viernes, 19 abril, 2024

Nuevo cuaderno monográfico de VR

El todo como templo

Seguramente, para hablar de nuestros hermanos contemplativos, lo lógico sea subrayar que son lo más «auténtico», desde los orígenes, de la vida consagrada. Que guardan una sana opción de apartarse del mundo para amarlo, y así cooperar con su transformación. Que tienen una raigambre de siglos y, como consecuencia, la riqueza y el crisol de la historia. Seguramente es lo más lógico…
Sin embargo, abiertos a la sorpresa de Dios, los contemplativos, son un clamor de novedad para nuestro tiempo. Ellos y ellas, en el corazón de la cultura, son el latido que recuerda a cada sociedad la pertenencia a Dios. Viven en espacios llenos de historias e historia, sin ser esclavos de ella; llevan, por opción, un estilo de vida al margen de la prisa, pero no por ello están ausentes a los gozos, dolores y esperanzas de la humanidad en la que son consagrados. Dedican largos tiempos a Dios, pero su vida no es silencio para sus hermanos… Son así un auténtico signo de la vanguardia de la acción de Dios en el corazón del ser humano. Como si nuestro Dios afirmase: «veréis hasta dónde puedo hacer sensible mi amor».
Los monasterios ofrecen una constante interacción con el ritmo social. De aspecto impasible son, sin embargo, el catalizador ideal de la salud o enfermedad de nuestras sociedades. Las hospederías, como ventanas abiertas, ofrecen a Dios, sin glosa, y reciben al ser humano, también sin glosa. Llegan las personas desde donde están, con lo que viven, con el orden o desorden que este tiempo de fragmento ha provocado. No son nuestros hermanos y hermanas contemplativas seres al margen; conocen lo que hay, lo aman y, lo que es mejor, lo llevan a Dios.
Algunos laicos, religiosos y religiosas, presbíteros y pastores… encuentran en los muros del monasterio, luz para responder al hoy de Dios. Hombres y mujeres gastados por la dureza de la vida; personas que viven en propias carnes el azote de la crisis; tantos sin techo físico o afectivo, también han encontrado en los monjes y monjas, la palabra oportuna; el criterio sereno de quien ha hecho de su existencia un instrumento de reconciliación y posibilidad.
Estamos en un tiempo de profunda y sagaz evaluación. Ponernos en sintonía de nueva evangelización ha de traer consecuencias. Viene la poda, porque necesitamos claridad. Un signo de ella, es la opción por la espiritualidad. Los contemplativos que sólo son, maestros y maestras del Espíritu, no es que sean necesarios, son imprescindibles. Sólo ellos con su vida, marcada por la cadencia de las horas para Dios, nos pueden mostrar, con lenguaje que entendemos, en qué consiste la celebración, la caridad, la comunidad y la misión.
Oír la voz del Espíritu nos obliga a la novedad y a la memoria. A ambas. Ni todo novedad, ni todo memoria. El secreto de la armonía lo tienen nuestros hermanos contemplativos. Con ellos, todo el pueblo de Dios, también los consagrados de vida apostólica, tenemos que dar el paso hacia una evangélica reestructuración. Aquella que no se ajusta y se esconde en los números, sino la que realza la vida, que cuida el signo y es sensible a la oportunidad.
Los monasterios, como escuelas de oración, son necesarios para la nueva evangelización porque nos recuerdan lo esencial, ofrecen una pedagogía clara de acercamiento a Dios y conocen dónde está el hombre y la mujer del siglo XXI. Quienes en ellos habitan hacen de su vivir un “todo como templo”.
 

ÍNDICE

Actualidad de la vida monástica, Mariano José Sedano
Liturgia («Opus Dei» – Eucaristía) en la vida monástica, Mª Victoria Román
Lectio Divina, Mamerto Menapace
El sentido del trabajo en la vida monástica, Isidoro Anguita
El silencio restaurador del claustro, Carmen Mariñas
El arte y la belleza de la fe en la vida contemplativa, Diana Papa
Formación para la vida contemplativa, Romulo H. Cuartas
El monacato y la evangelización arrodillada, Pilar Avellaneda
En el mundo sin ser del mundo, Rosario del Camino
Lectura recomendada, Francisco J. Caballero

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