miércoles, 24 abril, 2024

La gracia de la formación permanente: Gracia Plena

¿Dónde y cuándo nace la idea de la formación permanente (FP)? ¿Es un simple fruto de estos tiempos frenéticos de cambios repentinos y novedades inéditas, que hacen obsoleta la formación recibida hace tiempo? ¿O es sobre todo una cuestión intelectual, de estudios por actualizar o de estrategias apostólicas por inventar?

Sí, también es esto, pero va mucho más allá de la motivación sociológica o pastoral o intelectual.

La FP nace de la idea de formación como proceso de conformación con los sentimientos del Hijo (cf. VC, 65): si ser consagrados, en otras palabras, significa no sólo seguir al Maestro (modelo del seguimiento), ni tampoco llegar a imitar sus comportamientos (modelo de la imitación), sino tener en sí sus mismos sentimientos, emociones, deseos, impulsos, proyectos…, su misma humanidad, entonces está claro que se desea el camino de toda una vida, hasta la muerte. Será la muerte, de hecho, con todo lo que le precede (enfermedad, vejez, limitaciones varias…) el momento en el que la identificación con Cristo llegará a su máximo grado, incluso en el cuerpo hecho similar al misterio de su pasión y muerte. Es en este sentido, en el que FP quiere decir verdadero proceso educativo, que actúa en profundidad como un descensus ad cor, que no se cierra a la exterioridad de la conducta, sino que conmueve el mundo interior de la persona, sus motivaciones, su inconsciente, sus afectos, las raíces del yo. Es ahí donde debe ocurrir la conversión, de otro modo la formación es ficción, o hasta falsedad.

De aquí surge otra implicación formidable: si formación quiere decir tener los mismos sentimientos del Hijo ¿quién puede llevar adelante en nosotros tal proceso? Evidentemente sólo Aquél que conoce al Hijo, o sea, el Padre. La FP no es una operación psicopedagógica, sino teológica, o teológico-trinitaria; es el Padre quien forma en nosotros el corazón del Hijo por el poder del Espíritu. Y, puesto que el Padre desea esto profundamente, podemos estar seguros de que lo realiza en cada instante de la vida, como don y gracia constante. Ni un solo momento de nuestra historia humana carece de esta gracia divina; puesto que no hay ambiente, situación, relación, apostolado, éxito, fracaso, edad… que no pueda acoger este deseo apasionado de Dios Padre y convertirse en propuesta o lugar donde eso se realiza.

En este sentido nuestra vida es gratia plena, como la de María. ¡Gran misterio!

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