sábado, 20 abril, 2024

MIRADA CON LUPA

pedro-belderrainPedro Belderrain
Superior Provincial de los claretianos de Santiago

«Nuestros tiempos pueden ser duros, pero los vivimos con serenidad»

Pedro Belderrain es el superior provincial de los misioneros claretianos de Santiago (España), desde hace unos meses. Se trata de un religioso de esos que consiguen la «multiplicación del tiempo» al estilo del reino. Tiene sitio para todos y ofrece espacio sin prisa y con calidad para todos. Nos parece un ejemplo del liderazgo interesante para la vida consagrada de esta época. Además de creer en las posibilidades de sus hermanos, su forma de abordar las dificultades y abrirse al discernimiento, invita a la novedad. Buen sociólogo y mejor teólogo, consigue leer los datos en clave de revelación. En su vida es plenamente coherente la sana integración de la vida consagrada en los procesos del mundo. Entre otras claves, nos dice en la entrevista, que los consagrados vivimos este tiempo con serenidad a pesar de su dureza.

Liderar, gobernar, servir, animar… son verbos que en la vida consagrada están llamados a complementarse. ¿Cuál de ellos, no obstante, prefiere?

Vuestra pregunta está muy bien hecha. Creo que uno de los errores que más hemos cometido como Iglesia y vida consagrada es plantear como alternativas realidades que son complementarias. La palabra ‘superior’ no me gusta, aunque entiendo que la usemos. En ese sentido me parece que en la vida consagrada hay que animar, liderar, gobernar… y que como en toda realidad cristiana, sobre todo, hay que servir.

Hace unos años me impactó una traducción de los textos joánicos según la cual el Buen Pastor se desvive por los hermanos. Creo que los que hemos sido llamados a servir a nuestros hermanos desde el gobierno hemos de caminar con ellos dispuestos a desvivirnos, como Jesús, para que el Reino vaya creciendo entre nosotros. A veces nos tocará ir delante señalando caminos; otras detrás, compartiendo la marcha de los más lentos; muchas en medio del grupo… Cada una de las palabras que señaláis tiene su valor.

 ¿Cómo es un día normal en la vida de un superior mayor de una comunidad provincial compleja y extensa? ¿Hay días normales?

Es muy difícil saber si existen los días normales. Llevo pocos meses en este servicio y hasta ahora los días se repiten muy poco, y por lo general les falta esa dosis de paz y sosiego que creo que muchos necesitamos. En mi caso amanezco pocas veces en la curia, y muchas veces lo hago antes que mis hermanos para ponerme en viaje. Sea el día que sea el que me corresponde vivir, intento que en él no falten tiempos cuidados de encuentro con el Señor y de silencio y la Eucaristía celebrada con dignidad. Me gusta preparar bien las tareas y los encuentros, escuchar de verdad a los hermanos con los que converso, manifestar con mi presencia el aprecio y la cercanía de todos a quienes tienen en sus manos responsabilidades especiales. Un día participo en un encuentro de ecónomos y administradores; otro en uno de responsables de pastoral escolar o juvenil; me gusta visitar a los enfermos y hospitalizados, que los huéspedes y transeúntes estén a gusto entre nosotros; cuando puedo paso un rato tranquilo con alguna comunidad más alejada…

Quisiera (esto lo logro bastante menos) dedicar tiempo al cuidado de la salud y al ejercicio, a la lectura y a mi formación permanente, pero estos elementos salen muchas veces perdiendo. Gracias a Dios mis hermanos me corrigen, y me lo recuerdan con frecuencia. Decirnos la verdad unos a otros puede incomodar, pero nos ayuda mucho. Sé en teoría que lo urgente no puede hacer que olvide lo importante, pero me cuesta hacerlo realidad. ¡Tengo mucho que aprender todavía!

Sabiendo que es difícil generalizar, ¿percibe buen estado de ánimo en sus hermanos?

