsiones de nuestra capacidad de escucha. Todos llevamos señales de la cirugía que ha tenido que emplear con nosotros, porque es “viva y eficaz y más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones” (Heb 4, 12), hasta ir dándonos un corazón capaz de escucha.

No nos duelen prendas al reconocer las ocasiones en que hemos sido tentados de manipular, utilizar y falsificar su sentido y verdad, su alcance. Puede, ¡cómo no! que al volver la mirada atrás, tengamos que confesar (con arrepentimiento) que hubo momentos de tentación diabólica que nos identificaban con Yoyaquim, rey de Jerusalén (605 c.C.): esos intentos nuestros por anularla, por hacerla desaparecer (Cf Je 36, 20-25). Arrepentidos, hemos vuelto a hambrear su cercanía, con una conciencia acrisolada.

Nuestras biografías personales y comunitarias son testimonio aquilatado de la condición pascual de nuestra identidad de oyentes y servidores de su Palabra. Ser revestidos de esta nueva identidad nos ha supuesto –y en ello seguimos avanzando- despojarnos de la dureza de oído, de la cerrazón, de la contaminación ideológica, de precomprensiones poco evangélicas; renunciar a dominarla, a someterla a nuestro control, a domesticarla; morir al cumplimiento puramente formal.

Permitir que ejerza su insobornable soberanía, desmontar los sutiles mecanismos que la sofocan o la distorsionan han ido parejos con el crecimiento en docilidad, en discipulado. Sí. Han sido horas pendientes de los labios del Maestro, aprendiendo a dejarnos leer y escrutar por Ella, consintiendo que pusiera al descubierto lo oculto en los sótanos de nuestro corazón: su desorden, sus muros, sus defensas. La experiencia de aprender a dejar que sea la Palabra la que lea nuestra vida, la discierna, la escrute es una experiencia dolorosa, sí, pero que trae como fruto el gozo de la mayor autenticidad. Todo fruto de vida evangélica tiene estructura pascual, también la bienaventuranza.


2. Aplicación.
Para crecer en bienaventuranza

-Sabernos bienaventurados es una invitación a no bajar la guardia. Por delante quedan etapas de crecimiento en la calidad de nuestra escucha. El aprecio por la cita diaria con la Escritura siempre está necesitando de vigilancia para no caer en la rutina que convierte el tiempo de contacto con Ella en algo automatizado, sin vibración interior.

-Sabernos bienaventurados es mantenerse alerta. Poca densidad puede llegar a alcanzar la lectura y meditación si no va acompañada de una firme determinación de crecer en competencia para acercarse con seriedad y rigor. Competencia que exige el estudio sistemático; una dedicación de tiempo y energías en la que no nos pueden suplir.

-Sabernos bienaventurados es proseguir el camino. No hay auténtica escucha ni verdadera meditación si no entramos con valentía discipular por los caminos de su puesta en práctica; es decir, si no nos abrimos a su dinamismo hasta permitir que su fruto se geste en nuestro corazón, hasta desear que se convierta en nuestro nuevo código genético. Pensemos en el camino que aún hemos de recorrer para que Ella sea la inspiradora de nuestra síntesis vital.

-Ser comunidad que escucha y pone en práctica la Palabra lleva consigo un estilo de vida inspirado en el icono de María de Nazaret, encarnación de la bienaventuranza de Jesús por ser la primera en acoger y hacer vida la Palabra; expresión acabada de la obediencia. Nuestra bienaventuranza se conjuga en femenino. Proclamar bienaventurada a María es introducirnos en la corriente del Espíritu que nos asocia a su bienaventuranza.

-Ser comunidad que escucha y pone en práctica la Palabra es escuchar a Dios en la vida (en la historia, en la cultura, en los anhelos de la humanidad) y responder con la vida (gestos, prácticas, iniciativas por la paz, la justicia y la integridad de la creación) a lo escuchado y acogido. Es éste un dinamismo que introduce serias interpelaciones y severas correcciones a nuestros estilos de vida proclives al adormecimiento, a la paganización, a la falta de vigor profético.