El Señor nos ha llamado para vivir en este tiempo de gracia; son los años en los que el Espíritu ha querido implicarnos en su misión. Son tiempos de Dios, y de una gran belleza, aunque sean tiempos duros y el hambre, la injusticia, las migraciones inhumanas, la soledad y el sinsentido abran muchas veces los noticiarios. Y creo que el Espíritu nos ha ido enseñando a vivir en estos tiempos.

A comienzos de siglo mi congregación me colocó en esta atalaya excepcional que es la revista Vida Religiosa. Participar en este proyecto me permitió compartir con consagrados y consagradas de muchas familias, de todos los continentes, de edades y experiencias muy diversas. Recuerdo que hacia 2004 varias religiosas me preguntaron qué estaba pasando en España. Llevaban algunos años sin venir y recordaban haber encontrado a sus hermanas tristes, pesimistas, muy faltas de ánimo. En ese momento les sorprendía verlas ilusionadas, con entusiasmo, soñando nuevos proyectos. Hermanos de otros países ratificaron esa impresión. Creo que el Señor nos permitió vivir tiempos duros, pero también ir adquiriendo serenidad. No había que aspirar al optimismo; había que cultivar la esperanza. Había que saber pasar del éxodo a Babilonia; de los tiempos de supuestos éxitos y grandes números a los de aparentes fracasos y gestos pequeños. Fuimos descubriendo que un grupo que tiene una media de edad mayor puede seguir viviendo con entusiasmo el seguimiento, acoger los dones de Dios, compartir su madurez y su experiencia, aunque se trate de una madurez frágil en la que no falta el pecado.

Hoy percibo en la mayoría de mis hermanos serenidad y no poca esperanza. Forman parte de una congregación que nunca ha sido tan grande ni tan joven en una zona del mundo en la que nuestras comunidades han envejecido y disminuido, pero las razones para bendecir al Señor siguen siendo muchas.

El proceso de transformación de presencias y estilos busca no solo un diálogo más fecundo con la realidad, sino un diálogo más intenso en el interior de las comunidades. ¿Podría hacer una descripción del perfil de una comunidad para nuestro tiempo?

Una comunidad es siempre un grupo de discípulos, aunque sea una comunidad de catedráticos. Una conferencia episcopal y un dicasterio romano también lo son. La situación de la fe, la disminución del número de nuestros éxitos, la evolución demográfica de nuestras comunidades nos han ayudado a apreciar lo fundamental, a reconocer dones de Dios que en otros contextos nos podía costar más percibir. Nuestras casas están llamadas a ser cenáculos, hogares en los que el Señor Resucitado presida de verdad la comunidad, en los que como grupo de hermanos le dediquemos primacía y tiempo. Como la Iglesia nos ha recordado tanto, la comunidad es tarea pero sobre todo es don, regalo de Dios, riqueza, escuela de seguimiento. ¡Y camino! Un capítulo precioso de la instrucción La vida fraterna en comunidad habla de ella como “el lugar en que se llega a ser hermanos”.

Una comunidad religiosa, como supo decir tan bellamente el padre Kolvenbach, no pinta nada fuera ni al margen de la Iglesia. Está llamada a caminar con el resto del pueblo del Señor y a vivir en el corazón de éste la misión de Jesús, a ser mediación para que la Vida corra y el proyecto de Dios para sus hijos (¡para todos!) sea cada día más realidad. Por eso, la relación de cualquier comunidad con los pobres y los más necesitados es un termómetro idóneo para medir su seguimiento.

Si me pidierais una respuesta más breve diría que la comunidad tiene que ser una familia de discípulos en la que el Evangelio se haga bien visible. Siempre me han impresionado las comunidades de consagrados situadas en países en los que no se puede predicar; solo se puede vivir. La gente solo puede mirarles y decir: “esto es el evangelio”. Y afortunadamente muchas veces lo ven.

(Seguir leyendo en VR vol.123-1, enero 2017).

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