-Ser comunidad que escucha y pone en práctica la Palabra está reclamando que los procesos de formación continua sean pensados y estructurados desde las entrañas de la Escritura y reproduzcan, en su realización, el ciclo de la Palabra: leída y orada, compartida y celebrada, anunciada y testimoniada…

-La Iglesia tiene el convencimiento de que la VC está llamada a ser “exégesis” viviente de la Palabra de Dios (cf Benedicto XVI, Sínodo de la Palabra). Si no queremos que este deseo eclesial no pase de ser una bella expresión, ese ha de ser nuestro programa para hoy y para el futuro. Un programa que nos invita a:
. intensificar y cualificar los espacios personales, comunitarios e institucionales de escucha y acogida;
. generar con audacia y creatividad escuelas de oración bíblica para los niños, los jóvenes, y todos aquellos hermanos nuestros que andan hambrientos de sentido, orientación y referencias consistentes de vida;
. alumbrar caminos nuevos de actualización e inculturación de la Palabra con iniciativas y realizaciones que no admiten demora.

Para la reunión de Comunidad

Anunciar con antelación los contenidos de la reunión para facilitar la riqueza del encuentro.
Desarrollarla en tres momentos: auscultar (en torno a la mesa de reuniones); compartir (en el ambiente de la sala de comunidad); celebrar (en el oratorio de la comunidad).

►Primer momento: auscultar.
*Queremos tomarnos el pulso en relación a la vivencia que tenemos de nuestra realidad como oyentes y servidores de la Palabra. Sabemos que requiere, entre otras cosas, el cultivo de algunas competencias básicas.
*Hacemos una valoración de algunos elementos. Interrogantes como estos nos pueden servir de guía:
– ¿Qué calidad tienen los tiempos que dedicamos al estudio de la Escritura?
– ¿Cómo es el cuidado que le prestamos a la sección bíblica de la biblioteca de nuestras comunidades?
– ¿De qué modos se hace presente la Palabra de Dios en los diversos dinamismos de la vida fraterna: oración, reuniones, retiros, formación continua, asambleas?
– …
(Se trata de enumerar indicadores –gestos, hechos, prácticas…- que nos ayuden a dibujar el cuadro que expresa nuestra situación actual como oyentes y servidores de la Palabra. Y, desde lo dialogado, apuntar alguna línea de crecimiento.)

►Segundo momento: compartir.
En el tiempo personal del retiro hemos podido meditar en nuestro proceso de acercamiento a la Palabra de Dios y en la experiencia de sabernos bienaventurados.
En este momento, queremos compartir -en clave personal- algunas resonancias de nuestro itinerario:
– Ofrecemos, con sencillez, a los demás algunos de los textos de la Palabra de Dios que nos vienen acompañando como “huéspedes del alma”, que se han ido convirtiendo en alimento de nuestro vivir como personas consagradas.

Vamos acogiendo con sumo respeto los que nos ofrece cada uno.

Abrimos, a continuación, un espacio para hacer presente alguno de esos momentos de la vida de nuestras comunidades o congregaciones en los que hemos percibido cómo la Palabra de Dios se ha cumplido:
– Momentos, situaciones… en las que ha tomado cuerpo, se ha cumplido; que nos remiten a palabras, dichos, relatos, núcleos del mensaje evangélico.

Se puede cerrar este momento con una espontánea acción de gracias.

►Tercer momento: celebrar.
En el oratorio de la Comunidad (bien a continuación de los dos momentos anteriores o en otro momento al final de la jornada).
Un tiempo de oración en común. Una celebración tranquila, serena, en clave contemplativa.

En lugar destacado, el libro de la Escritura; a su lado, algunos elementos de la vida de comunidad o congregación (texto del proyecto comunitario, boletín de la vida congregacional…).

Posible desarrollo:
• Invocación al Espíritu Santo
• Proclamación del texto bíblico: Lc 11, 27-28
• Prolongado silencio meditativo
• Resonancia de la Palabra en el corazón. Ecos.
• Canto meditativo.
• Gesto de veneración de la Palabra (inclinación, beso…)
• Bendición.

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